Lo del trabajo navideño era un éxito asegurado en cualquier mercado, y en España el sello Hispavox decidió probar suerte con uno de sus jóvenes talentos, el jiennense Raphael. El muchacho seleccionó cuatro piezas para aquel EP, todas del gusto del responsable de la casa, con una salvedad. El de Linares quería grabar ‘The little drummer boy’, un tema atribuido a la pianista Katherine Kennicott Davis, y tan popular en EE UU, que entre 1958 y 1962 se había convertido en número uno de las listas cada diciembre en distintas voces. Raphael quería ofrecer su propia interpretación de la historia de aquel niño y su tambor, pero en Hispavox no las tenían todas consigo, pues el álbum de Sinatra incluía también esa composición y pensaban lanzarla como sencillo. Y claro, una cosa era apoyar al joven talento y otra muy distinta ‘echarlo a pelear’ con el viejo ojos azules. Cuando le explicaron todo aquello, un Raphael de tan solo 22 años respondió: “¿Y qué tengo que ver yo con ese señor?” Lo dijo con seguridad “y sin ninguna pedantería”, con la convicción y el arrojo de quien tenía claro que iba a ofrecer algo completamente distinto, una versión propia y original. 52 años después, es difícil imaginar una Navidad en este país sin esa ‘Canción del tamborilero’ y sin el especial televisivo de Raphael. “Eso vino después, ante el éxito de la canción. TVE me llamó y me encargó ese programa de Navidad. Desde entonces, ahí estamos”.
Y de ese modo, con sus ausencias puntuales, el artista inagotable, que a sus 74 años anda embarcado en una nueva gira mientras prepara la grabación de otro álbum; de ese modo, decíamos, Raphael siempre vuelve a nuestras casas por Navidad, como aquel turrón del soldado, el farero y el marinero. Y más aún desde que algunos años atrás protagonizara un resurgir de esos que solo los grandes logran capitanear y canalizar –como hicieron Tom Jones y antes Johnny Cash–, hasta llegar a encabezar carteles de festivales indies y grabar duetos con artistas de quienes podría ser su padre… ya talludito. “Mis canciones son parte de la banda sonora de cinco generaciones. ¡Esa es mi fortuna! Eso es más importante que pasar a ninguna posteridad. Y de esto sí que te puedo hablar porque lo vivo y lo compruebo día a día. En mí se ha hecho realidad un milagro: que coincidan tantas generaciones en sus gustos. Es maravilloso ver desde el escenario a gente de tantas edades”. ¿Y cuál ha sido el secreto, cómo ocurre algo así? “Eso sí que no lo sé, pero que ha pasado… ¡ya te digo que ha pasado!”
Recibir el calor y el aplauso del público es importante para cualquier artista, pero más aún en el caso de aquellos que rompen la rutina habitual de disco y gira promocional cada dos o tres años para sumergirse en una gira casi continua, a imagen del Never ending tour de Bob Dylan. La pasión de Raphael por las tablas es tal que su mujer, Natalia Figueroa, ha llegado a comentar que es un “drogadicto del escenario”. El cantante suelta una carcajada al escuchar tal definición, pero recupera rápido la compostura para matizar un término que no parece hacerle sentir cómodo: “Yo no lo llamaría adicción, más bien pasión. Soy un apasionado de mi trabajo, pero apasionado de verdad. Y cuando no tengo concierto –raro día–, que pasen las ocho de la tarde y no estar en el escenario me resulta muy extraño. Siempre ha sido así”.
Menos los carteles…
Raphael es un perfeccionista. En ese punto coincide hasta el que pasa la escoba tras sus conciertos. El hecho de ser ‘solo’ intérprete y no músico ni compositor, no supone, como muchos pudieran pensar, que es la estrella que llega en la limusina, canta y desaparece. Todo pasa bajo su supervisión, desde la iluminación hasta el sonido. Aparece en el teatro o estadio de rigor cuatro horas antes de levantarse el telón y micrófono en mano lo recorre para conocer sus rincones, para tener conciencia de cómo se le escuchará en cada zona. Raphael controla, noche tras noche, hasta el último detalle de sus espectáculos, y eso puede llegar a ser extenuante. “Me implico totalmente, al cien por cien, y eso no es bueno. En los dos últimos años he ido aprendiendo a delegar en otras personas, que seguramente lo harán mejor que yo, cosas que en realidad no requieren que sea yo quien las controle. Pero durante toda mi vida, menos imprimir los carteles, porque no sé, lo he cuidado todo. ¡Pero es que esa es mi obligación! No me meto con nadie, pero no entiendo a esos cantantes que llegan vestidos, ya desde el hotel, sin saber qué van a pisar. Yo no podría, ¡tropezaría por todos lados!”.
