Con precauciones, pero salgo a cenar. Cumpliendo la ley, pero voy a comer. En la barra de sushi, en la taberna de siempre, un cocidito madrileño, un arrocito en Ibiza. Hay días que voy solo, hay veces que voy con la familia, con clientes y con amigos. Guardo las distancias, me desenmascaro cuando toca, pero brindo con blancos, con tintos, con cava y con champán. No me importa cenar pronto, ni tampoco quedarme a alargar la comida cuando la conversación lo requiere.
Unos boquerones en el Cantábrico, unas patatas revolconas con pulpo en La Fiona, unos tintos en Lavinia, unos quesos en el Club del Gourmet. Con precauciones, pero yo salgo a disfrutar de la vida, masticando lento, bebiendo a sorbitos, enjuagando las pupilas, rebañando el plato.
Si consumir es votar, comer es refrendar y un brindis una nominación. Esta carta es un canto a la vida, ahora con mesura, con precauciones, pero un canto al disfrute en la comanda. Que está muy bien el delivery –algunos genial y otros regular, como todo en la vida–, que está muy bien que hasta el pequeño de la casa se haya lanzado a hacerse una recetilla, pero yo salgo a cenar, y a comer. Y a desayunar. Porque me gusta así la vida, y cuando voy, te busco, me encantaría verte cerca y ver qué comes tú. Porque cuando al brindar nos decíamos: “¡Salud!”, era por algo…