México, Madagascar, Isla Reunión, Indonesia y, como no, en la isla de la vainilla (Taha’a, Tahití). Estos son algunos de los aventajados lugares en los que todas las exigencias se marcan con un check: magia, naturaleza, una orquídea, clima húmedo y cálido
La vainilla Tahitensis es una especie única, valiosa y que sabe a paraíso. Es tan apreciada que su cultivo es un autentico trabajo de orfebrería.
Los especialistas manipulan la vainilla durante meses antes de ver su magia por primera vez. Con un pequeño palo de madera, se retira el polen de los estambres y se introduce con delicadeza dentro de la flor, cerrándola después. Es necesario esperar nueve meses antes de la recolección y, al terminar, hay que secarlas al sol durante dos horas al día, ya que el resto de la jornada deben permanecer en recipientes cerrados. Mientras las masajean para extraerles todo el agua que les quede. Para terminar, las guardan en la penumbra, como si fuese un buen vino, y allí se quedan, en un lugar fresco y seco.
Poco a poco, el aroma y el sabor empezarán a surgir. En sus semillas de polvo negro se encuentra la esencia, el verdadero sabor a vainilla. Mientras que en las vainas este se pierde –aunque no del todo-. Por ello, se utiliza para platos, aceites, etcétera.
Si quieres un kilogramo de vainilla polinesia, te verás con media tonelada de vainas más, y con 3.000 euros menos.
En fin. La naturaleza es lo que tiene.