No te trago pero dependo de ti. Soy un 60% tú. Me haces flotar y a diario me lavas. Estás, como yo, en contra de que este planeta, azul gracias a ti, se llame Tierra en vez de Agua. Planeta Agua.
Me he tragado tus sales pastosas en el Mar Menor cuando aprendí a nadar. Te he escupido con cloro cuando perfeccioné mi estilo, golpeando corcheras, en la Piscina del Barrio de la Concepción. Te he bendecido en las callejuelas de Benarés, vigilante siempre de que el precinto de la botella no estuviese roto (o trucado). Te he mezclado con un buen whiskey cuando el ‘agua de fuego’ me resultaba demasiado ardiente.
Te bendigo al llegar a Madrid y te uso para regar mi pequeña huerta urbana de escarola, rúcola y acelga.
He pataleado en tus ríos, me has roto la espalda cuando te hiciste cemento al saltar de aquella roca tan alta. Has lamido mis heridas, refrescado mi nuca, hervido mis papas arrugás y bañado mi gazpacho.
Y también como tú, sucumbí a tener una botella azul de cristal de Solán de Cabras en la mesa de mi despacho para sentirme especial. Sobre el agua bendita mejor no me pronuncio, que no quiero ser un aguafiestas.
Me calaste hasta los huesos y espero que, subterránea, bañes los restos de mis ancestros. Y que un día me veas flotar, pulverizado en ceniza, cerca del faro que hoy gira y gira iluminando navegantes e ilusionando sirenas.