Existe la posibilidad de que los franceses beban anís porque la absenta que tomaban les resultaba demasiado fuerte. Existe una foto en la que aparece el poeta Paul Verlaine sentado en una mesa del Café François del primer distrito de París ante un vaso de este fortísimo licor, ausente, descoyuntado y perfectamente ebrio. Unos años después, en 1873, una de sus borracheras no terminó bien. Su amante, el también poeta Arthur Rimbaud, lo abandonó en medio de una fiesta. Verlaine compró una pistola -que se subastó en Christies hace unos años-, y le pegó dos tiros a bocajarro. Cómo no estarían de bebidos para que solamente le alcanzara una bala en la muñeca. “¡Yo te enseñaré a marcharte!”, le gritó en plena refriega y, aunque no lo mató, Verlaine terminó en la cárcel.
Rimbaud no fue el único damnificado de la absenta, una bomba hecha de ajenjo, anís verde e hinojo, un líquido de color verde clorofila con una graduación de 70% que volaba la cabeza de los que la bebían en las calles de París a finales del siglo XIX y principios del XX. Se servía diluida con agua que se vertía sobre un azucarillo y la ceremonia le concedía un toque de encanto.
Nunca hubo una bebida tan literaria. Se decía que el whisky era para los tontos y la absenta, para los poetas. Baudelaire, Sartre, Degas, Van Gogh y Hemingway entre muchos otros la bebieron sin límite y sufrieron sus efectos dionisíacos. En ‘The Sun Also Rises’, Papa ‘Hem’ retrata cómo sus amigos disfrutaban sin límite de aquella bebida en las fiestas parisinas.
El propio Oscar Wilde, que era consumidor asiduo, contaba que, habiendo bebido absenta, vio cómo mientras el camarero humedecía el serrín del bar, del suelo brotaban “flores de todos los colores, tulipanes, lirios y rosas”. “¿Cuál es la diferencia entre la absenta y el ocaso?”, se preguntaba Wilde, y sus biógrafos aseguran que la bebía con opio.
Si los escritores le dieron fuerte a la absenta, los pintores no se quedaron atrás. El artista español Pablo Picasso la bebía y fue testigo de los efectos de aquel elíxir verdoso, que plasmó en varias obras como ‘Buveuse accoudée’ (1901), ‘La buveuse assoupie (1902) o ‘El bebedor de absenta’ (1902).
Tantos otros pintores de la época encontraban la inspiración en el líquido mágico y se cuenta que se reunían en París a las cinco de la tarde en lo que se llamaba la ‘Hora verde’. Algunos autores sostienen que si Picasso pintaba un personaje azul era porque los había visto azules por los efectos alucinógenos de la bebida. Aunque decir que el cubismo se inventó gracias a la absenta, quizás sea decir demasiado.
Los detractores del Hada Verde no tardaron en aparecer. Médicos y puritanos pretendían que la ‘Grandeur’ de Francia estaba menguando por culpa de la bebida de marras e iniciaron estudios y campañas para afianzar su mala fama. En los archivos se conservan numerosos carteles de propaganda anti-absenta. En uno de ellos, un hombre aparece apuñalando a una mujer verde.
Ordinaire se llamaba de apellido del doctor que a finales del XVIII inventó, en Couvet (Suiza), el primer preparado de absenta que se vendía en el convento de la localidad como un elixir medicinal. Así que la absenta no era oriunda de Francia, pero se hizo popular después de que la plaga de la filoxera de 1870 arrasara con buena parte de las viñas del país, y el vino se convirtiera en un artículo de lujo.
Vinieron a hacerse celebres los estudios que demostraban cómo el cambio en el consumo de la población hacia alcoholes muy fuertes, estaba modificando los genes de los ciudadanos y haciendo a los franceses más débiles. La teoría pretendía que el abandono de la ingesta de vino y su sustitución por absenta, esto es el aumento de la graduación del alcohol ingerido, había tenido efectos terribles en la población
En la prensa, el “delirio de la absenta”, como se conocía popularmente a la locura provocada por la bebida, se señalaba como culpable de todos los crímenes. Si un hombre había matado a su padre después de haber bebido todo tipo de bebidas y entre ellas, absenta, era la absenta la que se convertía automáticamente en la responsable del asesinato.
Si Paul Verlaine,Rimbaud y el resto de los poetas se quedaron sin musa, estaba a punto de suceder un milagro gastronómico, mucho más inofensivo. En 1915 se prohibió su producción, pero los franceses perfeccionaron un nuevo brebaje a base de anís que rememoraba con sus olores la esencia de la absenta, pero con menos alcohol.
“Pastis de Marseille” se llamaba la bebida que inventó un joven marsellés que la elaboraba a base de anís, regaliz y hierbas de Provenza. Pronto se hizo popular, y lo sigue siendo en nuestros días. También se toma con agua a la manera de la ‘palomita’ española. Las recetas de estos nuevos pioneros han conquistado los populares “apéro” -aperitivo- de los franceses y son identidad de muchas de las fiestas populares, sobre todo en el sur del país. En 2017, nuestro país vecino consumió 83 millones de litros de anís, el equivalente a más de un litro por ciudadano. Hay que tener en cuenta que esta bebida se diluye con entre cinco y siete partes de agua por una de pastis.
Recomiendan beberlo muy frío. Si alguien quiere probarlo sin tener que viajar a Francia, puede acudir al bar Pastís de Barcelona, un lugar emblemático con casi 80 años de historia. Este pintoresco local situado en la Ciutat Vella de la ciudad condal abrió sus puertas en 1947 y ha visto pasar por su barra a artistas como Joaquín Sabina, Georges Moustaki, Goytisolo, Vázquez Montalbán, Aute, Javier Bardem e incluso Picasso y Dalí. Como su propio nombre indica, allí se puede disfrutar de un vaso del licor típico francés.