Al igual que no todas las comedias son iguales, ni mucho menos, tampoco todos los restaurantes rusos lo son. Y Nasdrovia destaca sobre el resto por su originalidad y autenticidad. No exageramos si decimos que cruzar sus puertas es como teletransportarnos directamente a uno de esos encantadores restaurantes clásicos de San Petersburgo.
Y es que absolutamente todos los elementos de su decoración han viajado durante tres semanas en barco desde su Rusia natal hasta Madrid. Desde las sillas y sofás de omnipresente tapizado rojo –tan soviético él– hasta cada una de sus mesas (con tanta historia que incluso el escritor Mijaíl Bulgákov escribió en una de ellas El maestro y Margarita; y en otra murió de una insuficiencia renal…), pasando por el más mínimo detalle que encontramos en el establecimiento.
El artífice de esta bendita locura, quien ha ido trasladando este templo de la cocina rusa casi ‘piedra a piedra’, es Franky (Luis Bermenjo), un pintoresco chef que siente tanto amor por el vodka como animadversión por la gente que no disfruta de la comida. Tras pasar diez largos años trabajando en los fogones del Nasdrovia original, a su vuelta a España no le bastaba con montar un restaurante ruso, sino que quería ‘ese’ restaurante en concreto.
Tras seis meses de trabajo, un hombro dislocado y gastarse mucho más dinero del que tenía, Franky logró una reproducción exacta de aquel restaurante. El Nasdrovia madrileño luce exactamente igual que lo hizo durante sus 100 años de existencia el de San Petersburgo, hasta que su propietario decidió llevar a cabo su propia revolución, que consistió en algo tan poco comunista como vender el edificio en el que se encontraba a Inditex, pasándose en este establecimiento de servir arenques del Volga a despachar camisetas del Bershka.
Las tres patas de Nasdrovia
Pero Franky jamás podría haber sacado adelante este proyecto sin la ayuda –financiera, más que otra cosa…– de sus dos socios: Julián (Hugo Silva) y Edurne (Leonor Watling). Él, un snob adinerado que lo que tiene de guapo lo tiene de cínico. Ella, una mujer divertida, inteligente y tremendamente imperfecta. Ambos, ex pareja sentimental y ex abogados que –cosas de la crisis de los cuarenta– decidieron dejar sus hasta ahora exitosas y lucrativas carreras, basadas en librar de la cárcel a políticos corruptos, para probar suerte en la hostelería, con mucha más ilusión que conocimiento de causa.
Amantes de todo lo ruso (luna de miel en Moscú incluida), hasta el punto de ver películas de Tarkovski por voluntad propia, lo suyo con el Nasdrovia fue un amor a primera vista cuando Franky se lo enseñó tras conocerse en una fiesta, borrachera de vodka mediante.
Amistades peligrosas
Pero… ¿y qué se come en Nasdrovia? Pues su cocina es tan genuina como el resto del restaurante. El secreto, según Franky, está en la materia prima. «Mi pescadero, Aleksey, es un loco hijo de puta pero tiene el mejor género de Madrid», explica a TAPAS.
Y tomando esa base, en su carta encontramos especialidades como la ternera Strogonoff, la ensaladilla de arenques, los pepinillos salados y, por encima de todas las cosas, unos blinis a los que no se resisten ni los capos de la mafia rusa.
Sí, la mafia rusa. Porque al igual que es sabido por todos que los mejores restaurantes chinos son los que están frecuentados por asiáticos, aquí tampoco falta clientela habitual de la madre patria, lo que es una excelente señal. Aunque sean del hampa (con los jaleos que eso conlleva…). Gajes del oficio de tener un restaurante tan auténtico que hasta Movistar+ le dedica una serie.