El simple acto de llevarnos un trozo de pan (o maricos) a la boda puede convertirse en un atisbo de erotismo surrealista. Así es como lo vio e ilustró Salvador Dalí en el libro ‘Les Dîners de Gala’, ahora reeditado.
En plena vorágine gastronómica no sería nada raro que un referente del artecomo Shepard Fairey, fundador de Obey, decidiese confesar su secreta obsesión por la cocina con un monumental grafitti en cada una de las ruinosas paredes de todo un barrio emergente. Se haría de oro y por qué no, se convertiría también en carne de portada para Tapas. Menudo portadón. ¿Y cómo sería que Yayoi Kusama crease un nuevo imán para los adictos a los selfies con una exposición de temática alimentaria con la que reventar internet? El bombazo del año, sin duda. Casi, casi como lo llegó a ser el libro Les Dîners de Gala en 1973, una recopilación de ‘recetas’ firmada por el mísmisimo jefe de todo esto: Salvador Dalí. “Podéis estar seguros de que los famosos relojes blandos no son otra cosa que el queso Camembert del espacio y el tiempo, que es tierno, extravagante, solitario y paranoicocrítico”, confesaba el genio de Cadaqués a la hora de explicar lo que se le vino a la cabeza el caluroso día que ideó La Persistencia de la Memoria (1931). Bendito calor. Fue ese mismo delirio de buen comer, cosa que aparentemente no era cosa nueva para Dalí, el que lo llevó a confesar su necesidad de convertirse en cocinero a la temprana edad de seis años… y, ya metidos en harina, la de ser Napoleón a los siete.
Fue en una gala en Maxim’s, ideada para conmemorar los 2.500 años del Imperio Persa, cuando Dalí dio con el nombre para titular su libro compuesto por doce capítulos –repleto de nombres exóticos, un apartado para los caracoles con rana, composiciones liliputienses y sodomizadas, y lecciones sobre “cómo devorarse a Gala”– profuso en bizarrismo ilustrado con alguna que otra pincelada compuesta por chefs franceses que se unieron a la causa. “Nos gustaría aclarar que, desde las primeras recetas, Les Dîners de Gala, con sus preceptos e ilustraciones, está única y exclusivamente dedicado a los placeres del Gusto. Aquí no encontrarán ninguna fórmula para adelgazar. Buscamos ignorar esas gráficas y tablas en las que la química ocupa el lugar de la gastronomía. Si eres un discípulo de esos ‘cuenta calorías’ que convierten los placeres de comer en una forma de tortura, cierra este libro ahora mismo; es demasiado vivaz, demasiado agresivo y demasiado impertinente para ti”.
Y de la misma forma que este libro, del cual solo se publicaron 400 copias, no iba a complacer a todo el público que se hiciese con él, hay que aclarar que tampoco era fácil hacerlo con Dalí cuando se sentaba en la mesa, ya que se confesaba poco amigo de los alimentos ininteligibles y escasos de valores morales y estéticos: “Si odio a ese degradante y detestable vegetal llamado espinaca es porque no tiene forma, como la Libertad. Lo opuesto a esa espinaca escasa de forma es la armadura. Me encanta comer armaduras; de hecho, me fascinan todos los mariscos… Esa comida que es vulnerable a la conquista del paladar a través de la batalla del pelar”. Queda claro que el buen comer siempre ha sido un asunto duro de pelar… tanto como el propio Dalí.
FLIBRO
‘Les Dîners de Gala’ vio la luz en 1973 y ahora lo reedita Taschen.
La erótica del comer
Fue durante una gala en el Maxim’s (París) para conmemorar los 2.500 años del Imperio Persa cuando Dalí dio con el nombre ‘Les Dîners de Gala’.
La erótica del comer
“Podéis estar seguros de que los famosos relojes blandos no son otra cosa que el queso Camembert del espacio y el tiempo, que es tierno, extravagante, solitario y paranoico-crítico”, confesaba Dalí. Vale, queda claro. Pero, ¿y los bistecs?
La erótica del comer
¿Comida viejuna? Puede ser, pero también una obra de arte firmada por el mismísimo Salvador Dalí.
La erótica del comer
Después de Gala, Dalí tenía otra debilidad a la hora de sentarse en la mesa: los mariscos.