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La insólita historia del dentista que inventó el algodón de azúcar

Aunque pueda parecer irónico, es totalmente real.

Richard James Mendoza / Getty Images

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Reluce en medio de ferias, circos o carnavales, esculpido sobre un palo. El pegajoso algodón de azúcar se ha convertido en uno de los dulces nostálgicos más codiciados del mundo por su textura, sabor y el efecto hiperestimulante que produce. Pero antes de adquirir la forma habitual y el estatus popular, que todos conocemos, éste presentaba otra figura y reconocimiento.

Empecemos por los orígenes. ¿Dónde, cuándo y cómo surgió la idea de transformar el azúcar en una creación tan divertida? Se dice que la idea del azúcar hilado existe desde el siglo XV en Italia. Allí los cocineros desarrollarían una técnica consistente en trabajar sobre cubas de azúcar derretido, e hilarlas a mano utilizando un tenedor y una especie de mango.

En la Edad Moderna, dado el elevado coste del azúcar en Europa, el azúcar hilado no era ni mucho menos un dulce popular: estaba reservado a las altas esferas de la realeza. Enrique III de Francia, por ejemplo, sería obsequiado en su viaje a Venecia con una bandeja con más de 1.000 piezas diferentes de azúcar hilado.

Primera máquina de algodón de azúcar

El azúcar hilado descendería entonces de ese estrado exclusivo a un plano más terrenal, adentrándose en la cultura popular gracias a la máquina de algodón de azúcar. La realidad -aunque pueda parecer irónica- es que fue un dentista quien la inventó. Y ese fue A William James Morrison, dentista e inventor de Nashville (Tennessee), conocido por idear ese dispositivo que suprimía gran parte del trabajo manual asociado al hilado previo del azúcar.

En 1897, él y su amigo, el confitero John C. Wharton, se unirían para fabricar la máquina que bautizarían como ‘máquina eléctrica de caramelos’, que derretía el azúcar en una cámara central giratoria. A continuación, utilizaba aire para hacer pasar el azúcar derretido a través de una rejilla de alambre al cuenco metálico circundante para producir ese caramelo que ahora conocemos tan bien.

La máquina y el caramelo que producía -llamado ‘Fairy Floss‘ en aquella época- se presentaron por primera vez en América en la Feria Mundial de San Luis de 1904, extendida durante seis meses en los que el caramelo se vendió en cajas a 25 céntimos la unidad. Fue tal el éxito de su debut que Morrison y Wharton vendieron un total de 65.655 cajas; dejando a su vez un eterno legado en la historia.