Si hay unas patatas fritas que pueden superar miles de barreras, como colarse en la producción de una película ganadora del Oscar, esas son las crujientes y doradas de Bonilla a la Vista. Parte de la culpa del enorme éxito procede de las manos de su dueño, César Bonilla, heredero de una empresa familiar gallega con orígenes marinos. Desde que cogió las riendas de la churrería de su familia, César logró impulsar la marca y aprovechar el fuerte tirón de lo vintage, una corriente artística que se busca en estos tiempos que corren y que precisamente sus latas donde se conservan sus deliciosas patatas fritas lo convierten en casi un icono pop.
Ahora, la empresa familiar se queda sin su gran hombre, sin el motivo por el que Bonilla a la Vista llegó a ser el tentempié de los actores de Hollywood. Este viernes, César Bonilla falleció a la edad de 91 años en Ferrol y el barco que navega en las aguas de las latas viajan ya sin su eterno capitán.
De churros a patatas fritas, pasando por las emblemáticas latas
Lo curioso de la historia de Bonilla a la Vista es que las patatas fritas no fueron el elemento principal de la empresa. Salvador Bonilla, el padre de César y fundador de la marca, vendía churros en las diferentes ferias de toda Galicia. Pero, para aprovechar bien el aceite que sobraba al hacer los churros, los Bonilla decidieron hacer patatas fritas y así ofrecer una alternativa salada a los clientes.
Pronto el reclamo por las patatas superó al de los churros y se convirtió en el producto estrella. César, que le gustaba estar siempre en contacto con sus clientes mientras desayunaba en A Coruña antes de abrir la tienda, dejó el puestecito ambulante que tenían en las ferias y dieron el salto a una fábrica en la capital gallega. Desde entonces, Bonilla a la Vista ha seguido convirtiendo sus patatas fritas en el emblema de la empresa.
¿Y qué hay de las latas donde se conservan las patatas fritas? Pues es una idea que surgió, como no, de la mar. Tanto César como su padre eran marinos y seguían teniendo una estrecha relación con el mar a pesar de dejar el cuerpo de la Armada. Con el afán de conservar las patatas fritas en buenas condiciones, los marinos amigos de los Bonilla le dieron las latas de las pinturas con las que reparaban los barcos en los puertos. De esa manera, el producto se mantenía con fuerza y no perdían ninguno de sus puntos fuertes.