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La mayoría de alimentos están destinados a morir muy pronto. A tener una vida muy corta dictada en muchas ocasiones por la industria. Sin embargo, existen algunos básicos como la soja, el arroz, los cacahuetes o la miel que parecen ser eternos. La realidad es que la miel, si se conserva bien, sin recibir alteraciones -como podría ser un exceso de humedad o el desarrollo de bacterias- puede durar toda la vida en la despensa, pero ¿por qué?
El secreto de este fluido dulce y viscoso de color dorado reside en su química. Tal y como explica Compound Interest, su baja humedad y alto contenido en azúcar son los ingredientes clave, lo que se consigue gracias a las abejas que salen a recolectar el néctar, y lo deshidratan. «El néctar puede contener hasta un 70% de agua, y esta agua debe evaporarse para producir la consistencia de la miel que todos conocemos».
«Las abejas lo consiguen abanicando el panal con las alas para favorecer la rápida evaporación del agua de la mezcla de néctar», añade Compound Interest. Ese aleteo reduce el contenido de agua al 17%: una misión ardua que puede llevarles hasta tres días de trabajo.
El bajo contenido de agua es lo que hace que la miel dure mucho tiempo. «Con un 17%, su contenido de agua es mucho menor que el de las bacterias o los hongos», explica la web. «La miel también tiene una baja actividad de agua; esto es una medida de la cantidad de agua en una sustancia que está disponible para apoyar el crecimiento microbiano». Esto significa que la mayoría de mohos y bacterias no pueden crecer.
La revista Smithsonian Magazine señala que los arqueólogos han encontrado en el interior de antiguas tumbas egipcias tarros de miel de miles de años atrás. Entre ellas, la tumba del rey Tutankamón. En 1922, cuando se excavó su tumba, los arqueólogos encontraron un tarro de miel y, según la Universidad McGill de Montreal, llegaron a probarla. «Para su asombro, descubrieron que era tan dulce como la miel».