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La sal se presenta como un condimento milenario esencial para realzar el sabor de los alimentos y conservarlos, dependiendo de su tipología. Existen docenas de versiones de este mineral, en distintas formas, tamaños y colores, pero pongamos el foco en una de ellas que destaca por su gran potencial: la sal marina.
El proceso de creación es el siguiente. Los recolectores de la sal se trasladan hasta las salinas, que viaja desde océanos como el Mediterráneo hasta una galleta: un trascurso que puede durar hasta 16 meses, según recoge Delish. Partiendo de la costa, el agua del mar se concentra para ser posteriormente recogida. Esta sal se transforma en un lodo con una gran concentración de sal, tras un período de unos cuatro meses.
Lo realmente asombroso es que todo este proceso emerge de manera natural. El viento y las corrientes marinas empujan el agua por los canales, y el sol la evapora mientras se mueve en lagunas de gran extensión y poca profundidad. Un curso que dista mucho del de la sal de mesa, la cual se procesa para eliminar los minerales adicionales, mientras que la marina conserva su contenido mineral natural.
Además de la sal marina estándar molida gruesa y fina, existen otras salinas como las de Aigues-Mortes que producen flor de sal, muy apreciada en la gastronomía. Fleur de sel significa flor de sal, en referencia a la delicada capa de sal que se forma en la superficie de las salinas durante la temporada de cosecha, que consta de una estructura piramidal y apilada caracterizada por su textura ligeramente húmeda.