Domina el humor con tanta maestría que ya se ha convertido en todo un referente televisivo. Conquistó al público con programas como La hora chanante, en la que participó con Joaquín Reyes, Muchachada Nui o Museo Coconut. Pero también ha realizado cortos y películas como Balada triste de trompeta, de Álex de la Iglesia, o Campamento Flipy y Ozzy, una divertida película española de animación en la que el actor interpreta al director de una residencia de lujo para perros que se estrenará el próximo 14 de octubre.
Nosotros, a espera de que se estrene, charlamos con Carlos para descubrir cuáles son sus gustos a la hora de sentarse a la mesa.
- Tu comida favorita es…
Los huevos rotos con chorizo –o, por extensión, cualquier cosa con patatas fritas (O, por extensión mayor, cualquier cosa frita; siempre me ha fascinado lo bien que se vende a sí misma la grasa, lo mucho que hace por seducirme, por generarme endorfinas y llevarme a niveles de placer que, por ejemplo, la fruta no contempla. ¿Por qué ocurre eso? ¿Por qué la fruta no se molesta un poco más en resultarme atractiva, en crearme adicción?)–.
El arroz a la cubana ha quedado finalista. Ya para platos mínimamente exóticos tendríamos que llegar al puesto 16º ó 17º, donde quizá encontraríamos tempura de verduras.
- ¿…y la que más detestas?
Tengo una gran lista negra. Soy muy melindres para comer, pero el queso está a la cabeza de lo que más me repugna, seguido de otros derivados lácteos, como la cuajada, el yogur o las salsas con nata. Tampoco soporto la comida que conserva la forma animal: no puedo ver un nervio, un hueso, sebo, espinas o cabezas de pescado. No me gusta que la comida me mire desde el plato, necesito comer abstracciones, aunque la calidad sea peor. Por ejemplo, nunca me comería unas costillas o unas chuletas, pero puedo atiborrarme a salchichas (y no de las de charcutería, llenas de tropezones y texturas grumosas, sino de las de frankfurt, esas que son perfectas, homogéneas, como de arcilla). Ya no hablemos de casquería, que para mí es comida de posguerra. No puedo con el marisco. Tampoco me gustan el jamón ni la morcilla. No soporto el salmón, ni las anchoas (¿Por qué esa necesidad de las anchoas con contagiar con su sabor todo lo que tocan? ¿Qué complejos tratan de compensar?). Y si parto una tortilla y encuentro moco, se me corta la digestión, igual que si abro un solomillo y está rosa.
- Si pudieras elegir, ¿qué comerías ahora mismo?
Siempre es buen momento para unos hongos al ajillo.
- ¿Recuerdas cuál fue el primer restaurante que visitaste?
¿Me estás diciendo en serio que alguien lo recuerda?
- ¿Y ese al que volverías sin parar?
Vega, en la calle Luna 9 (Madrid). Un vegano maravilloso.
- Ahora, uno que no recomendarías ni a tu peor enemigo.
El restaurante Edén, en Camino Viejo de Leganés 31 (Madrid). Consiguen aunar forma y fondo: dan un trato extremadamente desagradable al cliente, pero sin que eso vaya en detrimento de la mala calidad de sus platos. El camarero pretendía, enfadado, que me tomara un té en vez de la manzanilla que había pedido porque «ya había abierto el sobre». Y la pechuga de pollo sabía a pescado. La cocina moderna debe tener un límite.
- Un sitio por conocer.
Un asiático en Manuela Malasaña 5 que se llama Xin. Está muy bueno, es muy asequible y, lo mejor de todo, no va mucha gente. Y me gustaría que siguiera así, conque no os toméis muy en serio esta recomendación. A la hora de elegir restaurante prefiero la tranquilidad a la cocina. Y me pone de mal humor la gente que dice «si no hay gente, estará mal». No, joder, también puede ser la tapadera de algún negocio ilegal y por eso no lo publicitan más.
- Tu bebida favorita.
