Cada vez hay más incondicionales de los productos naturales, los huertos urbanos y los viajes en busca de este añadido ecológico. Por supuesto, el vino no se queda atrás, y ha comenzado una revolución que empieza en los cultivos y no acaba en los paladares, sino que va más allá.
Cultivar un viñedo ecológico significa cuidar y tratar la tierra con delicadeza -ya que son cosechas vulnerables-, disminuyendo el impacto ambiental, promoviendo la biodiversidad y garantizando la calidad del producto.
A diferencia de los vinos tradicionales, los orgánicos se cultivan en tierras tratadas de forma natural, con abono de origen vegetal y con poda de cepas. De esta manera, el proceso es menos dañino para el ser humano.
Los vinos se realizan a partir de materia prima ecológica: uvas certificadas que deben ser vendimiadas a mano, eligiendo el mejor momento de maduración de la uva, que suele ser en fechas tardías, ya que es el momento en el que contienen más sustancias antioxidantes que ayudan a los tejidos de la dermis y a ralentizar el envejecimiento de la piel.
Además, evitando la utilización de productos químicos en el suelo de cultivo, la calidad del vino se ve beneficiada al no contener ni nitratos ni sulfitos, sustancias perjudiciales para el cuerpo, que nos producen dolor de cabeza después de tomar alguna copa, aunque en la ecuación de la resaca entran en juego más factores. Pero, si nos dejan mejor la piel y nos salvan de alguna que otra jaqueca ¿qué más se le puede pedir?.