Daniel Montes, madrileño de 35 años conocido en sus redes sociales como The Gourfather, es, además de maestro, cocinero y creativo, un apasionado del placer. Los textos que acompañan sus ilustraciones son un reflejo de la estrecha relación que hay entre su intimidad y el mundo de la gastronomía.
“Vivo sólo a través de sensaciones y escribo y trabajo sobre ellas. No hay pensamientos detrás, sólo recuerdos, placer, decepciones, pasiones y comida, siempre comida. Comer es un acto de rebeldía contra las malas sensaciones y yo, rebelde sin causa, cocino, escribo y pinto mis pequeñas revoluciones”, así es como se define Daniel, y así es su trabajo.
StreetXO
Chupar es una suerte que no todo el mundo tiene el gusto de disfrutar. Es una cualidad que esquivan los más puristas, esos que rechazan cualquier cosa que suene a lujuria no consagrada. Yo, que disfruto de lo impuro y si pudiera dejaría que la comida me chorrease hasta los codos para chupármelos también, no puedo obviar dos platos que infartarían a cualquier snob de la gastronomía. Si de chupar y mojar va la cosa tengo un especial affaire con el chili crab de Streetxo. No hay mejor bañera para los dedos y el pan, que su salsa picante. Pero si hablamos de chupar nada como darles un buen morreo a las lenguas de pato del restaurante Guo Rong (en Usera): un appetizier que debería entrar en las categorías de Pornhub. En el chupar y el mojar todo es empezar.
LaTasquita de enfrente
“Menos es más” reza la filosofía del Restaurante La Tasquita de Enfrente en Madrid. Si hablas con Juanjo y Nacho (las cabezas visibles) la palabra “producto” es tan omnipresente como Dios, es su Dios. Mi hermana es de un producto: los huevos. Distingue más de tamaño que de calidad, pero de lo que si sabe es de savoir faire, a pesar de que ella nunca los haga. Así pues, savoir manger. Inmediatamente después del nacimiento de su hijo, los momentos felices en la vida de esta “ovo demente” se pueden medir por la cantidad de yema en los dedos al mojar. En su oración está una buena puntilla, una yema sin cocerse, nada de babilla a su alrededor, pan caliente y Amén. Algunos domingos no eran del Señor, sino de la señora madre que se levantaba jacarandosa y preparaba felicidad para desayunar: huevos fritos, chorizo frito y pan recién descongelado. Menos, es más.
Fratelli Figurato
Jugar es un placer que no he dejado de practicar. Cuando era niño mi imaginación anulaba la realidad, me sumergía en mundos sin demasiados colores invadidos por ideas locas por las que, a veces, me dejaba ahogar, como si se tratase de una película del Estudio Ghibli. Después venía la realidad cargada de consecuencias y la muy poco paseada o lanzada zapatilla de mi madre. Ahora, con más responsabilidades e igual de inmaduro, asumo que vendrá una buena hostia, pero he aprendido a llevaras con orgullo.
No hay nada más satisfactorio que una hostia merecida y disfrutada. Una leche de esas que solo se cura con una buena pizza de Fratelli Figurato. Una de esas que se deshacen en el centro pero que su borde está lleno de burbujas, que los aderezos son buen embutido sin hornear y un chorrito de aceite.
Sarna con pizza, no pica.
Aponiente
En el arte, la búsqueda de la esencia es una premisa en la madurez de los mejores artistas. Miro a mi alrededor y soy incapaz de vislumbrar el más mínimo esbozo de esto. Todo se ha ido convirtiendo en un paisaje rococó y costumbrista. Nos hemos conformado con las mismas luces, el mismo enfoque y los mismos colores. Si hago scrolling de mis últimas vistas y miradas parece como si se hubiese colado un algoritmo en mis ojos o un instagramer en el cerebro. Y lo que es peor: un censor en el alma. Borreguitos de la tendencia, nos sobresaltamos cuando debemos pagar por la esencia sin saber que a veces la hemos saboreado.
Mirando a poniente te pondría yo Ángel por haber tamizado de la vida lo esencial: el agua. Y a levante te pondría mirando para que expliques que no hay nada que se parezca más al amor que el mar.