¿Para acompañar la comida? Los típicos vinos que un somelier te escupiría a la cara: un Lambrusco, un Moscato… esos vinos como de niños. Con el Champagne me pasa lo mismo, el que me gusta es el barato de los chinos, el dulce.
- Tu primera copa fue de…
Cerveza. Tenía 4 años y, según me cuentan, aproveché un descuido de mi hermana para vaciarle el vaso. Mi primera resaca. Me debió marcar, porque no he vuelto a probar la cerveza, que siempre me ha sabido a agua sucia.
- …y la última?
Ayer me tomé un licorcito de manzana a los postres.
- El plato que mejor te sale es…
Te voy a poner en situación: llevo 6 años viviendo en mi piso y encendí la vitrocerámica por primera vez hace un mes. Fue para freírme un huevo. No sé si necesito seguir hablando.
- Una película / espectáculo / libro que te dé hambre
Malditos bastardos. Sueño con probar el apfelstrudel con nata agria que detalla y saborea Christoph Waltz. No un apfelstrudel cualquiera, quiero ése.
- Una película / espectáculo / libro que te revuelva el estómago.
El gore me encanta, cuando una película me revuelve el estómago suele ser porque me pone en contacto con planteamientos éticos de difícil digestión para mí. Por ejemplo, las películas en las que mueren animales de verdad o los documentales en los que se muestran abusos de poder. Hace poco vi las dos primeras entregas de Mondo cane, el conocido documental sensacionalista que puso de moda el acercamiento a las diferentes culturas del mundo por medio de imágenes explotation. En una escena, una tribu africana mataba a garrotazos a una manada de jabalíes. En otro momento, los pescadores de una isla se vengaban genéricamente de un tiburón que se había comido a un niño de 12 años pescando a otro de ellos, incrustándole en la garganta varios erizos de mar y devolviéndole al agua para que muriera agonizando lentamente. En la segunda parte, se muestra el suicidio del monje budista que se quemó a lo bonzo en 1963, o la imagen de varios niños obligados a mutilarse para pedir limosna. Varias partes de la película tuve que pasarlas sin mirar.
- Un aroma o recuerdo sensorial de la infancia.
El sabor de las bollinas, unas tortas dulces de harina que hacía mi madre algunos domingos. Las tomábamos con azúcar o mermelada. Eso y la Pantera rosa. Costumbrismo e industria.
- ¿Qué pedirías en tu última cena?
El nuevo McFlurry de praliné del McDonnals. Sólo eso haría que mereciera la pena.
- ¿Qué tres cosas no faltan nunca en tu nevera
Mi nevera suele estar vacía, pero lo que más aguanta son unos sobrecitos de ketchup de alguna casa de comida rápida, un bote con salsa de soja y una litrona que alguien trajo hace como tres años. Igual debería ir pensando en tirarla.
- ¿Qué plato no soportabas de pequeño y ahora te encanta?
La tortilla de patata (con ajo y bien cuajada), o una parrillada de verduras (con aceite de trufa).
- ¿Con qué actor o director te gustaría compartir una cena? ¿Por qué?
Con Tarantino, por el puro placer de oírle hablar de cine. He oído que le gusta chuzarse, y yo no aguanto más de tres copas. Bueno, también sería una anécdota tener que acompañarle a coger un taxi borracho. Cualquier cosa que él me diera estaría bien.
- ¿Y a cuál darías calabazas?
No soy tan grosero como para negarle una cena a nadie. Pero, por ejemplo, el interés que me despierta Luc Besson suele tender a cero.
- En Ozzy das voz a Mr. Robbins en un mundo de perros. ¿Probarías una lata de comida canina o el ‘método’ tiene un límite?
Esos actores tan comprometidos con su profesión que tienen que sufrir de verdad… ¿Eso es bonito? Yo soy más de Lawrence Olivier, que le dijo a Dustin Hoffman durante el rodaje de Marathon Man que para simular estar cansado no hacía falta pasarse la noche despierto, sólo actuar (la típica anécdota que probablemente sea completamente falsa y que toda la profesión citamos a la primera de cambio en plan sabihondo).
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©RobertoÁlamo