“Hola. Soy yo. Acabo de encontrarla, en el puerto de Gandía. Estaban mis chavales practicando con un Optimist y yo vigilándoles y les vi jugar con ella. Te escribo como ponía tu mensaje”.
Mi mensaje no era el único. Metidos cuatro. Era de noche y había luna creciente, cerca de la costa oeste de Formentera, acabábamos de ver a unos delfines saludar. Pinchamos el concierto en directo de The Police grabado durante su gira de 1995 y nos pusimos a escribir. La tripulación de tres y el capitán, como debe de estar solo. Nos comprometimos a leernos los mensajes. La noche estrellada decidió que marineros y grumetes escribiesen sobre la libertad, el amor, la vida y la mar. Yo, el más romántico, puse mi móvil y le dije al incierto destinatario que si la encontraba llamase, que estaba invitado.
Y recibí la llamada cuarenta y seis días después. No se ha dejado invitar. Pero me dijo que lanzase más, que una botella con mensaje es una carta de amor a lo desconocido. El vino era un albariño del 2014. El año que viene lanzaremos godello y el siguiente ribera, y el próximo rioja y así hasta inundar la mar de amigos y sueños. Porque el vino es para compartirlo, aunque sea flotando.