En sus interpretaciones superiores y también en las menores, Robert de Niro encarna de una manera especialmente convincente la idea del poder. En “Día Cero” (Netflix) es igual de creíble en su papel de expresidente de los Estados Unidos. A veces hay que parar un momento y recordar que en realidad no lo es. De Niro en su modo de actuar se hace como cargo del gran peso del mundo. De gesticulación contundente pero nunca excesiva, sus caras de gravedad parecen velar por nuestra seguridad y nuestras esperanzas. Como político, como policía o como suegro proyecta algo que nos manda, que nos ordena, y es siempre por nuestro bien. Más importante que sus intereses parece que hay una idea de justicia universal que le guía, lo que tiene una especial gracia cuando hace de malo que parece el bueno -Corleone- o de malo que directamente es el malo como en Los Intocables.
En su última miniserie de Netflix, además de esta idea de poder, conecta con la fragilidad de su edad ya avanzada con momentos en que el personaje parece perder el sentido de la realidad. Robert de Niro también ha protagonizado películas intrascendentes, y algunas bastante malas, pero la sensación es que ha basado su carrera en cuidar de su público. Nos ha respetado. Ha hecho su camino y a su manera, ha logrado sus objetivos artísticos, comerciales y económicos y sus entusiastas hemos podido presumir de actor con la cabeza bien alta. Salvo por ser un demócrata a veces un poco furibundo, cascarrabias y sectario, ha estado siempre en su lugar. Y en el nuestro. Ha dignificado la profesión de actor y como director nos regaló el inmerecido gran premio de “Una historia del Bronx”, una deliciosa fábula iniciática sobre el carácter, el afecto, el duro esfuerzo y la peligrosa fascinación.
Como empresario, además de su productora cinematográfica, ha creado la cadena de restaurantes y hoteles Nobu, junto al chef Nobu Matsuhisa y al empresario Meir Teper, fundando el lujo moderno en los restaurantes que ha sucedido a la grandilocuencia de la tradición francesa. Nobu, mezclando la cocina japonesa con la peruana bajo altos estándares de calidad y la cálida bienvenida de un ambiente confortable pero sin tiranteces, es hoy el restaurante más copiado del mundo.