Opinión Salvador Sostres

Tramendu, una nobleza innata

Hace tres meses que ha abierto la brasería Tramendu, tan directa, tan sencilla, tan sincera. Es una brasería que conserva la inocencia de las cosas buenas. Los que trabajan en ella son también buenos e inocentes y procuran que los clientes nos vayamos también imbuidos de estos dos sentimientos. Tramendu es una brasería para buenas personas y también para personas no tan buenas que de repente entienden que necesitan ser redimidas.

Lo que se come es reconocible, de alta calidad, sin metáfora. Todo cocinado en su punto, sin excesos ni elementos que distraigan de lo esencial. Mauro Darder, que no es menor de edad pero casi, no es el dueño de la casa pero lo parece: por su autoridad, por su perfeccionismo, por la gracia y humildad con que trata a los clientes. Del mismo modo, Marina y Areeba sirven la sala, siendo tan jóvenes, con un aire maternal, umbilical a través del que no sólo te sientes bien tratado sino acogido, aceptado, perdonado.

Comer importa pero es lo que menos importa desde que el El Bulli cerró. Cuando vamos a un restaurante -si no es alta cocina creativa, que se mueve en otros parámetros- damos por descontado que comeremos bien o por lo menos lo que nos gusta. No es que sea un asunto menor pero lo que marca la diferencia, lo que nos hace cruzar la ciudad para ir es la delicadeza de un trato, la prerrogativa benigna que raramente puede educarse y por supuesto no puede exigirse. Depende del material del que está hecha cada persona, y estos tres jóvenes (sin desmerecer al resto, a los que no he tratado) poseen una nobleza innata, una bondad honda, preciosa, que cuando la notas te vuelves adicto y no quieres estar en ninguna otra parte. Los tres, sin ser los propietarios, ni familiares de los propietarios, defienden la casa y al cliente con una hermosura que hacía tiempo que no veía ni en un restaurante ni en ninguna otra empresa. Hay una ilusión por hacerlo bien, un ímpetu, un deseo de agradar que está muy por encima de lo que esperas encontrar en una casa de comidas de La Bordeta.

Nunca sabes dónde vas a encontrar la luz que de repente lo ilumina todo. Nunca sabes ni dónde ni bajo qué forma. Deambulo por la ciudad en busca de ese algo y pasan días y semanas y meses sin que nada especial suceda, de decepción en decepción, recorriendo infinitas casas de mediocridad como puestas en fila en un pelotón de fusilamiento y el fusilado soy yo. Se me va la fuerza, se me va la salud, se me va el dinero pero nunca se me va la esperanza y es por eso que continúo buscando hasta encontrar el inmerecido gran premio.

La brasería Tramendu, con este nombre, esta ortografía y en esta calle, es donde me alegro tanto de haber ido a parar. Tardo 45 minutos en ir y una hora en volver, siempre andando. Es un viaje feliz, militante. No es un restaurante, es una decisión. De mi barrio tranquilo, tan rico, pero con todas las cocinas del desinterés y el desprecio, bajo a La Bordeta, que más que otro barrio parece otra nación, hasta esta casa de una cortesía imposible, inédita en Sarrià o en Sant Gervasi, donde el público tan tacaño, inculto y deshonroso recibe en los restaurantes exactamente el trato que merece. Como si me metiera en un cuento de criaturas extraordinarias y encantadas, abro la puerta de Tramendu.