Mientras estudia el lugar y ajusta los detalles, Raphael ya se está preparando la actuación. Porque por encima de todo, su ritual previo es, esencialmente, el mutismo total: no habla, nada; ni una palabra. “En eso he cambiado. Antes hablaba mucho y luego se notaba. Así que procuro no abrir la boca. Hoy estoy hablando porque no canto. Si hubiese tenido concierto no estaríamos teniendo esta entrevista”, nos reconoce. Ese mutismo le ayuda a sumergirse aún más en la soledad del artista, que es donde van tomando forma los personajes, sentimientos y heridas que expondrá sobre el escenario. Una soledad creativa que, lejos del dramatismo con el que lo viven otros artistas, Raphael admite que en su caso es algo maravilloso: “Porque además, no es tal soledad. Tienes un mundo interior tan enorme que nunca estás solo. ¡Qué vas a estar solo!”
En su caso, además, no estamos solo ante un cantante, también en cierto modo ante un actor. Fiel a la escuela francesa de Jacques Brel o Charles Aznavour, Raphael no solo canta sus canciones, también las interpreta, desplegando toda una galería de gestos, miradas y quiebros que, parodiados hasta la saciedad, son una inconfundible marca de la casa, y junto a su singular forma de cantar han dado forma al ‘estilo Raphael’. “Yo vendo las canciones desde el escenario. Y a mi modo de ver, hay que hacerlo no solo auditivamente, sino también visualmente. Una voz sola… se queda corta. Es mejor que esté acompañada de una buena interpretación. Yo te cuento una historia. Siempre digo que no soy un cantante, sino un cuentahistorias. En la Edad Media hubiera sido un buen trovador”, explica el storyteller de Linares.
Y si nos referíamos antes a su implicación total al preparar el show, no es menor a la hora de transmitir esas historias micrófono en mano. Tanto, que asegura el artista que muchas canciones “duelen”. “Unos días más que otros. En ocasiones me meto demasiado en la historia, y yo mismo me regaño: ‘Eh, para un poco –me digo–, que si sigues así no llegas al final”. Y si esas historias las firma Manuel Alejandro, la comunión ya es perfecta: “Sin Manuel Alejandro yo no existiría, así de gorda es la cosa. Manolo es punto y aparte. Manuel Alejandro es el compositor más grande en lengua española que ha dado la historia junto a José Alfredo Jiménez, lo mires como lo mires”. Un vistazo al repertorio del cantante basta para corroborar la fuerza de ese autor en su cartera de grandes éxitos: ‘En carne viva’, ‘Qué sabe nadie’, ‘Como yo te amo’, ‘Estar enamorado’, ‘Yo soy aquel’, ‘Los amantes’ y un largo y brillante etcétera.
El camarada Breznev
“Yo quería ser actor”. Lo de cantar se ve que venía de serie. Miguel Rafael Martos Sánchez Linares (Linares, Jaén, 1943) empezó a cantar cuando apenas aprendió a hablar, y para él era algo tan natural que en ningún momento se planteó que fuese un talento al que pudiera sacarle provecho. Lo que sí tenía claro era que le gustaban las tablas, y la epifanía tuvo lugar un día muy concreto: viendo con doce años a la compañía B del Teatro Español en un teatro portátil, en Cuatro Caminos, representando La vida es sueño, con Josita Hernán y Nastasio Alemán. “Ahí fue cuando decidí que yo iba a ser de esos, de los que estaban encima del escenario, no de los de abajo”. Pero cuando empezó a abrirse camino se dio cuenta de que lo que querían los empresarios era que cantara, así que algo debía de tener. Cincuenta y siete años después de su debut, con setenta y tres álbumes registrados e incontables actuaciones en directo, no cabe duda de que lo suyo era un don natural, tanto como para hacer historia política.
