Opinión Salvador Sostres

La cocina de la bolsa y la cara de Dios

La cocina del taller de El Bulli y Ferran Adrià / Thomas Vilhelm / Cover / Getty Images

La “cocina de la bolsa”, tan criticada. Es que todo lo guardan en “bolsas” -se refieren al vacío- o en los tapers. No hemos aprendido nada. Tuvo que venir Ferran Adrià para acabar con las “cocinas nacionales” y con las cocinas “de producto” y hemos caído en el kukluxklán de lo cocinado al instante, como si fuera lo que marcara la diferencia. No hemos aprendido nada y el problema no es saber más o menos de cocina -que además no es demasiado interesante- sino atender a la cuestión previa de si quieres ser feliz o por lo menos estar contento. Ésta es la gran línea divisoria de la Humanidad, lo que nos define y lo que nos salva (si estás en el lado correcto); o lo que irremediablemente nos hunde y no importa salvarte de esta guerra porque si lo conseguimos te buscarás otra para igualmente perderla.

El Bulli buscó divertirnos, Ferran quería otras cosas y tenía otras ambiciones, pero por lo que a nosotros respecta buscó sorprendernos y que le miráramos con cara de niños. Las técnicas, las teorías, la inteligencia que hay detrás de El Bulli son de gran importancia, pero nosotros recordaremos para siempre Montjoi como el lugar en el que fuimos más felices del mundo. ¿Qué sentido habría tenido ponernos a desmenuzar el caramelo de aceite o preguntarnos por la procedencia del queso en el corte de parmesano? ¿Qué sentido habría tenido abrir un debate sobre la calidad del caviar con el tuétano? No habríamos entendido lo que El Bulli quería decirnos. Hubo muchos que no lo entendieron. Santi Santamaria llegó a decir que El Bulli intoxicaba a sus clientes y hace muchos años que hay que hablar de él en pasado.

Hoy por 50-80 euros hay buenos restaurantes de cocina tradicional que efectivamente conservan las raciones en bolsas al vacío porque así pueden hacer producciones más ordenadas. ¿Qué quieres por 50-80 euros? ¿Por qué te importa si es al vacío? La decisión tiene que ser previa. Yo he ido muchas veces a un restaurante y me ha disgustado profundamente, y lo he escrito, pero he ido siempre a que aquella casa me gustara. Y cuando decido que un restaurante me gusta y es de los míos, tiendo a ver las virtudes y a no ver los defectos. Lo mismo hago con las personas y cualquier otra estrategia me lleva a la oscuridad y a la tristeza.

Nadie sobrevive a la lupa. Nadie sale airoso del minucioso examen. Nuestra angustia no se pasa convirtiendo en angustia todo lo que nos rodea sino haciendo las paces con nuestra imperfección perdonando la imperfección de los demás. Yo podría mandar a todos callar porque desde que El Bulli cerró lo que importa no puede ser lo que comemos. ¿Cómo va a importarnos? Puestos a decir la verdad, y yo creo que es mucho más civilizado dosificarla, pero bueno, es comedia y es nostalgia decir que queremos comer bien, o la comedia todavía superior de que sabemos comer.

Hemos venido al mundo a gastar mucho dinero en restaurantes que nos resulten simpáticos y que nos tratan bien. Hemos venido a no tener conversaciones enzarzadas sobre las cosas y a no depender de las cosas. Las cosas, los restaurantes, el pescado, los zapatos no tienen importancia. Ninguna importancia. Sólo importa la idea, la metáfora a las que que las tensamos. Un hombre sólido ha de solamente depender de su fortaleza por concentrarse en la fantasía de aquello que ha decidido, siempre con carácter previo, que va a gustarle.

No busquemos la bolsa, no busquemos los defectos, no nos enredemos en amargarnos la velada. Hagamos de la alegría nuestra higiene, cuidemos las ideas, elijamos bien dónde las aplicamos y no demos demasiados pasos en falso. Lo que importa es el aire de Las Meninas, el humor de la velada. Lo que importa es no olvidar el propósito fundamental de estar bien y saber realizarlo. Cada vez que nos creemos más inteligentes por quejarnos y tener razón somos en el fondo más idiotas, y más infelices, extraviados en hosquedades innecesarias y en el dolor siempre atroz en lugar de alargar un poco más los dedos y tocar la cara de Dios.