Es un político español con una amplia trayectoria en cargos de responsabilidad. Tras afiliarse al al PSCPSOE, la carrera política de José Montilla Aguilera (Iznájar, Córdoba, 1955) empezó en Cornellá de Llobregat, donde llegó a la alcaldía. Luego pasó a presidir la Diputación de Barcelona durante dos años, antes de que José Luis Rodriguez Zapatero apostara por él y le nombrara en 2004 ministro de Industria, Turismo y Comercio, cartera que ocupó hasta el 2006. Al acabar, accedió a la presidencia de la Generalitat, que ocupó hasta 2010. Actualmente es senador autonómico a propuesta del Parlament de Cataluña y desde 2014 presidente de la fundación Rafael Campalans, considerada como el think tank del PSC.
¿Qué le animó a afiliarse a los 23 años al PSC?
Me afilié al PSC cuando se fundó, en 1978. Hasta entonces, había diversos colectivos socialistas que convergieron en un proceso de unidad, hasta crearse el PSC. Anteriormente, durante la etapa de la lucha contra el franquismo, había militado en el campo de la izquierda más radical. Lo que me animó a afiliarme al PSC fue que era un partido que pensaba que representaba a la izquierda pragmática, posibilista, reformista, trasformadora, con la que yo me identificaba. De aquella época recuerdo la lucha contra el franquismo, el espíritu de camaradería que había entre los compañeros y, aunque no éramos muchos, éramos muy idealistas y queríamos cambiar el mundo. Leíamos y discutíamos mucho, y fue una etapa en la que forjé algunas amistades de esas que duran toda la vida.
Fue investido presidente de la Generalitat en noviembre de 2006 con los votos de su partido, Iniciativa per Catalunya Verds y Esquerra Republicana. ¿Cómo fueron esos años al frente de la Generalitat? ¿Qué es lo que más destacaría de su mandato?
No fueron unos años fáciles. Hay que recordar que fui investido a finales del año 2006, y aunque 2007 todavía fue un año de crecimiento económico y de generación de empleo, en 2008 llegó la crisis, con el desplome de Lehman Brothers y la caída en cascada de las economías occidentales, entre ellas la española y, por supuesto, la catalana. Por esta razón, vinieron años difíciles para el Gobierno de Cataluña y también para el de España. Un tema que destacaría sería que en la etapa final de mi presidencia se produjo la sentencia del Tribunal Constitucional sobre el Estatuto que se señala muchas veces como el inicio del problema político que tenemos ahora. Traté por todos los medios de evitar una sentencia que pensaba que era lesiva para el autogobierno y que una parte de la sociedad catalana no iba a entender, como así pasó. A pesar de todo, recuerdo aquella etapa con satisfacción, porque con las limitaciones que teníamos nos dedicamos básicamente a gobernar y a solucionar problemas de la gente, y no a creárselos. El Gobierno, como alguno lo calificó, era un gobierno algo aburrido, sí, pero nos dedicamos a hacer escuelas, hospitales, carreteras, a contratar maestros y a incentivar la investigación, el desarrollo y la innovación en Cataluña; todas esas cosas de las que en los últimos años nadie habla, pero que son fundamentales para el bienestar de una sociedad como la catalana. Quiero dejar claro que en aquellos acuerdos con las otras fuerzas políticas no se hablaba para nada de independencia, ni de referéndum, ni siquiera de la consulta, sino de desarrollar el Estatuto y de profundizar en el estado del bienestar.
Cuando escuchó a Pascual Maragall –por entones Presidente de la Generalitat– decir en el Parlament al líder de CiU, Artur Mas, “Ustedes tienen un problema que se llama 3%”, ¿qué pensó?
Bueno, en aquel momento pensé que una cosa era lo que se comentaba, y algunos medios insinuaban, pero que no había pruebas. Creo que cuando se acusa a alguien hay que presentar pruebas y entonces no las había, pero después sí que han aparecido, y lo que parece que demuestran es que el 3% existía y, por ello, hay investigaciones judiciales.
