A Roberto Enríquez (León, 1968) hemos podido verle anteriormente participando en series como Hospital Central, Vis a Vis o El Embarcadero. Pero quedarse ahí sería ver solo la puntita del iceberg, ya que el actor cuenta con una amplia trayectoria profesional a sus espaldas (AzulOscuroCasiNegro, Hispania, Gordos…). Tanto, que si quisiéramos mencionar todos sus proyectos ocuparíamos demasiadas líneas. Actualmente protagoniza junto a Michelle Jenner La Cocinera de Castamar, la ficción que Antena 3 emite todos los jueves. Charlamos con él sobre su trabajo y sobre algunas de sus manías gastronómicas.
¿Quién es tu personaje, el duque de Castamar?
Se llama Diego y es el primogénito de su saga. Es un hombre que hereda todo un imperio y tiene que casarse para perpetuar su linaje y todas esas cosas. Su historia comienza mientras está disfrutando del glorioso momento de la victoria de los Borbones. Tiene una mujer maravillosa de la que está súper enamorado que se queda embarazada. En el momento en el que se entera ambos están cabalgando a caballo y ella sufre un accidente, muere aplastada por el caballo con el hijo dentro.
Ese es su punto de partida: se hunde en una depresión brutal, no quiere ni trabajar ni ocuparse de su palacio y solo está llorando por las esquinas. Entonces entra al palacio una oficial de cocina que por determinadas circunstancias acaba convirtiéndose en la cocinera. Lo de ella es algo que va más allá de cocinar bien, es como si cocinara para los sentidos. Y por eso y por muchas más cosas, se acaba enamorando de ella. Y ella de él. Es la historia de un amor imposible.
Cuando pierdes lo que más amas, ¿dónde encuentras consuelo?
Esa era una de las cosas que particularmente más me preocupaba. Porque la novela cuenta la misma historia pero el orden de narrarlo no es igual. La novela abunda mucho en toda esa bola de preso que va arrastrando mi personaje, pero en la ficción todo eso se cuenta en flashback. Me preocupaba que los surcos que va haciendo mi personaje con respecto a su pasado fueran profundos y que no fuera una cosa que a los dos días se le olvidara.
No sé cómo se hace porque afortunadamente a mí no me ha ocurrido, pero a mi personaje van obligándole poco a poco a salir de ese sitio. El rey le obliga a volver a la Corte y a recuperar su puesto en contra de su voluntad y su propia familia lo empuja a encontrar a una mujer, casarse y salir de la depresión. Pero nada de eso funciona hasta que conoce Clara Belmonte. Hace una transición progresiva… enamorándose otra vez básicamente.
¿Cómo se adapta una historia del siglo XVIII para espectadores de hoy en día?
Diego es un personaje bastante atípico y fuera de su época porque es un hombre que bebe de la Ilustración, de ese movimiento europeo con el que su padre ya estaba bastante alineado. Es un hombre que ve el mundo diferente frente a esa cosa casi feudal que tenían los aristócratas y los plebeyos. Y el papel de la mujer también está contemplado como el de una mujer de hoy en día. En la serie, mi padre, por ejemplo, adopta a un negro y en en vez de criarlo como a un esclavo lo cría como a uno de los suyos, produciendo ese conflicto. En la ficción, la forma de hablar, los modismos y todas esas cosas están, pero hay un adaptador muy claro para los espectadores de hoy.
La ficción habla de amor, venganza, traición, deseo, pasión… ¿A ti qué es lo que más te apasiona de la serie?
Además de que la época me parece muy atractiva, lo que más me gusta es que se centra en la Corte del Madrid del siglo XVIII (la de Felipe V). Todo ocurre en muchos sitios reconocibles de nuestra ciudad y la historia está dentro de un círculo de poder muy fuerte, España es una superpotencia. Cada personaje cuenta su historia y hay mucha ambición, muchos juegos de poder, muchos intereses, muchas venganzas, mucha seducción… Cuando tienes como los aristócratas todo o casi todo solucionado tienes mucho tiempo para practicar sexo y hacer juegos divertidos.
