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No es Pascal Moscheni (Auckland, Nueva Zelanda, 1985) todavía un ibicenco de pura cepa. Sí es, en cambio, un enamorado de la isla pitiusa, en la que adquirió casa hace apenas un año, cerrando así uno de los círculos insulares más extremos que se puedan realizar en la vida: nació en Auckland, la más grande –aunque no sea capital– de las ciudades de Nueva Zelanda, y reside actualmente en Ibiza, casi la antípoda perfecta de su lugar de nacimiento.
DJ y empresario, hijo de argentino y francesa, Moscheni posee pasaportes neozelandés y francés, pero vivió en su adolescencia y primera juventud en Madrid antes de comenzar a trabajar como diseñador de moda en Milán. Ahora, Ibiza –donde vive con su pareja, la artista Miranda Makaroff– es su hogar. Del exotismo de la Isla Norte del remoto país oceánico pasó al cosmopolitismo de la mayor de las islas Pitiusas. “Vivir en Nueva Zelanda me encantó –recuerda el DJ–, me parecía ‘lo más’. Es como recibir permanentemente una ‘masterclass’ de respeto a la naturaleza, previo a todo este movimiento de conciencia global de cuidar la naturaleza, de no consumir de más, de reciclar, que hay ahora. Eso existe en Nueva Zelanda desde siempre. El aprecio hacia la naturaleza es parte de su cultura: los maoríes establecieron las normas de un modo de vida que es como si predominase el bienestar de la isla antes del tuyo. Es una utopía en el mundo”. Vivir ahora en Ibiza es, para Moscheni, como un regreso inconsciente al “punto de partida”, a otra isla “casi utópica”. La diferencia estriba en que “la complejidad de Nueva Zelanda es que está muy lejos, pero una vez que llegas, puedes vivir. Las complejidades de Ibiza son otras: conseguir hogar, por los precios y su, entre comillas, ‘sobreexplotación’”.
La primera vez que llegó a Ibiza fue hace tiempo, invitado por un amigo, y tardó unos cuantos años más en regresar. “Cuando volví a Ibiza por decisión propia, a pasar unas vacaciones, fue cuando realmente entendí lo que me gustaba de Ibiza y por qué me atrapó tanto –explica–. Lo primero es la naturaleza y su posición geográfica: lo veo casi como una micro Nueva York flotando en medio del Mediterráneo y me gusta esa bipolaridad que tiene Ibiza, que en octubre cierren prácticamente la persiana y apaguen la luz y luego, a principios de mayo, la vuelvan a abrir y entre de repente un montón de gente como si se estuvieran produciendo los descuentos del 30% del Black Friday, pero en el aeropuerto de Ibiza. Me gustan los extremos e Ibiza es extrema y bipolar. Disfruto de ver, por un lado, a las personas a las que les gusta, exagerada y ostentosamente, que las vean y, por otro, el contraste más absoluto con las personas que vienen en caravana o tienda de campaña y se esconden en el bosque. Todos viviendo en la misma área, flotando en medio del Mediterráneo, con el mismo objetivo de venir a disfrutar, pero siendo polos completamente opuestos”.
Aunque la primera profesión de Moscheni fue la de diseñador de moda –y se ganaba bien la vida trabajando en Milán, formando parte del equipo de Neil Barrett– la música era un elemento crucial en su existencia. “A los 10 o 12 años empecé a descubrir el hip hop, con cosas muy ‘mainstream’ como Cypress Hill o lo que llegaba a la MTV. No imaginaba que me fuera dedicar a la música, pero empecé a desarrollar mi gusto. Cuando realmente flipé con la música fue en una discoteca de Madrid que se llamaba Coppelia 101, en la plaza de los Mostenses. Era muy ‘underground’, o al menos lo era para lo que yo había experimentado hasta entonces. Entré y todo era extremo, con la música industrial y electrónica y la forma en que se vestía la gente o los tíos maquillados. Me petó el cerebro. A partir de ahí empecé a consumir música sin parar y decidí que debería aprender a pinchar”.
