La variedad y equilibrio a la hora de alimentarnos es importante, sobre todo si queremos mantener buena salud y que nuestro organismo reciba todo tipo de nutrientes. Pero en la cocina, además de buscar el sabor idóneo, hay otras características que son fundamentales -por ejemplo, la estética-.
La belleza a la hora de presentar un plato tiene un secreto: si añades alimentos de múltiples colores, estarás ayudando a tu cuerpo. Consumir todos los días verduras, frutas y hortalizas -casualmente son los alimentos con más colores- de tonos diferentes permite disminuir el riesgo de padecer enfermedades cardiovasculares, colesterol o diabetes.
Al entrar en una verdulería, nos vemos sorprendidos por el pigmento de los alimentos. Por otro lado, en una carnicería, por ejemplo, apenas hay 3 colores.
Los colores, además, transmiten a los comensales sensaciones -armonía, contrastes de color, forma y sabor-, pero estos tienen detrás un estudio, basado en las reacciones que provocan.
Los colores fríos (gris, negro, verde, azul…) nos recuerdan al hielo, a la nieve y a la naturaleza, ocasionando estados de calma y tranquilidad. En cambio, los colores cálidos, rojos y amarillos, nos despiertan, excitan al sistema nervioso.
Cuando diseñamos un plato, se recomienda usar colores claros para las zonas más grandes y oscuros para las más pequeñas o para resaltar. Siguiendo estos pasos conseguiremos un efecto atractivo, un impacto visual que provocará el deseo de comer por parte del comensal.