Las palabras también se comen. La propia palabra gastronomía significa “normas del estómago o ley del vientre”. La lengua griega usa la parte del vientre, gastro, como sinónimo de comer en abundancia (gula). El nombre inicial que los griegos querían darle era gastrología, estudio del estómago, que es más aperturista que el hecho de ponerle únicamente normas.
Es conocido, sin embargo, que estas normas del estómago no eran muy respetadas por los romanos. Una cosa es la teoría y otra la práctica de esa filosofía de vida. Celebraban sus banquetes, que llamaban convivium, durante varias jornadas de convivencia culinaria y vino en abundancia, acudiendo a los vomitorios regularmente para poder seguir comiendo e incumpliendo las normas gastronómicas. El banquete platónico también da cuenta de la relación entre la comida y la bebida y la convivencia social de estos singulares encuentros hedonistas.
Tal vez hoy en día sería más correcto no llamarla gastronomía, nombre más propio para un dietista o un nutricionista, ya que más que llenar simplemente el vientre, hoy se trata de placer, de arte y casi de una ciencia; por lo que el vocablo más correcto sería gastrología.
Etimología culinaria
El término cocina viene del latín culina, de donde deriva culinario, que pasó a ser después coquina, que quiere decir cocer; en lenguaje común donde se cocina o se cuece algo. Del participio coquere y coctus nos llega la palabra cocido y también la del bizcocho, biz coctus, cocido dos veces. Quizá por eso el bizcocho sea algo seco…
De aquí también tenemos la palabra colombiana sancocho que quiere decir sin cocer, mal cocido o cocinado de forma incompleta. Sancochar adquiere también de forma genérica el uso de cocer. Hoy en día es un guiso de carnes con verduras.
También de la palabra coquina nos llega la palabra charcutería, chair cuire, carne cocida o cocinada que se introduce como galicismo. Es curioso e ilustrativo que en Italia la palabra usada para decir charcutería sea salumeria, que es una unión de sal y humo, salazón y ahumados; esto se explica porque las charcuterías francesas fabrican y despachan productos en su mayor parte cocidos mientras que las salumerias italianas productos más salados o ahumados.
En la mesa no puede faltar el pan ni un compañero para compartirlo. Compañero es aquel con quien compartimos el pan y tendría su origen en la palabra latina compañio, el que come su pan con… es decir quien comparte con su ‘pañero’ y seguramente no solo el pan sino también la amistad y la charla porque hacen “buenas migas”.
A través de los jesuitas, y en relación al pan de Cristo, nos llega el uso de la palabra compañero para la colaboración política de grupos progresistas o de izquierda, ya que los jesuitas llevaban a cabo actividades políticas en favor de los grupos más desfavorecidos.
Un buen salario
Y para no negarnos el pan y la sal, como dice el refrán, para recordarnos la importancia de esta última hablaremos de ella. La palabra salario deriva del latín sal, salis. La sal era un producto irremisiblemente importante ya que servía para conservar los alimentos, era el alimento de los alimentos, además también se utilizaba cómo antiséptico.
El nombre viene de la suma de dinero, en forma de sal, que recibían los soldados romanos que cuidaban la ruta llamada Vía Salaria, por donde se transportaba la sal. Una expresión común en Roma, que muestra la importancia de la sal, era “no vale su sal”, que se usaba cuando algún esclavo no valía el dinero que se pedía por él.
Tiempo después pasó a ser la pequeña paga que recibían los esclavos domésticos que, inicialmente y al menos una parte, era en sal. Es por esto, posiblemente, por lo que Cicerón comenta que vivir de un salario es indigno de un ciudadano libre y que es propio de esclavos, algo así como una alienación marxista ya sugerida en esa época. Las connotaciones sociopolíticas con nuestra época actual parecen claras.
De la palabra sal también nos llega salchicha, carne salada, en italiano salciccia, salados o salazones, de donde también surge salami o ensalada que no debemos confundir con las enchiladas mexicanas que tienen su origen etimológico en el chile picante o ají.
El ‘vinum’ es salud
Por su parte, la etimología de la palabra ‘vino’ invita a beber ya desde sus orígenes. Llega a nosotros a través del latín vinum que a la vez viene del griego y del verbo oinos que quiere decir aprovechar o beneficiar a los hombres. Es decir, el vino es salud.
De esta raíz griega tenemos también la palabra enología y enoteca, estudio del vino y lugar habitual de cata y venta. También los que odian el vino tienen una palabra para sentirse representados, enofobia, y para los que lo aman demasiado, hasta el punto del alcoholismo, también tenemos enomanía.
