Opinión Salvador Sostres

Juan y Andrea, nos vemos

Juan y Andrea. Galería

Juan y Andrea tiene el encanto de un restaurante de los años 70 en Cannes pero sus toldos y sus ventiladores están algo envejecidos y es más bonito cuando lo ves llegando en el barco que cuando te sientas. La conservación de los chiringuitos de playa de un cierto nivel es complicada y costosa, pero se puede hacer y en Cala Jondal no tienes esta sensación de dejadez. Juan y Andrea es un restaurante importante para Formentera y tiene que hacer lo imposible para mantener altos sus estándares.

El servicio es atento, amable, joven; chicos y chicas espabilados, que saben cómo tratar a su público y que tienen muy en cuenta que una parte sensible de sus ganancias está en la propina. Los restaurantes que juegan esta carta están bien, algunos de ellos, e incluso muy bien. Es el modelo americano. Pero hay una comodidad que un cliente europeo culto y civilizado deja de sentir cuando nota que su camarero va muy descaradamente a por el dinero y recomienda siempre los platos más caros sin ningún otro criterio que el precio.

Se trata de vender. Siempre tenemos que vender. Este artículo también tiene una parte de venta, con su estilo y su cadencia, una parte de fuerza para atrapar al lector y que no se distraiga con cualquier otra cosa a medio párrafo. Claro que se trata de vender. Todos y siempre vendemos y cuando no lo hacemos fracasamos estrepitosamente. Es por lo tanto engañarse pensar que un restaurante tiene langosta para que vayamos a comer buñuelos de bacalao. Es engañarse pensar que el dueño de un restaurante no espera de sus camareros que intenten sacar de cada cliente el mejor provecho. Pero en la experiencia global del cliente, en la sensación que dejas en uno que ha ido a verte por primera vez, influye de manera pésima el hecho de que acabe pensando que has sacado ventaja de sus ganas de pasarlo bien con sus familiares y amigos.

Circulan por Internet facturas de la casa con comentarios incendiados sobre lo caros que son algunos platos. Son críticas injustas porque la casa no obliga a nadie a ir y antes de hacer una reserva has de saber donde te metes. Juan y Andrea tiene marisco de buena calidad y los precios que cobra no están dramáticamente por encima de los restaurantes españoles de su mismo concepto, y son claramente más bajos que sus equivalentes en el resto de Europa, sobre todo los de la costa francesa.

El arroz caldoso con bogavante es un plato muy logrado pero nuestro camarero nos dijo que los arroces no eran lo “fuerte” de la casa y nos insistió encarecidamente en que tomáramos unos espaguetis con langosta. Al final pedimos ambos. El arroz caldoso era excelente y mucho más barato; y los espaguetis eran vulgares y no tenían ningún otro interés que el precio al que iba la langosta que los acompañaba, y que quedó algo deslucida con una base de interés tan escaso.

España necesita restaurantes como Juan y Andrea, y que sean grandes negocios, y que den prestigio a los destinos turísticos en los que se encuentran. Pero también necesitamos, justo al revés de lo que ha hecho Francia, mantener un cierto romanticismo en la relación entre el restaurante y el cliente, y que no nos traten como a adictos a las máquinas tragaperras. No es ni siquiera una cuestión de dinero. Es una cuestión de sentir que les importa tu felicidad, y no sólo lo que te logren arrancar mientras tú no te das cuenta.