El dolor –como es de esperar- es para quien lo sufre, y no todo el mundo lo sufre igual. Pero aún así, todos conocemos los primeros días después de una separación, en los que la música de cantautor y las películas americanas se apoderan de nuestro tiempo. Esto, por lo general, lo solemos acompañar de dos patrones, que no necesariamente tienen que ser o venir de la mano: no comer nada o comer todas las cosas.
Se ha investigado el fenómeno de los corazones rotos, concluyendo que ambos patrones tienen que ver con las hormonas y su desincronización cuando hay una separación amorosa. Además, es frecuente que experimente una frecuencia cardiaca más alta y niveles de adrenalina y cortisol, lo que puede producir problemas para dormir y falta de deseo para comer.
Según Gert ter Hort, profesor de neurobiología en los Países Bajos, todo esto es un modo de supervivencia del ser humano. Es una situación de estrés, lo que lleva a que el hambre no sea una prioridad.
Es evidente que las emociones son la parte primordial de este dolor, y estas se descontrolan, alterando cómo comemos. Horst señaló que “las áreas que se ocupan de estas funciones están muy juntas y pueden influirse mutuamente”.
Además, por si fuera poco que nuestro estómago se cierre durante algunos días o semanas, llega un momento que el apetito vuelve. Porque sí. Vuelve sin llamar a la puerta, y busca los alimentos más grasos que encuentra. Para compensar, claro.
Por lo tanto, aunque la pizza y el helado suenen más que tentadores para superar la ruptura después de unos días de ayuno, ¿qué tal si probamos -así, sólo por probar- una vuelta menos brusca?