Lloyd Groff Copeman sorprendió a sus jefes con tan sólo 28 años al presentarles un extraño termostato capaz de regular el calor del horno y la tostadora. Después vino otro invento para los cables de alta tensión, pero todo esto cayó en el olvido cuando apareció, como salida de su manga, la primera cocina eléctrica de la historia.
En 1906, Lloyd desarrolló su versión eléctrica de los tradicionales fogones de gas. Durante años, el proyecto se mantuvo en la sombras, hasta que Michigan vio cómo colgaban el cartel de una nueva empresa en el corazón de la ciudad: The Electric Stove Company. La “Cocina de Lloyd” había llegado para cambiar el mundo.
Como suele pasar con estas cosas, el pez grande se comió al pequeño. Así, en 1917, la Westinghouse Electric Corporation compró la empresa de Copeman y continuó desarrollando la cocina eléctrica, esta vez en Ohio. Pero Lloyd no se detuvo ahí. Todavía quedaban estanterías, mesas y habitaciones que llenar de inventos.
Otros inventos
En 1913, el tostador automático vio la luz del sol. El mérito, en este caso, es compartido: Hazel, la esposa de Lloyd, le habló de lo bueno que sería tener un tostador que le diese la vuelta a la tostada sin necesidad de introducir una mano amiga. Dicho y hecho. Y no fue el único invento por el que debemos aplaudir a Hazel; la mitad de lo que vino después salió de la imaginación de ambos.
Un año más tarde, Michigan se convirtió en el hogar de los Copeman y su Copeman’s Laboratory Company, donde la pareja soñaba con ideas que pudiesen cambiarlo todo: hielo seco para enfriar bebida, cigarrillos que se apagan solos y látex, mucho látex.
La mayor parte del tiempo la pasaban en su granja. Allí, durante un paseo, Lloyd se paró de golpe y le dijo a Hazel: “se me ha ocurrido algo”. Aquella cubitera flexible sumó 10 millones de dólares a su cuenta.
El resto, ya es historia.