La Trilogía del Baztán (El guardián invisible, Legado en los huesos y Ofrenda a la tormenta) es uno de los grandes fenómenos literarios superventas que se han producido en España en los últimos ocho años, comparable a la repercusión, ésta a escala mundial, de la trilogía Millennium de Stieg Larsson. Y como esta última, la española también se ha convertido en saga cinematográfica, dirigida por Fernando González Molina. En la pantalla, la actriz Marta Etura (San Sebastián, 1978) es la inspectora de policía Amaia Salazar, cuya dramática peripecia profesional y vital concluye con Ofrenda a la tormenta, filme que debido a la pandemia tuvo que retrasar su fecha de estreno inicial –prevista para el 27 de marzo– y que llegará directamente a Netflix, sin pasar por la gran pantalla, el próximo 24 de julio.
¿En quién te inspiraste para este personaje? Porque no estamos muy acostumbrados a ver inspectoras de policía en la realidad…
Me inspiré en el propio personaje que había escrito Dolores Redondo y que también figuraba en el guion, muy bien desarrollado y con una personalidad muy bien definida. Amaia Salazar ya me parecía lo suficientemente poderosa. Es una mujer con un pasado terrible. A todos nos marca mucho nuestra infancia, de dónde venimos y nuestro entorno. Y el suyo es un pasado muy duro, en el valle de Baztán, que es un lugar muy peculiar. Ella se había ‘escapado’ de allí, pero cuando le toca volver, se tiene que enfrentar a su pasado.
¿Es casualidad que tu personaje haya surgido coincidiendo, más o menos, en el tiempo con el de la inspectora Murillo (Itziar Ituño) en ‘La casa de papel’?
Yo creo que no es casualidad. Es un reflejo de lo que está sucediendo ahora en el mundo. Bueno, en realidad sólo en el primer mundo, por desgracia. Antes, todo el espacio laboral estaba destinado a los hombres y las mujeres estaban destinadas al hogar. Esto pasó antes de ayer, como quien dice, en la generación de mi abuela pero, afortunadamente, eso ha ido cambiando. Ahora estamos accediendo a puestos de poder que antes eran impensables. Hasta hace muy poquito, como tú dices, era muy difícil ver una inspectora de policía. Ahora es algo que, creo, a nadie le llamaría la atención. Lo que sucede en la Trilogía del Baztán y en La casa de papel es un reflejo de eso.
Quizá porque soy hombre, me imagino el papel de un inspector de policía más al estilo de Al Pacino en Heat…
No es porque seas hombre, es porque nos hemos acostumbrado a ver en las películas y en las novelas personajes protagonistas masculinos donde el inspector, el presidente o el jefe era ‘el chico’… Todos estos puestos de poder los ocupaban hombres, y eso era el reflejo de la sociedad de ese momento.
Yo lo decía por el tipo de comportamiento como policía del personaje de Al Pacino: un cínico, un descreído, sin sentimientos… Me cuesta imaginar una jefa de policía, mujer, con sentimientos, como los de Amaia Salazar.
Ser inspector de policía o médico de urgencias te hace vivir cosas muy duras: estás rodeado de muerte, de asesinatos, de gente mala… Como se dice en la película, «el mal existe».
Pero tu personaje no lo es…
Sí que lo es. Lo que pasa es que en esta tercera película Amaia se encuentra en un momento muy vulnerable; pero si ves su recorrido desde el principio de la trilogía, percibes que es un personaje frío, que puede llegar a resultar, incluso, antipático. Lo que tiene de peculiar este thriller es que el eje central no es tanto la trama policial, que sería lo normal en el género, sino el mundo de Amaia Salazar. El thriller se centra en este personaje para contar su vida y sus emociones: su familia y el pasado y la mitología del valle, que ha impregnado totalmente el comportamiento de su familia.
Es un personaje que, según se va desvelando el caso, va mostrando a la vez capas de su vida. En esta tercera parte, tiene la intuición clara de que su madre está viva y que el caso es mucho más grande de lo que parece, pero no tiene ninguna prueba con la que demostrar nada. Emocionalmente es un personaje muy rico, muy complejo, y yo creo que el mayor reto que me supuso esta peli era tener muy claro su recorrido emocional y poder ir de un lado al otro sin equivocarme.
Meigas y brujas
Igual que en España no convivimos con los asesinatos como en EE UU, uno que sea de la gran ciudad tampoco está familiarizado con el satanismo, que aparece en el filme. En todo caso, de niños nos asustaban con ‘el coco’…
Pero en todo el norte, sí: las meigas, las brujas. Dolores hizo un trabajo de investigación muy grande y la trilogía de novelas está basada en hechos reales, una secta que mataba niños. Normalmente, donde está la religión desaparece la mitología, pero en Galicia y en Navarra la mitología acabó conviviendo con la religión y se crearon muchos seres mitológicos, y la gente creía en ellos y en todas esas historias.
El norte de España es un lugar muy frío en invierno. Muy gris. Muchísimo. Toda la atmósfera que aparece en la película es así, es real. E incita a dar rienda suelta a la imaginación. Tiene mucho que ver con la orografía: esos valles están rodeados de montañas y eso hace que las nubes se queden ahí ancladas. Yo, en cambio, soy de San Sebastián y ahí ese tipo de creencias no arraigaron. En los pueblos, en cambio, la gente sí las tenía y creía en el ser mitológico y en los santos.
Y siendo de San Sebastián, hablemos también de comida… ¿Cómo se come en los rodajes?
Soy, como buena vasca, de buen comer; me encanta la comida y el vino. Pero en los rodajes se come fatal, normalmente de catering… Y no porque éstos sean siempre malos, sino porque es muy difícil hacer un catering en un rodaje. En la trilogía, por ejemplo, rodábamos en mitad del monte… Así que, ¡sube allí la comida y caliéntala! Y el rodaje es imprevisible, depende de cómo vayan las cosas. Si el rodaje va mal, no se para. Y cuando puedes comer, la comida está congelada. O a veces se tiene que adelantar y aún no está preparada. En fin, es un horror. Lo bueno es que cuando termina el rodaje, si estás en buenos sitios, como en Elizondo… ¡Allí se cena fenomenal!
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