Durante los años 30 el escritor mejor pagado del mundo se llamaba William Somerset Maugham. Suyo es el relato en el que narra la historia de un hombre que cae bajo la maldición de una isleña despechada, que lo condenaría a morir por un ataque de hipo.
El motorista, escritor y médico Oliver Sacks contaba en sus memorias (En movimiento. Una vida, Anagrama) el caso de un magnate del café que tras una operación estuvo seis días y seis noches con un ataque de hipo. Sacks sugirió a sus médicos un hipnoterapeuta (¡diablos, eso también empieza por Œhip¹!) y, aunque sus colegas responsables del caso eran bastante escépticos al respecto, y tras una sola sesión de hipnosis, al chasquido de los dedos el movimiento compulsivo del diafragma desapareció.
Yo con el hipo me llevo más o menos bien. Solo lo pillo si como muy rápido, lo que suele coincidir con que me guste mucho la comida. Así que en mi caso hipo y glotonería quedan para jugar conmigo.
La verdad es que el hipo de los ansiosos no es de los peores. Piensen en la hipoglucemia, el hipotiroidismo, la hipoxia o en la misma hipotermia. Me refiero a la sintaxis (qué bonita palabra). Hay que reconocer que este prefijo es un poco cabrón, excepto para nombrar a los hipopótamos, que, aunque son los animales que más matan en África, a todos nos caen (hiper)bien.
ANDRÉS RODRÍGUEZ
Editor y Director de Tapas
@ArodSpainMedia