Mucho se ha hablado de cómo disfrutaba Carmen Polo (de Franco) de las actuaciones de Raphael. Era tan fan que corrió la historia de que llegó a mandar una nota al coronel al mando del campamento de San Pedro, en Colmenar Viejo (Madrid), donde cumplía el servicio militar el joven cantante, pidiéndole que lo licenciaran pronto para que pudiera volver a empuñar el micrófono. El caso es que Raphael estrechaba la mano de la susodicha y de su general con la misma naturalidad que recibía la entusiasta bienvenida del iracundo líder soviético Leonid Breznev, que en aquella primera gira por la URSS –en 1971, con el ambiente ‘calentito’–, no dudaba en irrumpir en el camerino para dar su enhorabuena al artista. Porque lo del éxito de Raphael en Rusia merece reportaje aparte, y si no, que se lo pregunten a los muchos que se apuntaron a clases de español en la fría estepa para poder corear sus canciones. Mucho ha llovido desde entonces: “El año pasado volví a cantar allí, en el Kremlin. Lo que pasa es que a estas cosas, de tanto hacerlas, les pierdes el respeto. La primera vez que fui, la segunda y hasta tercera fue… como un choque de trenes. Pero luego ya lo vas asimilando y se te hace una experiencia normal, y ya para mí lo mismo es cantar en Moscú o en San Petersburgo que en Guadalajara (México) o en Madrid”.
Porque ya nada es igual, explica el artista entre risas: “Ahora como lo que quiero, no lo que me ponen, y eso es muy importante para sentirse a gusto”. Dicho eso, sí que recuerda que aquellos primeros viajes a la Unión soviética “fueron bastante chocantes, porque de pronto me encontraba con una forma de vida, de gastronomía y de todo, que no eran las mías, eran muy diferentes. Pero debo decir que estoy muy agradecido al pueblo ruso, porque conmigo ha sido impresionante”. Guarda silencio y piensa un momento en sus palabras. A continuación Raphael suspira, cierra los ojos y dice, con una mezcla de satisfacción y gratitud vital: “En realidad eso ha sido así en todas partes. No puedo hablar de ningún país donde no haya sido muy bien acogido, y ese cariño y esa fidelidad se han mantenido en el tiempo”. Así, a base de viajar y de cariño en esos destinos, Raphael se ha convertido en un ciudadano del mundo: “Yo antes decía eso de ‘me voy al extranjero’, pero ahora el extranjero no existe para mí. Está todo tan globalizado y yo he ido tantas veces a tantos sitios que ya ir a cualquier extremo del mundo es como ir a… a Alicante. ¡Vamos, que ya me lo conozco!”.
Hablando de recorrer mundo, las giras, dice el cantante, “son un despelote”. No lo comenta Raphael en el mismo sentido en que lo exclamarían Keith Moon o Mick Jagger, suponemos. Se refiere más bien a que, tiempo atrás, estar en la carretera rompía buena parte de sus costumbres y rutinas para intentar llevar una vida saludable. Porque, que quede una cosa clara: Raphael no se cuida, él prefiere no descuidarse, que suena parecido pero no es lo mismo. “Por alguien que se cuida entiendo a una persona que está todo el día pendiente de lo que come y de lo que hace. Pero yo, simplemente, intento no descuidarme, que es no tomar cosas frías, no fumar, no beber, protegerme del relente de la noche, no hablar demasiado, sobre todo si no hace falta… En fin, cosas básicas”.