Y también me gusta mucho el contraste del arriba y el abajo. Están os aristócratas y la gente de abajo: la gente del servicio, los plebeyos, los que trabajan en el palacio, en las cocinas, en las habitaciones… Y en ellos también se ven reflejadas todas esas pasiones y bajezas. Cada uno con su estilo, ¿no? Y que el reparto es de lo más potente.
Sí, la serie cuenta con un elenco artístico de lujo donde Michelle y tú sois los protagonistas. ¿Cómo ha sido coincidir de nuevo con ella?
En Isabel ella hacía de la Reina Católica y yo hacía de Muley Hacén, el sultán de Granada. Entonces al ser enemigos acérrimos no coincidimos. Donde sí coincidimos fue en una película maravillosa que se llamaba Nubes de verano, hace un montón de años. Ella tendría 16 o 17 y hacía de la cuidadora de nuestro hijo, pero solo teníamos dos secuencias con ella.
Ahora que la he visto trabajar así, tête-à-tête, y luego he visto el resultado, tengo que decir que me fascina la sencillez con la que trabaja. Es como un stradivarius bien afinado, suena muy bien, todo es muy claro, muy transparente, muy concreto, muy sencillo… y a mí me fascina. Trabajando, como compañera, también es así: es muy generosa y tiene un punto incluso de timidez que a mí me parece que la hace todavía mas atractiva. Porque luego es así de guapa como todos vemos, pero también es muy guapa por dentro. Es una muy buena compañera, con ella todo es muy fácil.
¿Con cuál de tus compañeros te lo has pasado mejor en el set?
Nos lo hemos pasado muy bien en general, la verdad. Esta serie la rodamos en medio de la pandemia y desde el principio hubo un ambiente especial y muchas ganas. Ha habido muy buen rollo y me lo he pasado muy bien con mis amigos, Maxi iglesias (que es un gamberro) y Jaime Zatarain. También ha habido muy buen rollo con María Hervás, con Michelle, por supuesto, con Óscar Rabadán y con Mónica López. Con Jean Cruz, que hace de mi hermano, con Hugo Silva… Verdaderamente ha habido muy bien ambiente, de verdad.
Además, la serie tiene una estética y unos escenarios muy cuidados.
Sí, hemos rodado en unos cuantos sitios Patrimonio de la Humanidad. Creo que hemos rodado en todos los lugares que podíamos por época. En el Palacio Real no, por ejemplo, porque todavía no era exactamente como ahora.
¿Y cómo has llevado el tema del vestuario? ¿Y el del lenguaje?
En el lenguaje hay muchas cosas que se modifican porque la forma de hablar no es la misma que la de hoy, obviamente. Pero tampoco es una cosa muy ceñida… conserva ese aroma pero se comprende perfectamente. Y con respecto al vestuario, fatal… el siglo XVIII es un potro de tortura. Y las mujeres ni te cuento: con el corsé no pueden respirar profundamente, es tremendo. Yo he sufrido el potro de tortura masculino, con el que también me he quedado bastante alucinado. Llevan unos pantaloncitos que bajan por debajo de la rodilla, patéticos, y además llevan medias. El tema de las medias es bastante curioso [risas], porque o llevas pantis (con lo cual también te tienes que estar arremangando para que no se bajen) o llevas ligas… El caso es que las malditas medias o se caen o se van retorciendo. Y luego además llevaban zapatos con tacón… y cuando te hablo de tacón te hablo de un tacón grande.
Ha debido de ser gracioso…
Gracioso sí, pero cómodo te aseguro que no. Además, esta gente solía llevar una peluca blanca constantemente. Afortunadamente mi personaje solo se la ponía en situaciones oficiales, pero imagínate: la peluca, los zapatitos, las medias… una maravilla.
Con las manos en la masa
Todo apunta a que Clara Belmonte va a lograr despertar a través de su talento culinario la curiosidad de Diego, tu personaje. ¿Se te enamora por el estómago también en tu vida privada?