Estando trabajando ya en Milán como diseñador, fue donde se compró su primer equipo y empezó a pinchar de forma amateur: “Una chica que tenía una hamburguesería me preguntó si quería pinchar en su aniversario o cumpleaños, no recuerdo bien, y así empecé. Pinchaba en lo que saliera, por diversión, porque sí”. Después, su novia, que le venía a visitar a Milán desde España los fines de semana, le dijo: “estás toda la semana trabajando en esta marca por el sueldo, pero estás deseando que llegue el fin de semana para ir a pinchar a los eventos para los que te han contratado…”. Y comenzó a profesionalizarse en este ámbito, combinando sus dos pasiones, la música y la moda, creando el marco sonoro para desfiles, terreno en el que terminó haciéndose un nombre como dj.
Finalmente, con otro socio, el compositor, productor y DJ madrileño Miguel Barros “Pional”, creó el estudio de producción musical PamPam, en el que elaboran infinidad de proyectos musicales y de ambientación musical para marcas como Mercedes Benz, Adidas, Loewe, JW Anderson, Issey Miyake o Tiffany’s.
“Yo soy DJ –explica Moscheni–, pero también tengo un estudio y agencia de producción musical con un equipo de músicos muy versátiles que nos adaptamos
a cualquier necesidad de nuestros clientes. Como copropietario en PamPam mi función está más del lado de acompañar al cliente. Además, el DJ no necesariamente tiene que ser un buen productor y el productor no tiene por qué ser necesariamente un buen DJ”. Para uno de sus últimos proyectos, Moscheni ha recuperado otra de las cosas que hace bien: diseñar. “Hace un año le dije a mi manager, Jaime Durán, de Mambo Creatives, que quería volver a diseñar prendas y al cabo de unos meses surgió la oportunidad de hacerlo para Neutrale: acabo de hacer una colección cápsula inspirada en las tiendas de souvenirs de Ibiza. Recopilé una serie de gráficas típicas y las tuneé para crear una serie de camisetas, pantalones y gorras que se va a lanzar a finales de junio”.
Estando como estamos en Tapas no podíamos acabar la charla sin algo relacionado con la restauración y le cuento a Moscheni la anécdota del recientemente fallecido compositor japonés Ryuichi Sakamoto, que solía ir a comer habitualmente a un restaurante japonés de Nueva York del que le encantaba la comida… pero dejó de ir porque la música de ambiente que ponían le horrorizaba. Sakamoto se decidió a enviarle un correo electrónico al dueño del restaurante, contándole sus motivos para dejar de ir y ofreciéndose para crear listas de escucha…
Moscheni, que desconocía la anécdota, sí considera que la música de ambiente en los restaurantes “es im-por-tan-tí-si-ma y me he encontrado en situaciones como la de Sakamoto. No he hecho lo que hizo él de ofrecerse a poner una playlist musical, pero si nos hemos sentido incómodos, mi grupo de amigos y yo, porque la música realmente no reflejaba el nivel de la comida que había servida en el plato. Si vas a un lugar que hay una muy buena comida, te esperas que la música o el gusto musical de la ambientación esté al nivel del precio y de lo que se está ofreciendo y hay veces que es terrible. Además, cuando estás en un restaurante, la música debe ser un acompañante de la experiencia, no un protagonista. La música tiene que ser algo sutil que percibibas mientras estás disfrutando de una comida rica con amigos, pero que no sea el líder de la atmósfera: tiene que encajar bien con toda la experiencia. ¡Es horrible cuando vas a un lugar en el que tienen muy mal gusto musical o la música alta! Me parece mal y una razón para no volver. Con PamPam hacemos también este tipo de servicios para hoteles, para tiendas de ropa. En cualquier establecimiento comercial la música es primordial”.