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Antonio Vázquez Muñoz-Calero (León, 1983) representa a la perfección a la nueva generación de bodegueros: jóvenes con una amplia trayectoria en el sector del vino que se desenvuelven a la perfección en un mundo que, pese a conservar muchas de las técnicas de antaño y un arraigo más que evidente, están en constante evolución y se adaptan a cualquier cambio, ya sean los inesperados y forzados por la naturaleza, o las nuevas formas de entender el vino y el mundo en sí
Esa conexión con el presente también queda patente en su amplia visión de negocios. Lejos de anclarse en un único proyecto, Antonio es un empresario ávido de nuevos retos. Además de continuar con la bodega que heredó de su padre en 2011, Señorío de Nava, también cuenta con otras bodegas como San Cobate o VILE La Finca, diversos restaurantes y su reciente incursión en las agencias de importación de vinos. Eso sí, todos esos proyectos tienen un denominador común: el vino como punto de partida.
El vino y los negocios son tus dos pasiones. ¿Eres un apasionado del vino que ha hecho de esto su forma de vida, o un hombre de negocios que ha encontrado en el vino la actividad perfecta?
Pues no te sé decir ahora mismo si fue antes el huevo o la gallina. Mi abuelo fue un gran bebedor de vino, igual más clásico y de ciertas marcas puntuales. Creo que mi padre ya fue una persona que le gustaba este mundo, y se abrió mucho a Francia, principalmente Burdeos, también algo de Borgoña… y empezó con esas pruebas de otras DD. OO.
Y conmigo, no te sé decir muy bien si fue antes una cosa o la otra. Creo que el vino te da madurez y también el hecho de que te vaya interesando el vino, te lo suele dar la madurez. Normalmente con 18 años, te suelen interesar más otro tipo de bebidas, más que el vino. Porque el vino es algo más pausado y relajado. Volviendo al punto actual, creo que al final soy un amante del vino que tiene la suerte de trabajar en este sector, tanto en las bodegas como con la empresa que tenemos de importación (de vinos extranjeros que traemos a España, principalmente de Francia -Borgoña- e Italia -Piamonte y Toscana-). Al estar enamorado del vino, de su mundo y de su gente, es una suerte poder dedicarte a ello tanto a nivel de producción como de importación.
¿Cómo es el día a día de un empresario del vino como tú, que siempre está buscando nuevos retos?
Al final nosotros estamos presentes en varios negocios y en varios sectores. En cierto tono humorístico, al final siempre digo que soy un poco ‘todero’ (quien hace de todo), tienes que hacer un poco de todo y hay muchos días que estás viajando y fuera de casa. Uno tiende a acostumbrarse a trabajar donde se pueda, en un tren, en un aeropuerto, en una cafetería o en un hotel, donde te pille… Lo que te mueve es la ilusión. La ilusión de hacer cosas nuevas, de mejorar lo que estás haciendo, de llegar a los objetivos marcados, de que los equipos estén motivados, de que las cosas salgan…, independientemente del horario, del lugar o del viaje.
Cuentas con diversas bodegas, estás metido también en restauración y ahora con la nueva empresa de importación…, ¿algún otro proyecto más relacionado con el vino a la vista?
El más reciente ha sido lo que te comentaba justo antes, empezar con esta agencia de vinos. Creo que ahora tenemos que consolidar ese proyecto, que lleva mucho trabajo. Hay que viajar a restaurantes extranjeros, hablar con muchos gobiernos, catar muchos vinos, ver qué se puede traer a España y qué puede funcionar. Obviamente, no es un momento fácil en muchos aspectos. Y creo que en los próximos dos años, también habrá que consolidar el resto de las marcas, junto a este proyecto. Y, por supuesto, estar a la expectativa de los cambios continuos que hay. Pero seguiremos ligados de una u otra forma al mundo del vino.
Si hablamos de tu bodega más antigua, Señorío de Nava, ¿en qué momento se encuentra y hacia dónde va?
Ahora mismo en Señorío de la Nava es donde tenemos más ilusión, porque es donde más esfuerzo hemos hecho en el cambio general y que más se va a notar en los próximos años ese cambio, tanto en los vinos de Ribera como en Rueda, con dos grandes novedades. En Ribera hacemos un blanco hecho de uva albillo, que es una de las uvas que hay en Ribera. Y luego hacemos roble y crianza y ahora un Reserva nuevo que saldrá al mercado en las próximas semanas, también Señorío de Nava, pero bajo la marca Dominio de Nava.