Siempre los sabores de siempre
Tiene la suerte Raphael de que, gustándole la buena mesa, su apetito goza con platos, por lo general, bastante saludables, así que miel sobre hojuelas. “Soy una persona muy amante de la pasta, también me gusta mucho, pero mucho, la verdura… Y ya de ‘comidas serias’, como suelo decir, el pescado. En cuanto a la carne… no soy muy carnívoro yo. Como de vez en cuando, claro, pero no soy muy aficionado”. Y a pesar de la fama de retirarse al hotel tras los conciertos, asegura que siempre encuentra el momento, cuando actúa en otros países, para descubrir la cocina autóctona. Y actualmente presume, con rotundidad, de conocer la gastronomía de todo el mundo. “No es una pedantería, sino una realidad, desde la rusa a la china. Tengo mis preferencias, claro, pero las conozco todas”.
Al hablar de preferencias, él lo tiene claro. Cuando le preguntamos por olores y sabores de su infancia, cierra los ojos y levanta la cabeza, como si de pronto le llegaran los aromas del puchero materno ¡Mmmm…! Abre los ojos pasados unos segundos y se apresura a explicar: “Aquellos sabores y olores son los mismos que tengo ahora, porque si eres listo, vas proponiendo que en tu casa se coma como comías de pequeño. Y en mi casa ahora se come mitad como yo comía y mitad como lo hacía mi mujer. Esa forma de guisar de mi madre está presente siempre, y es lo que mis hijos heredan también. Los sabores son muy acertados”.
No es del todo un ‘cocinillas’ Raphael, pero tampoco le hace ascos a una sartén. Durante los años que vivieron en Miami, nos dice, sí que cocinaba mucho, bastante. Ahora, entre la falta de tiempo y de ganas, se enreda menos. “Y también porque mis hijos ya se han casado, han formado sus familias… ¡Y eso ya es guisar para muchos!” Le preguntamos qué podríamos esperar si un día nos invita a cenar a su casa, y solo necesita unos segundos para decidir su mejor plato: “La bullabesa, por ejemplo. Por ser un poquito sofisticado”.
Hemos tenido suerte de poder sentarnos a hablar con Raphael, porque amén de los preparativos del especial navideño y de sus nuevos proyectos discográficos para 2018, anda embarcado en la gira de promoción de su álbum de 2016, Infinitos bailes, una apuesta valiente por refrescar su repertorio teniendo en mente a las jóvenes generaciones que llenan sus espectáculos. Y por ahora, el tour Loco por cantar, que arrancó en abril, está cosechando aforos tan entusiastas como sus crónicas y críticas. Tras su anterior gira sinfónica, ahora acompaña a Raphael en escena una banda de rock ante la que el veterano cantante mantiene el tipo con profesionalidad e inteligencia, adaptando con acierto los tonos y fraseos más arriesgados. Son ya muchas tablas. Y las que le quedan por pisar: “El día que no tenga cosas pendientes por hacer será el día en el que me levante y diga ‘Hasta aquí hemos llegado’. Todavía tengo una lista larga de proyectos”, nos confirma. De hecho, tiene por delante cuatro años ya programados.
En 1965, al cumplir 50 años, Frank Sinatra se sentó ante el popular periodista Walter Cronkite para repasar su vida en una larga entrevista. Hacia el final del encuentro, Cronkite le preguntó al cantante cómo le gustaría pasar a la posteridad, a lo que Sinatra respondió: “Me gustaría ser recordado como un hombre que tuvo una vida maravillosa. Un hombre que tuvo buenos amigos, una buena familia. Y no creo que pudiese pedir nada más que eso”. Le recordamos a Raphael aquellas palabras y le formulamos la misma pregunta: “¿A la posteridad? ¿Hay que pasar ahí?… No sé, creo que lo que dijo Sinatra es aplicable a casi todo el mundo. Yo he tenido la suerte de trabajar en aquello que, no es que me guste, me enloquece; tener éxito en ello, tener una familia maravillosa… Mi vida es así. Pero, ¿cómo me gustaría pasar? ¡Primero habría que preguntarse si voy a pasar a ningún sitio! No lo he pensado nunca, porque yo trabajo egoístamente para disfrutar. Quizás tantos años de trabajo den su fruto y mi recuerdo quede en la gente, pero no lo sé. Pase lo que pase, que pase bien”.
©Menaje y textil de cocina de El Corte Inglés; maquillaje de Ricardo Calero para Chanel y Bumbre and Bumble. Agradecimientos a Restaurante Gumbo.