Desde hace unos años se ha convertido en uno de los intérpretes más respetados y cotizados de nuestro cine. Manuel María Arias Domínguez, más conocido como Imanol Arias (Riaño, León, 1956), ha protagonizado más de 50 películas, muchas de ellas de gran aceptación, como La muerte de Mikel, El Lute: camina o revienta (Concha de Plata al mejor actor en el Festival de San Sebastián), La colmena…, y ha trabajado con Almodóvar en Laberinto de Pasiones y en La flor de mi secreto. Ha sido nominado cuatro veces a los Premios Goya, pero no ha ganado ninguno.
A pesar de que es un reconocido actor de cine, su popularidad le viene por su trabajo en series de televisión como Anillos de oro, Brigada Central o Querido maestro. Pero su gran éxito lo obtiene con la serie de TVE Cuéntame cómo pasó (la más longeva de la historia de la televisión generalista en España). Ahora está rodando la trilogía del Baztán y en unas semanas se embarca en una nueva temporada de Cuéntame hasta marzo, y luego hará la segunda parte hasta septiembre. Después se incorporará al rodaje de la serie Velvet Collection.
Una de las pasiones del actor leones es el vino, y recorriendo España con el programa Un país para comérselo, con su proyecto vitivinícola, Imanol aceptó asociarse con él para lanzar al mercado un vino de jumilla de nombre “Bruto”, elaborado con uvas Monastrell.
Tapas se ha reunido con el popular actor en el bar del Hotel Silken Reino de Aragón, en Zaragoza, unas horas antes de que se fuera al teatro a representar La vida a Palos.
¿De quién ha aprendido más en su profesión?
Esta profesión es un aprendizaje cada día. Te exige observación, trabajo en equipo, te rodea de profesionales, y eso es lo que más te ensena. Hay toda una generación de actores de mi época que decimos que pertenecemos a los circuitos de Juan Diego, y que de alguna manera fuimos tocados, observados o señalados por él. Pero quizá, el actor que más me influyo, porque teníamos muchas coincidencias políticas en común, fue Pepe Sacristán.
Con Pedro Almodóvar ha trabajado en dos películas: ‘Laberinto de pasiones’ (1982); y en ‘La flor de mi secreto’ (1995) ¿Es muy exigente con sus actores? ¿Le gustaría volver a ponerse bajo su dirección?
Pedro es muy, muy exigente y tiene una personalidad explosiva, rueda muy apasionadamente y lo entiendo como una de las razones por las que trabajar con él es muy divertido y muy arriesgado en cuanto a la emoción. Claro que volvería a trabajar con él.
¿Se planteó en algún momento probar en Hollywood?
Hubo un momento en el que existió esa posibilidad porque se creó una red de agentes españoles en Los Ángeles, cuando Antonio Banderas se fue. Entonces era complicado para mi marcharme, porque aquí trabajaba mucho.
Ha rodado más de 50 películas, muchas con gran éxito, y en cuatro ocasiones ha sido nominado a los Premios Goya. ¿Qué tiene que hacer para que le den uno?
Nada, es fruto de la conjunción de las estrellas. Fernán Gómez decía que tenían una faena: solo los gana uno.
Su gran éxito viene con la serie ‘Cuéntame’. ¿A qué cree que se debe su aceptación? ¿Hasta cuándo puede durar?
La serie cobra importancia a medida que va acumulando años, porque se produce una reunión familiar continuada, sin cambiar prácticamente de intérpretes, que es esa familia que va creciendo. Su peligro es que quede obsoleta técnicamente, pero como Cuéntame ya empezó siendo adelantada, es un producto que tiene todas las de triunfar. El límite es el límite de la vida, aquí no hay personajes malos que tengan un término ni una situación que resolver. El tiempo que puede durar no lo sé, pero yo me incorporo al rodaje de su primera parte en unas semanas.
Después de 24 años sin actuar en un teatro, ahora ha vuelto con la obra ‘La vida a palos’. ¿Cómo se ha encontrado en el escenario?
A la escena del crimen se vuelve aunque sea tarde, no se puede evitar. Ha costado, pero me he sentido muy cómodo, haciendo una representación sin más animo que producir un espectáculo único, sin más presión que el mero hecho de hacerlo en ese instante. Para el público que tienes delante a esa hora es una forma muy razonable de trabajar y muy agradable, porque lo que pasa, pasa inmediatamente.
Su vida no ha sido precisamente un camino de rosas. Antes de triunfar en el cine, durmió en el metro y en pensiones baratas en la calle de La Montera. ¿Qué aprendió de esos años que luego le ha servido en su vida?
Que mi vida me ha ido muy bien, porque tampoco fue tan grave, ni venia de una familia desestructurada, aunque sí muy humilde, y aun eso sigue siendo un sustento muy importante para salir adelante. El tiempo que uno tiene por detrás es mucho más grande que el que tiene por delante, pero no puedo hacer un mal balance, todo lo contrario.
Al principio de su carrera era muy reivindicativo y se implicaba en temas políticos con otros actores, pero con el paso de los años ha decidido no hablar de estos temas…
Porque ya no están los temas presentes, ahora no hay planteamientos de revolución después de una dictadura. Ahora es menos transformador todo, y para participar en política tienes que hacerlo en campanas, que es lo que es continuamente, y no hay grandes hechos.
¿Qué le aportó en su cultura gastronómica ‘Un país para comérselo’?
Fue un maravilloso viaje por la gastronomía, el origen del producto, el echar la mirada sobre cosas que vienen desarrollándose hace cientos de años en ese mismo lugar y la vinculación con la tierra. También me enseno una cosa que me hace muy feliz, y es que la gastronomía es muy unificadora, nos coloca a cada uno en nuestro sitio, que siempre es muy alto, y articula mucho un territorio.
¿Cómo es el catering en la serie ‘Cuéntame’?
Justito porque es para mucha gente, y depende mucho del nivel de producción. Ahora hay que diversificarlo por las intolerancias alimentarias. Creo que dar de comer sigue siendo igual de apasionante, pero se complica cada vez más.
¿Qué plato no soportaba de pequeño y ahora le encanta?
Los pescados azules me complicaban mucho la vida, y en casa eran un alimento básico: verdeles, bonito, marmitas. Las carnes eran más prohibitivas. Lo que más me fascinaba entonces era comerme una pata de pollo, que solo llegaba a casa algunos domingos. Por entonces, veía una serie de televisión, Los intocables, en la que a Frank Mitti le ponían cuatro o cinco patas de pollo con salsita, que era lo que comía toda mi familia, y a veces que las mordía y las tiraba. Y yo decía: “!Hijo de puta!”