Luego tenemos otro proyecto nuevo que acabamos de lanzar, también en viñedos en altura, en las zonas que son mezcla de viñedos entre la zona de provincia de Burgos y Soria. Se llama Fuentenebro. Esto lo va a distribuir Alma Vinos Únicos, una gran distribuidora muy conocida a nivel de vinos de calidad en España. Es otro proyecto muy ilusionante, con vinos de la parte más fresca de Ribera, y muy bebibles. Aunque no sea la expresión correcta, siempre me gusta definirlos como vinos simpáticos, es un vino que te gusta beber, que te gusta repetir. Cuando dices: “Oye, pues este amigo es simpático”, y te gusta quedar con él porque te ríes, porque lo pasas bien. Es un perfil de vino que tiene una complejidad, porque es un vino serio, pero también es ‘simpático’.
¿Y San Cobate y VILE La Finca?
Otro proyecto un poco más personal mío de Ribera es San Cobate. Aquí hacemos un vino genérico, el vino base nuestro que es San Cobate, de una finca que está en Gumiel del Mercado, en la zona de la provincia de Burgos. Y luego hacemos tres parcelas bajo el nombre de San Cucufate, que es un poco más personal. En León hacemos varios vinos de la Denominación de Origen León. Los basamos en los dos tipos de uva autóctonas que hay en León: albarín, como uva blanca y prieto picudo, como uva tinta. Y aquí tenemos los proyectos históricos de la Bodega de León, que son los vinos tintos que hacemos con Don Suero. Y es un poco el emblema, porque fue el primer vino de prieto picudo con crianza en madera, hace 50 años.
También hacemos bajo la marca Valjunco un rosado y un blanco de Vinos del Año. En la parte del proyecto personal en León, de la mano de San Cobate, hacemos VILE La finca, donde elaboramos un vino tinto de prieto picudo y un vino blanco de albarín, los dos con crianza en madera. Valjunco no tiene crianza en madera y VILE La Finca sí.
Parece que el trabajo bien hecho se premia, porque los especializados en vino siempre coinciden en catalogar tus bodegas con comentarios más que positivos.
Creo que es un premio a muchas cosas. Lógicamente al trabajo bien hecho, pero también es un premio al equipo. Al final son unas de las bodegas que, en los últimos 7-8 años, han tenido cambios bestiales a todos los niveles. En todos los departamentos: desde comercial, financiero, enológico, de campo… Y esos cambios son lentos. Es un mérito de todo el mundo y ha sido un poco la obsesión que hemos tenido desde el minuto uno todo el equipo.
Aquí se pone de manifiesto eso que siempre comentas que el mundo del vino te ha ayudado a cultivar la paciencia…
Cuando vienes de otro sector o estás involucrado paralelamente en otro sector, siempre tienes que estar abierto a los cambios. Algunas veces para mejor, otras para peor, pero el cambio es necesario. En el mundo del vino, por supuesto, los cambios también son necesarios. Pero, desde que tú tomas la decisión y la ejecutas, el proceso es mucho más lento y complejo hasta que ese cambio llega al cliente final y recibes el feedback. Por ejemplo, en los cambios en la viña, en la elaboración del vino o en algún formato de botella. El resultado puede tardar años en verse. Por eso, hay que tener mucha paciencia. Es muy importante no precipitarse. Una ventaja en este sector es que las marcas del vino, cuando se consolidan, son muy sólidas. Y la parte negativa es que las marcas de vino tardan mucho en consolidarse. Entonces aquí la paciencia es una parte clave.
Un aspecto que os identifica en la forma de trabajar es que apostáis por la innovación a la par que rescatáis cosas del pasado. Buscáis el equilibrio entre esas dos épocas.
El mundo del vino tiene esa cosa muy bonita que al final es respetar lo que había y a la gente que ha hecho tanto por ello. Es un sector en el que se sigue respetando mucho cómo se vendimiaba antes, cómo se elaboraban los vinos, cómo se hacía todo, que tenía un mérito bestial. Y luego también está la parte de la sangre nueva y qué podemos aportar desde el respeto para mejorar y hacer cosas diferentes. No es que sólo cambie quién hace los vinos y la forma de hacerlo, sino que también hay que pensar que el consumidor cambia.
Además, tenemos una cosa fundamental que es que el clima cambia constantemente. Entonces, no es cambiar por cambiar, sino también es cambiar para adaptarse a las condiciones que hay ahora, porque en Ribera del Duero, en León o en Rioja, no son las mismas que había hace 35 o 40 años. Así que no podemos esperar que la elaboración o las formas de hacer las cosas sean exactamente igual que antaño. Porque nada es igual, el clima no es es igual, la planta no es igual…
Y es en ese camino en el que estáis vosotros.
