No hay artículo o novela de Rosa Montero que no devoremos en cuanto cae en nuestras manos. Y el último de sus libros, La buena suerte (Alfaguara), no iba a ser una excepción. Rosa, negada confesa en los fogones, con la escritura sí que demuestra la maestría de combinar ingredientes: en este caso misterio, amor, culpa, redención, humor… Veamos: un hombre que se baja anticipadamente de un tren y se oculta en un pueblo de mala muerte es el punto de partida de una historia que, pese a haber sido escrita antes de la pandemia, tiene un fuerte eco de los tiempos que estamos viviendo. ¿Será cosa del azar?
¿Existe la buena y la mala suerte? ¿O es algo que depende de nuestra actitud ante la vida?
Yo creo en la mala suerte. Hay personas que han tenido un comportamiento impecable, que han sido súper positivas, y un día salen a la calle y les atropella un camión. Hay gente a la que la vida le pasa por encima. La buena suerte, en cambio, depende mucho más de nosotros, de la narración que nos hacemos de nuestra vida. La forma de mirar el mundo, la manera de contártelo, el no darte nunca por vencido… Porque los seres humanos no somos capaces de controlar nuestra existencia en absoluto, somos peleles, sujetos completos del azar, pero lo que sí que controlamos es cómo contestamos a lo que nos sucede.
¿En tu vida has tenido buena o mala suerte?
Todos tenemos una maleta de piedras. Y la mía, al ser mayor, se va llenando cada vez más. Pero soy muy positiva, luchadora y superviviente. Y eso hace crearme una buena suerte. Tengo la fortuna de tener mucha alegría, que no tiene nada que ver con la felicidad. Es esa facilidad para el regocijo de sentirte viva, de disfrutar de los pequeños momentos y de las pequeñas cosas. Y eso no es mérito mío: debo tener una sopa química de oxitocinas muy alta. Pero también es verdad que la alegría es un hábito, un músculo emocional que puedes ejercitar.
En la novela se habla mucho de la culpa y el amor. ¿Qué sentimiento es más poderoso?
Depende del tipo de persona que seas. En las sociedades judeocristianas tendemos a culpabilizarnos por todo, por cosas absurdas. También hay gente que no se atreve a amar, a dar al amor su lugar necesario en la vida (y no sólo me refiero al amor pasional). El protagonista de la novela tiene miedo a sus sentimientos porque cree que las emociones le debilitan. Pero lo que te debilita es negarlas. Eso te mata en vida. Y aunque es cierto que amar te vuelve vulnerable, te pone en riesgo, no hay otra opción.
¿Ese miedo a amar se da más en hombres que en mujeres?
Es posible que sí. Aunque he conocido unas cuantas mujeres que también son así. Pero en los hombres se da más por el maldito sexismo. Han sido educados en el desconocimiento y en la represión de sus propias emociones. Y lo que desconoces siempre te da más miedo.
¿Por qué te costó terminar esta novela más que otras?
Me he sentido muy insegura, porque es muy original, arriesgada… Esa aparente sencillez que tiene es difícil de conseguir. Y cuando haces una novela que no tiene que ver con lo convencional, de repente sientes el doble del miedo habitual, y te preguntas: ¿no estaré haciendo una imbecilidad? Pero luego se me pasó y ahora estoy contenta.
¿Tienes una receta para enfrentarte a cada nueva novela?
Más que una receta, un método. Cada escritor tiene el suyo propio. En mi caso lo primero que se me ocurre es una imagen que de repente me emociona, que estalla en mi cabeza. Y entonces empiezo a narrar eso en cuadernitos, con pluma, siempre a mano. Después, hago con cartulinas planos de la novela, organigramas de todo. Cuando sé cuántos capítulos va a tener, el orden y lo que va a pasar en cada uno de ellos, me siento al ordenador a escribir. Y puede que en vez de 48 capítulos acabe teniendo 56 o que un personaje haya crecido muchísimo, porque la novela es un bicho vivo hasta el final. Y ahí está la gracia.
Esta novela está escrita antes de la pandemia, sin embargo, guarda ciertos paralelismos con esta situación.
Curiosamente, por esas cosas mágicas que suceden en la narrativa, la novela resuena mucho con el tiempo que vivimos. Podríamos decir que el protagonista se confina y, no sólo eso, sino que además usa todo el rato toallitas desinfectantes (risas). Y luego ya, mucho más esencialmente, es una historia de un personaje herido por el rayo de un apocalipsis personal, completamente destruido, fuera de su vida, que tiene que levantarse, ponerse en pie, reconstruirse. Y eso es precisamente lo que está haciendo la sociedad o lo que necesitamos hacer. Así que tiene unos ecos fortísimos con la situación que vivimos. Aunque son casuales completamente.
¿Crees que esta situación es un buen caldo de cultivo para los escritores?
Desde luego es una cosa tan tremenda que tendremos que digerirla y saldrá en algún momento. Lo que pasa es que los libros inmediatos que ya han salido sobre la pandemia no interesan absolutamente nada. Porque esa inmediatez la ha cubierto de una manera estupenda el periodismo, pero los libros no se hacen de la noche a la mañana.
¿El buen periodismo está destacando sobre el malo?
Estamos ahí, fifty, fifty… Porque es un momento malo para el oficio. Hay un cambio de modelo de negocio, los medios no consiguen levantar la cabeza y los periódicos y las revistas se hacen con un tercio de la gente con la que se hacían antes. Ahora los periodistas son mujeres y hombres orquesta que tienen que hacer de todo. Además, se están cargando a los seniors, porque son más caros, y contratando a juniors con sueldos de esclavitud. Y se están haciendo unos titulares demagógicos, que retuercen el contenido del artículo para llamar la atención en las redes, que se monte un escándalo y tengan más retuits y más clics. Es una desgracia.
Siempre nos quedarán los bares para ahogar penas… ¿A ti te inspiran?
En los bares y cafés se han escrito muchísimas novelas. Aunque yo eso no lo he hecho nunca. Lo que sí me parece maravillosa y única es la relación que tenemos aquí con los bares. Ocupan el lugar que en otros países ocupan las iglesias. Son el centro familiar, social y cultural del barrio. Me encantan los bares y los restaurantes. Y aunque la gastronomía no es una de mis aficiones, como y ceno muchísimo fuera porque lo que sí que me gusta es ese ritual social, ese punto de encuentro con los amigos y con la gente que quieres.
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