Poner en valor su historia y experiencia. Eso han hecho en Freixenet –y por partida doble -con la elaboración de este vino que recupera antiguas tradiciones de elaboración en las masías catalanas. Pero empecemos por el principio: La Freixeneda se llama así en honor a la finca del siglo XIII propiedad de la familia Ferrer durante 18 generaciones y que el actual presidente de Honor, Josep Ferrer i Sala, ha decidido recuperar como bodega. Es ahí donde entra en juego Josep Buján, enólogo jefe durante ¡41 años! Y orgulloso responsable de la elaboración de 3.000 millones de botellas de cava en ese tiempo. Pues bien, Buján acaba de dejar dicho cargo, pero su vinculación a la bodega es tan profunda que ahora se encarga de dirigir sus nuevos proyectos y las bodegas Casa Sala y La Freixeneda, labor en la que está poniendo la ilusión de un niño. El primer resultado en el apartado de los tintos es este homenaje confeso a los Amarone italiano –en los que la uva se pasifica– elaborado con Cabernet Sauvignon (70%) y Garnacha (30%), que permanece alrededor de 18 meses en roble de Croacia sin tostar, que ya va por su segunda añada y que llama la atención por su tapón de cristal al no tener crianza en botella (en nuestro caso eso produjo que estuviera algo reducido). Lo que sí está claro es que estamos ante un vino que hay que decantar, pequeño esfuerzo que nos permite apreciar mejor sus claros aromas a fruta roja e higos, además de maravillarnos ante lo bien integrada que está la madera (apenas insinuada) y la suavidad de sus taninos, conformando un vino largo, goloso, de los que invitan a terminarse la botella… y a ir pidiendo la segunda.