Tratamos de buscar ese hueco para adaptarnos y dar nuestro punto de vista para mejorar lo que creemos que se puede y se debe mejorar. Si esto lo miramos con la perspectiva de dentro de 40 años, los que estén, posiblemente no hagan las cosas exactamente igual a como las hacemos nosotros. Habrá otra percepción de las cosas. Principalmente apostamos por esa parte clásica de las tipologías de uva, de fermentaciones en hormigón, recuperándolas. Nos gusta hacer muy poco aporte de madera nueva a los vinos. También nos gusta que los vinos sean diferentes, dentro del mismo estilo, pero que tengan pequeñas diferencias de un año a otro, como ocurre en los grandes vinos de Borgoña; que un año frío cambia frente a un año caliente. Dentro del mismo elaborador y la misma parcela, pues hay dos cambios. Queremos que el vino esté vivo y no nos gusta enmascarar el trabajo hecho en el campo con excesiva madera.
Ahora, además, hay más apoyos tecnológicos, está mucho más controlado cuándo vendimiar y cuándo no. Antes se decía: “Se vendimia en el puente del Pilar”. ¿Por qué? Porque venía la familia de Madrid, de Burgos, de donde sea, y ayudaban a vendimiar cualquier puente, independientemente de si la uva estaba lista o no. Por eso, también entendemos que el viajar para nosotros es muy importante; conocer otras bodegas, conocer otros productores, catar otros vinos. Cuanto más cates y más conozcas, mejor, porque al final te abre más la mente.
¿Ocurre lo mismo con el conocimiento de vino del consumidor español? ¿Crees que ha mejorado en los últimos años?
Sobre esto al final tienen más constancia los distribuidores y la gente de las tiendas, que son los que realmente tienen el contacto más directo con los consumidores. Lo que se habla ahora mismo es que es un gran momento para las denominaciones de origen más ‘desconocidas’. Muchos han ido sobresaliendo y antes no tenían tanto protagonismo. El cliente final es más infiel que nunca. Es decir, le encanta beber vino, le encanta probar, le encanta catar y visitar, pero si compra una caja de seis, compra una botella de cada, es decir, seis marcas diferentes. En la época de nuestros abuelos, eran bebedores de un vino. El que bebía Marques de Murrieta, compraba al año 300 botellas de Marqués de Murrieta y eso es lo que bebía. Compraba una barrica o media barrica y bebía un vino durante todo el año.
Ahora hay muchas más bodegas abiertas a visitas de las que había hace 35 o 50 años, con lo cual la gente puede ver las viñas y conocer las diferencias entre un sitio y otro. Esto hace que el enoturismo se haya convertido en una parte importante, y ayuda a que el cliente final esté más formado y quiera aprender más. Cada vez vemos proyectos más pequeñitos con súper vinos, con una calidad bestial y que al final te alegras un montón porque se venden muy bien.
La hostelería también ayuda a generar ese interés en la gente. Cada vez son más los restaurantes que apuestan por darle peso a la carta de vinos, como en vuestro restaurante Marcela Brasa y Vinos, de León.
Es verdad que hay proyectos de restauración que hacen una gran apuesta en el vino. Esto atrae a clientes que son consumidores más de vino y le dan mayor importancia a esta bebida. Y hace que esa rueda siga, que el restaurante siga buscando cosas nuevas para sus clientes. Y sus clientes quieren ir para ver cuáles son las tendencias y probar cosas nuevas.
Nosotros estamos en el mundo del vino y, lógicamente, le damos mucha importancia al vino. Pero para mí, la comida sin vino no es una comida y creo que tiene que tener su importancia también. Un vino se pone en valor en una buena mesa, con una buena copa, con una buena comida y, sobre todo, con una buena compañía. Siempre lo digo, si es el mejor vino del mundo pero la compañía es mala, no vas a disfrutar esa botella.
De ahí ese valor añadido del vino que se refleja en los precios más elevados en los restaurantes.
Hay que entender que en un restaurante seguramente pagas más por el vino que en una tienda. Pero te están poniendo una buena copa, te lo están abriendo, te lo están decantando… Estás compartiendo un mantel y un momento de ocio, ya sea con familia o con amigos. Y eso es importante. Es esencial que las bodegas apoyemos a los restaurantes, y viceversa.
¿Qué tres vinos de tus bodegas serían tu debilidad?
Ahora mismo te diría:
- Señorío de Nava Crianza: es un vino clásico de Ribera con un equilibrio sorprendente.
- Fuentenebro Tinto: por la fluidez del vino y su textura.
- Vile La Finca Albarín blanco: tiene una nariz muy bonita.
¿Qué bodegas o vinos te parecen más interesantes ahora mismo?
De fuera de España, sin ningún tipo de duda, los de Borgoña. Soy un gran amante de Borgoña. En España, para mí ahora mismo hay cuatro proyectos muy interesantes: Bodegas Cerrón, Diego Magaña, Artadi y Casa Castillo.