Un buen amigo solía repetirme una máxima que había aprendido de su padre, uno de esos señores que en las fotos en blanco y negro de los años cincuenta tenía el porte de un aspirante a estrella de la Warner Bros. “Todo hombre debe tener un barbero, un barman y un sombrerero de confianza”, le decía. Eran otros tiempos, claro. Ahora las barbas están de moda y lo light y cero cero arrasa entre las nuevas generaciones. Sin embargo, el tocado masculino parece estar remontando. A los sombreros le pasa un poco como al western, que se lleva décadas decretando su defunción, pero siempre acaban volviendo, aunque sea a fogonazos (de Colt 44, por supuesto).
Cualquiera puede usar gorra o sombrero, no importa la circunstancia (salvo bajo techado, que hay que descubrirse; siempre). No es necesario ir de figuración distinguida. Algunos valientes hasta los conjuntan con ropa deportiva (no entraremos en la cuestión aberrante de usar ropa deportiva cuando no se va a hacer deporte). Eso sí, un sombrero no es una camisa blanca, es decir, no se lo pone uno como si tal cosa. Es cuestión de estilo, como cantaba Frank Sinatra en ‘They Can’t Take Away From Me’.
El Viejo Ojos Azules gozaba del virtuosismo de tener un sombrero horrible entre las manos y, cuando se lo calaba, lo hacía con tanto estilo que aquella terrible prenda adquiría un encanto inquebrantable. Usar sombrero te hace sentir especial. No mejor, en absoluto. Solo diferente. Como los niños que renegaban de su uniforme ante los gritos de su profesor en “Another Brick in the Wall, Part 2”, de Pink Floyd.
Siguiendo el sabio consejo de mi amigo, yo tengo mi sombrerero de confianza. Fran Mateos se llama, y junto a su padre –don Francisco– regenta Yoqs, una sombrerería que abrió sus puertas en el 13 de la calle Hortaleza de Madrid hace ya cincuenta años. Fran me vendió el sombrero que lucí en mi boda, y el que hoy llevo en mis conciertos; y sobre todo, puso en mis manos mi primer Stetson –son tienda oficial en España de la legendaria casa estadounidense–, allá por 2017, y aquel día paseé Gran Vía arriba con el orgullo de haber cumplido una de las grandes ilusiones de mi abuelo Manolo, el hombre que mejor sabía llevar un sombrero en Sevilla; pero esa, como diría Kipling, es otra historia.
A veces paso por Yoqs para dejarme tentar por algunos de los sombreros o gorras de su delicioso escaparate con sabor a Hollywood clásico (y, por cierto, recuérdese: si tiene visera, por pequeña que sea, es gorra, no boina); en otras ocasiones, sencillamente, entro a saludar y entablamos un rato de charla como buenos #hatlovers. Es una delicia estar en un templo de los sombreros y poder hablar sobre Johnny Cash con el padre y sobre Gene Kelly con el hijo (es que Fran, además de sombrerero algo loco, también canta jazz y lo baila). Fran ha revolucionado las redes con sus vídeos sobre las últimas novedades que llegan a su tienda, además de ofrecer consejos y recomendaciones para que el público le vaya perdiendo el miedo, poco a poco, a salir por la calle con gorra o sombrero.
“Los rojos no usaban sombrero”, rezaba aquella campaña –digna de un Premio Sol o un León de Oro– de la hoy desaparecida sombrerería Brave, en el número 6 de la calle Montera. Tal y como anda el ambiente político, igual Fran debería tirar de un eslogan parecido. Aunque, por suerte, prefiere poner de relieve las evidencias: un sombrero o una buena gorra dotan de clase y distinción a quien lo porta, con toda la modernidad de la que sigue haciendo gala Bogart en la pantalla cuando se toca el ala,antes de acariciarle la nariz a Ingrid Bergman y soltarle aquello de “Here’s looking at you, kid”.
Como el barman y el barbero, también el sombrerero, al menos el mío, debe tener esa capacidad, hoy tan en desuso, de saber escuchar y de colocar en el sitio preciso el comentario adecuado. Y siempre es una experiencia placentera, como un masaje en los pies tras una jornada en Ikea, dejarse aconsejar por un buen sombrerero. Que tome tu cráneo como el que lee el futuro en una bola de cristal y te recomiende tal tipo de ala, de diseño o de material para esa época del año.
Creo que tengo en casa ocho sombreros y una veintena de gorras. Y como con las guitarras y los libros, mi chica se pregunta cuándo serán suficientes, cuándo le daréun descanso a la tarjeta de crédito. Entonces sonrío y pienso que no puede pillarme en esas, porque yo soy un tipo con clase, por eso uso sombrero y siempre pago en efectivo.