Se me enamora mucho por el estómago porque yo soy un gran zampador y la cocina me gusta muchísimo. Comer es uno de mis placeres preferidos, como el de todos ¿no? No se me enamora solo con la cocina, pero sí se pueden hacer muchos méritos [risas].
¿Y tú has aprendido a cocinar algo?
No, nada, porque mi personaje no cocina. Hay un momento en el que ella está haciendo una masa de azúcar y me dice que le eche una mano… Yo cojo el rodillo y le voy dando vueltas, pero le miro más a ella que a otra cosa.
No eres cocinitas entonces.
No, tengo cuatro platos que hago para impresionar la primera vez, pero o impresiono la primera o me quedo sin recursos. Aparte de que no me da placer, me estresa. Lo siento como una obligación.
¿Y cuáles son esos platos con los que impresionas?
Uno es el cocido… ¿puede haber un plato más fácil que meter las cosas en la olla? Me sale muy rico según dicen. Otro es el cordero al horno, que también es bastante fácil. Y luego hago una ensalada templada de berenjenas, con mozzarella, rodajas de tomate, aceitunas negras y albahaca fresca. Triunfo con ella. Pero no mucho más: huevos fritos, de vez en cuando me atrevo con una tortilla… Todo muy sencillo.
Michelle (Jenner) ha dicho que te has hinchado a comer durante el rodaje.
¿Eso comentaba? [risas]. Es verdad que lo comentó. Voy a retractarme de lo que dije anteriormente de Michelle [risas]. Sí, he comido mucho. Contrataron a una cocinera para hacer los platos que salían en la serie y había cosas riquísimas. En cuanto se acababa una secuencia iba todo el equipo técnico como loco.
¿Es verdad que uno de tus rituales antes actuar es tomarte una infusión de tomillo y anises?
Sí, pero lo del anís no es cierto, es tomillo y erísimo. Lo hago siempre que hago teatro. Primero hago mi calentamiento vocal y, después, empiezo a tomar la infusión. Son dos hierbas maravillosas para la laringe, aparte de que tienen un montón de antibiótico y cosas maravillosas. Lo adopté de una profesora de voz que tuve que se llamaba Lidia García, ella lo hacía solo con tomillo, pero luego yo le agregué el erísimo.
¿Y tienes algún otro ritual culinario?
Culinario no, pero suelo dejar una vela encendida en mi camerino. Y me suelo llevar dibujos de mis hijos y algún objeto personal que me gusta tener allí.
Tres cosas que no puedan faltar en tu nevera.
Teniendo niños, en mi nevera no pueden faltar muchas cosas. Por eso cuando se van de vacaciones me doy el gusto de que solo haya un limón seco y la leche caducada, todo vacío. Abro la nevera y no hay de nada, qué maravilla. Pero no pueden faltar leche, fruta y yogures, por ejemplo. Los básicos [risas].
¿Qué plato no pararías de comer nunca?
El arroz, en todas sus versiones. Me gusta la paella, el arroz caldoso, el arroz al horno, el arroz en wok… Hasta el arroz con leche me gusta. Cuando algún amigo me dice que vayamos a pegarnos una mariscada digo bueno, vale. Pero vamos a mí me haces feliz dándome a comer un buen arroz. Me vuelve loco.
¿Recuerdas alguna receta con especial cariño?
Sí, mi madre hacia varios platos que me volvían turulato. Hacía unos canelones ríquisimos. Los hacía de carne y también marineros, con pescados y gambas. Estaban riquísimos, estoy salivando. Me gustaba muchísimo. Y también hacía una tarta de manzana que quitaba el sentido.
¿Qué otros proyectos tienes en el horno?
Ahora estoy en barbecho, incluso diciendo que no a algunas cosas porque necesitaba parar un poquito e ir al dentista y ese tipo de cosas. Por delante no tengo nada y por detrás tampoco [risas].
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