Los viajes de las palabras y las metáforas son impredecibles y nos muestras caminos diversos. No es normal pensar a primera vista que la palabra viñeta tenga alguna relación con el vino, sin embargo, su origen es la palabra francesa vignette, diminutivo de vid o viña, debido a la afición antigua a decorar lozas y porcelanas con dibujos de hojas de ramas de vid. Con el tiempo se dio este nombre a cualquier tipo de adorno en libros o textos, aunque ya no fuera con motivos enológicos y de ahí al uso actual hay un paso…
Aceite, albóndigas y alfajores
El árabe también ha propiciado muchas palabras a nuestro menú, su paso por nuestra tierra durante más de siete siglos hace que sea la segunda lengua que más palabras aporta después del latín. Tenemos para empezar la mojama, que significa hecho cera, y que describe ese atún seco y delicioso con una textura tan especial y aterciopelada. Los argentinos y los españoles en Navidad toman alfajores, al-hasú, que quiere decir lo que está relleno, aunque hoy tengan tratamientos distintos en un país y otro.
Albóndiga, originariamente del árabe bunduga, que quiere decir bola, que evoluciona en al-bunduga y que en castellano pasó a ser bolindres, que eran bolas de carne picada que se echaban en los caldos. El azúcar también proviene del árabe, a través del sanscrito, de la palabra çar kara, que era la arenilla que quedaba en la caña de azúcar.
En latín acabó siendo sacharon, que da nombre a otros tipos de endulzantes como la sacarina o la sacarosa. Los árabes decían az-zayt, jugo de aceituna, de donde viene nuestra palabra ahora tan castellana: aceite. En otras lenguas, como el francés o el catalán, sin embargo, el origen es distinto.
En estas lenguas su etimología es oleum, término latino que significaba oliva. De aquí deriva la propia palabra francesa huile y la palabra inglesa oil, que además de aceite es también la palabra usada para el petróleo.
También recibimos de este vocablo antiguo la palabra óleo en castellano. Esta última nace en el Renacimiento por las fuertes influencias latinas al mezclar el pigmento con sustancias aceitosas para obtener la pintura.
Un café y un puro
El café también tiene su origen en el árabe y significa estimulante, qahwah, que acaba en el turco kahveh y después al italino caffé, por donde llega a nuestra lengua. Al-kohol, que quiere decir lo sutil y refinado, da origen a nuestro alcohol, inicialmente referido a un polvo que usaban las mujeres para pintarse los ojos (kohol).
Esta palabra era también utilizada para el refinado de cualquier esencia, y es por aquí también por donde llegamos al alanbiq, alambique, que al principio servía para destilar frutas y hierbas con interés medicinal y después perfumes y licores con intereses más hedonista. Recordemos que los árabes son expertos en plantas, flores y en su destilación, por eso son grandes perfumistas que nos regalan bonitas palabras como la lila, amapola, azucena, jazmín, azahar o incluso la flor del azafrán.
El tabaco, tubbaq, acompaña a la comida y a la sobremesa, y es sorprendente que venga del árabe y no de América. La palabra es el nombre que recibían ciertas plantas que marean o aturden al usarlas. El cacao nos llega, esta sí, de América, del náhuatl, de donde nace también cacahuete con el prefijo tlal, que significa cacao de tierra. Hasta del chino tenemos alguna palabra y no moderna: la palabra té nos llega de châ.
Comer de todo
Y ante todo esto aún no hemos dicho de dónde viene la palabra comer, y va siendo hora de que nos sentemos a la mesa. Nos podemos encontrar con la palabra manjar, que es una comida delicada y sofisticada, casi lujosa, que viene del latín magiare, que quiere decir, sin embargo, masticar o devorar al estilo de los animales. De aquí sale manduco, que es el glotón, y la palabra manducar y glotonear. Manger en francés y mangiare en italiano también nacen de aquí.
La palabra comer en castellano no tiene el mismo origen. Nos llega del latín edere, que en inglés hace eat, en alemán essen y en castellano, con el prefijo com, hace comer. Edere quiere decir, “tomar todo”, de ahí obedere, obeso, que junto al prefijo ob, que significa tope, nos representa a alguien que ha llegado a su límite en el comer.
El prefijo com de nuestra palabra castellana, que en latín significa convergencia o reunión, según Covarrubias en el Tesoro de la lengua castellana, nos recuerda que no debemos comer solos y que siempre hay que compartir el pan con un compañero. ¡Salud!
*Artículo de Jorge Manrique publicado originalmente en el nº 24 de TAPAS. Si quieres conseguir números atrasados de la revista, pincha aquí.