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Como Jairo Perera Viedma (Santa Coloma de Gramanet, 1975), le deben conocer en su casa a la hora de comer, porque como en realidad le conoce todo el mundo es como “Muchachito”, con apellidos tan contundentes como Bombo Infierno. Ahora presenta nuevo disco, Qué puede salir mal, su quinto álbum, con el que rompe un silencio discográfico que duraba desde 2016, cuando publicó El Jiro. Su rumba suena ahora a fiesta de carnaval en Nueva Orleans.
Qué puede salir mal se ha creado siete años después de El Jiro. ¿Por qué decidiste volver a formar tu banda?
En realidad, yo no he formado la banda: las bandas se forman solas, y en este grupo hay gente que lleva conmigo cuarenta años. Otros están desde hace veinte y otros acaban de llegar. Hay una cosa que es muy nuestra, que es la cercanía, y la cercanía se rompió con la pandemia. Los camerinos se convirtieron en lo más aburrido del mundo. Antes de la pandemia yo he llegado a tener 700 personas en un camerino. No todos a la vez, pero por ahí pasaban una noche 700 personas y la juerga duraba hasta pasadas las 4 de la mañana.
Para nosotros es necesaria la cercanía, el estar todos juntos y compartir. Sin compartir, la música es muy distinta. Se puede comparar con el hecho de comer. Comer solo, salvo para los que ponen la foto en Instagram o en las redes, no es lo mismo que comer con cuatro personas. ¡Eso es la hostia! Uno pide una cosa, otro pide otra y nos lo damos a probar… El compartir es vital, tanto para comer como para la música. Sin embargo, durante la pandemia cada vez que íbamos a tocar nos encontrábamos con más normativas y con cada vez más aburrimiento. Todo era una ruina, pero había que salir igual al escenario. De ahí salió lo de “¿qué puede salir mal?”. Había que tirar para delante, sí o sí. Esa es la actitud.
Imagino que la de este año será ya una gira como eran hasta la pandemia…
Las canciones que he hecho están muy pensadas para la banda. Son canciones para poder tocarlas con mi gente. Para más adelante tengo preparado ya otro disco, muy íntimo, que se titulará Cuando el perrico se queda solo, en el que hablo de las cosas que siento, de gente a la que echo de menos, de cosas más sencillas y de cosas más serias. Cuando hago algo sé cómo separarlo, porque no es lo mismo contar la historia que le estás contando a alguien en el bar, que cuando la reflexionas solo en tu casa. Cuando le cuentas algo a un colega, tú mismo le quitas hierro. Qué puede salir mal lo he hecho pensando para tocarlo con mi gente y, sobre todo, divertirme. Es muy vitalista y muy irónico.
El sentido del humor es necesario: es medicina. Yo estaba encaminado hacia el otro disco, el introspectivo, pero en esas apareció David Marqués, que se puso muy pesado para que le hiciera el tema principal de su película El club del paro. Ahí tenía que meterle humor y me volvieron a entrar las ganas de hacer música con ironía y sentido el humor y arropado por esa banda con vientos y ese ambiente de Nueva Orleans: allí hacen los entierros con música triste en el desfile, pero cuando regresan del entierro ya ha estallado la fiesta, porque los que se quedan necesitan esa terapia. Reír en un entierro es necesario.
¿Qué recuerdos tienes de esos supergrupos, el G5 y La Pandilla Voladora, que montasteis entre amigos a principios de este siglo?
Son, por así decirlo, dos grupos fantasma en los que he participado: no existían realmente, eran reuniones de amigos, y eso es lo guapo de esa historia. Primero nos juntamos en el G5 con Kiko Veneno, Tomasito y Los Delinqüentes porque nos admirábamos mucho unos a otros. Kiko es el maestro de todos nosotros y le llamábamos Doctor No, porque si todo el mundo está de acuerdo en algo, él está en contra, y si todo el mundo está en contra, él está a favor. Tiene una visión de las cosas más moderna que el resto de nosotros que somos más jóvenes que él. Después hicimos La Pandilla Voladora con Tomasito y El Canijo (de Los Delinqüentes), porque Kiko no podía, y nos juntamos con Albert Pla y Lichis (líder de La Cabra Mecánica) para hacer un par de conciertos que luego fueron más.
Hay una historia curiosa sobre el nombre de La Pandilla Voladora…
El nombre viene de cómo se hacían llamar los piratas más famosos del siglo XVIII cuando se juntaban de vez en cuando y hacían parte de su trayectoria juntos. Pero después cada uno tenía su barco y su historia y capitaneaba a su manera; pero cuando estaban juntos eran “la pandilla voladora” [The Flying Gang, en inglés]. La pandilla voladora la creó Benjamin Hornigold, que era el mentor de Edward Teach, “Barbanegra”. Nosotros, al principio, nos íbamos a llamar Hambre, pero ganó La Pandilla Voladora, porque nos juntamos para hacer una parte del camino juntos y después nos separamos… para recuperarnos los cuerpos [risas].
Tampoco estaba mal el nombre de Hambre. Imagino que porque sois más de beber que de comer…
Hemos tenido momentazos con la comida, porque a todos nos gusta comer. ¡Y nos gusta comer bien! ¡Y nos gusta beber bien! Lo más gracioso es que con Tomasito, cuando la mesa ya está preparada, te desaparece el tenedor sin que te des cuenta. Él está de pie, yendo de acá para allá y resulta que se lleva los tenedores de todo el mundo. Él es el que come menos del mundo: está como un pajarito. Albert Pla, en cambio, es un cocinero brutal. Cuando la gente va a su casa le pide macarrones, pero él es un cocinero muy delicado y con mucha sensibilidad.
Y a ti, ¿qué se te da bien cocinar?
La tortilla de papas y huevos fritos siempre las hago yo. Mi pareja cocina mejor que yo, pero los huevos fritos y las tortillas de papas son cosa mía. Es una necesidad: me voy a tocar fuera y, cuando vuelvo, lo primero que tengo que hacerme es una tortilla de papas. Es como que así sé que he llegado ya a casa.