¿Es optimista o pesimista sobre el hecho de que a partir del 21-D se pueda arreglar la situación de Cataluña?
No, no soy optimista en el sentido de que a partir del día 21-D todos los problemas se vayan a solucionar. Lo que ha pasado es muy serio, hay que decirlo, y la fractura de la sociedad catalana es muy grave, lo vemos en las familias y los grupos de amigos. El deterioro de la economía no se ve todavía en toda su amplitud, pero es tremendamente grave por las consecuencias que tienen las decisiones que han tomado las empresas de trasladar su sede fiscal, o social, pero es que después van a ser otras cosas… Y eso no se va a solucionar a corto plazo, aunque el día 21 tenemos la posibilidad de invertir la tendencia, de dejar de caer por la pendiente, que es adonde nos conduciría otro gobierno independentista, porque incrementaría la incertidumbre, la fractura social y el deterioro de la economía.
Usted es senador desde hace seis años. Para muchos es una cámara sin un papel trascendente en la política nacional. ¿Es partidario de su reforma para que pueda jugar más importancia en las decisiones políticas? Sí, soy partidario de una reforma constitucional, no sólo para reformar el Senado, que debería ser verdaderamente una cámara territorial, sino para muchas otras cosas. En estos momentos lo es solo en parte, ya que hay senadores que representan a los parlamentos autonómicos, como es mi caso, pero hay muchos otros que representan a las provincias. Una estructura, digamos, que no es la territorial básica del Estado de las autonomías actual. Debería, por tanto, adaptarse y ser una cámara territorial como lo es en otros estados federales.
El restaurante del Senado tiene fama de que se come muy bien y a un buen precio. ¿Usted lo frecuenta?
Sí, cuando estoy en Madrid suelo comer allí. Hay un menú excelente por 14 euros, con bebida incluida, y de vez en cuando incluyen unos callos que están muy buenos. Pero también suelo ir a cenar a Casa Jacinto, que está cerca del Senado y donde también se come de fábula. En Barcelona, si puedo, me gusta comer en casa, y si no, voy variando, porque aquí tenemos muy buenos restaurantes. Vivo en Sant Just D’esvern, y los domingos, después de caminar un par de horas por el Parc de Collserola, voy a comer a un restaurante que se llama El Picoteo, especializado en pescado, marisco y cocina cordobesa-andaluza.
Cuando estaba en campaña electoral, ¿qué tipo de comida era la que más solía degustar?
Lo que más me alteraba la dieta en una campaña electoral era si comía en casa o fuera. A mí me gustan mucho los platos de cuchara, como las lentejas, los garbanzos o la fabada, no cada día, evidentemente, pero sí un par de días a la semana. Los otros días hay que comer verduras y ensaladas, que me encantan. Pero cuando estás de campaña acabas comiendo de todo, y cuando vas a comidas populares, incluso más de la cuenta.
¿Cree que la política que está haciendo Pedro Sánchez, le puede llevar a la Moncloa?
Eso espero. La política que está haciendo, por un lado pone de relieve el crecimiento de las desigualdades que se han producido en la sociedad española durante el Gobierno de Mariano Rajoy, pero también aporta soluciones a los problemas de la crisis territorial. Porque hay que decirlo, el problema del independentismo y el riesgo de ruptura con España no ha existido mientras han gobernado los socialistas. Ha aparecido ahora, y eso quiere decir que por parte no solo de los independentistas, sino también del Gobierno de Rajoy, no se han hecho las cosas bien, entre otras cosas, porque no se ha hecho política y se han escudado en los jueces y fiscales. Por lo tanto, creo que sí que hay una propuesta socialista que irá haciéndose un espacio y ganando credibilidad en la medida en que los hechos también van a ir desmintiendo las afirmaciones del actual presidente del Gobierno.