Nos contaba el cantautor y profesor universitario Patxi Andión hace poco más de un mes que su intención era “no parar de producir música”, dejar como legado la máxima obra posible ahora que, a sus 72 años, comenzaba a vislumbrar la recta final de su vida.
Sin embargo, nadie podía sospechar entonces, sentados en una mesa de La Manduca de Azagra (su restaurante favorito de Madrid), que la fatalidad acecharía tan pronto y que Andión nos dejaría antes de tiempo -ayer 18 de diciembre- tras sufrir un accidente de tráfico.
Los músicos viven en la carretera, de bolo en bolo; en ocasiones también mueren en ella. Y muchos lo hacen, como en este caso, cuando se encuentran en uno de sus mejores momentos existenciales y creativos.
Andión nos ha dejado una inolvidable colección de canciones (incluyendo un disco recién publicado, La Hora Lobicán, y otro en ciernes que difícilmente podrá ya ver la luz, Profecía) y esta entrevista inédita en la que nos habló de cultura, de música, de inspiración… e incluso un poco de gastronomía.
Para un cantautor político, vivimos una época que es como para sacudir a diestro y siniestro. Sin embargo tú estás muy comedido en tu último trabajo…
Bueno, no, lo que pasa es que no hay ninguna intención en nada, porque en realidad yo lo que hago es responder a una necesidad o a una sensación que me fuerza a hacer algo, a escribir sobre algo. Aunque es verdad que -puede que por una cuestión de edad- cada vez más tiendo a reflexionar sobre pocas cosas, a intentar profundizar más que a abarcar mucho. Puede ser por eso. Pero en realidad en el siguiente disco que tengo ya preparado, que es Profecía, hay algunos temas sociales. Por ejemplo, hay una canción sobre el paro, que para mí es una de las mejores cosas que he hecho, y otra sobre el maltrato femenino.
Como profesor de Bellas Artes y como músico, ¿cómo ves la evolución del mundo musical actual? Vamos infinitamente peor, ¿no?
Bueno, yo creo que no. Pero es que lo de mejor o peor es una cosa muy relativa… ¿Un cantautor de hoy es peor que uno de los años sesenta? ¿Y un cantautor de los sesenta comparado con Mozart, qué era? Yo creo que toda la música es contemporánea, toda. Por lo tanto, la música no es otra cosa que la respuesta a una manifestación y a una necesidad de la sociedad de su tiempo. La música en los siglos XVIII y XIX en Alemania y en Austria no correspondía a una necesidad de la sociedad civil, pero sí a una necesidad de la alta sociedad. Los cantautores de los años sesenta, como yo, dependíamos de las necesidades de la sociedad civil de la época, que era la falta de libertades, la búsqueda de espacios donde manifestarse, etc. ¿A qué responden hoy los cantautores? Pues a la sociedad civil de hoy, que está muy ‘desculturizada’. En los dos debates que ha habido en las últimas elecciones, la palabra ‘cultura’ ni siquiera se ha pronunciado. Esta es una sociedad que está muy apresada por el mercantilismo, por la compra de cosas, como demuestra el auge de Amazon o Wallapop. Por tanto, el foco está puesto en otro sitio, no en la cultura, no en los libros, no en los cuadros, no en las películas. Es una sociedad donde la cultura que hay es muy ligera. Los grandes bestsellers -con todos mis respetos a los autores y por supuesto alegrándome muchísimo de que sean multimillonarios- son una literatura muy liviana, que pretende muy pocas cosas; porque cuanto más pretendes, menos target de público tienes. Es normal. La gente lo que quiere es alcanzar el éxito, el dinero y la posición. Entonces es lógico que la música de los cantautores de hoy sea mucho más ligera, menos comprometida.
La gente, con la edad, suele hacerse más misántropa, nihilista, cínica… ¿Cómo consigues no serlo o, al menos, no mostrarlo en tu obra?
Tengo presente de manera muy definitiva el papel social de la canción. Empecé a cantar porque respondía a una necesidad que era social y política. No cantaba porque sí. El arte no puede ser gratuito. Bueno, puede serlo, no tengo nada en contra de quien lo quiera hacer así, pero no es lo que yo considero que debo hacer. Mi obra tiene que tener una finalidad social y cultural, con unos textos y una música del máximo nivel.
Ahora tu música es muchísimo más elaborada que al principio, que era muy sencilla.
Son años de conservatorio, no tiene ningún secreto siempre que quieras seguir mejorando. Ese es uno de mis mantras: yo necesito ser mejor; sino cada día, cada semana o cada mes, sí cada año. Y para ser mejor no hay otra cosa que estudiar y trabajar. Es así de sencillo. Y eso no tiene límite de edad.
¿Qué es la música ahora para ti?
Mi condición de intérprete, aunque la he cuidado, siempre está por detrás de mi condición de autor. Cuando yo me siento mejor es cuando escribo una canción o un artículo de opinión en un periódico o un poema. Ahí es donde yo me siento bien dentro de mí. Mantengo una inspiración que no es más que el fruto de una curiosidad, un deseo, una intención. Siempre se dice que cuando te vas haciendo mayor la inspiración va bajando de intensidad, que tienes menos interés, pero en mi caso es lo contrario. Mi intención continua es producir música, dejar obra, eso es lo que de verdad a mí me interesa. Los conciertos me gustan mucho: estar en el escenario, el contacto con la gente, es algo muy gratificante porque es cuando se manifiestan las sensaciones que ha producido una obra tuya; esa obra se impregna de vida cuando viene detrás del aplauso. Pero en lo que soy absolutamente inflexible con mi tiempo es con el trabajo creador.
¿Y esa creatividad la trasladas también a la cocina?
Me gusta cocinar y lo hago bastante. Porque soy navarro, criado en el País Vasco, y porque mi padre cocinaba. Me gusta cocinar para mí y para mis amigos. Soy especialista en sobras, con cualquier cosa hago algo rápidamente. Aprendí cuando estuve exiliado en Francia, porque tocaba en un sitio que se llamaba La Candelaria y el cocinero nos preparaba la cena al personal y a todos los que actuábamos allí y lo solía hacer siempre con sobras.
Pero no se puede decir que tu música sea una música de sobras…
Yo creo que toda la música es como una cocina de sobras… Porque vas pillando influencias de aquí y de allí (risas).
¿Y con qué música de fondo te gusta comer?
No puedo ni trabajar ni comer con música. Se me cierra el estómago. Por eso en Latinoamérica, que es muy común los restaurantes con música en directo, para mí es un suplicio… Porque la música me coge mi mente y no puedo hacer nada más que escucharla.