La Maison de champagne Ruinart tiene una larga tradición de apoyo al arte contemporáneo. Desde 1996, la Maison de champagne ha encargado a artistas internacionales de renombre que presenten su particular visión de la marca. Desde el arquitecto y diseñador israelí Ron Arad al escultor y artista español Jaume Plensa, pasando por artistas como Maarten Baas, Georgia Russell, Piet Hein Eek, Hubert le Gall o Erwin Olaf. Cada uno ha interpretado a su manera diferentes aspectos de la Maison Ruinart, incluida la visión de su creador, su historia y el arte especializado de la elaboración del champagne, de la vid a la botella.
En esta próxima edición de ARCOmadrid, Ruinart ha querido contar con la colaboración de una de las figuras españolas emergentes más destacadas del diseño y la ilustración, el catalán Ignasi Monreal (Barcelona, 1990), un talento que rompió moldes con las célebres campañas para Gucci en las que lo que se veía no eran fotografías más o menos artísticas de modelos posando con ropa de la firma italiana… sino cuadros pintados digitalmente por Monreal en los que el artista demostraba no sólo un dominio técnico descomunal para el retrato, sino un mundo interior propio, en el que mezclaba lo real con lo onírico, en un recorrido por los grandes nombres de la historia del arte que dejaba al espectador con la boca abierta. Tal cual.
Aquel fue su primer gran trabajo, el que le abrió las puertas del mundo entero. Pero antes ya había dirigido videoclips de artistas hoy internacionales como la británica FKA Twigs (Two weeks), de su primer álbum, LP1, o nuestra Rosalía (Aunque es de noche, un tema que grabó entre sus dos primeros álbumes, Los ángeles y El mal querer). Tiene su propia colección de gafas, para Etnia Barcelona, y ha creado sendas escenografías para dos espectáculos de ballet de la Ópera de Roma, el El lago de los cisnes, con música de Chaikovski y coreografía de Julius Reisinger (el año pasado) y La bayadera, con música de Ludwig Minkus y coreografía del legendario Marius Petipa, que se va a estrenar este próximo 25 de febrero. Pero ahora, en ARCO, lo que veremos de Monreal para Ruinart es la customización del second skin, su estuche sostenible para las botellas, pintado a mano por el catalán, “formará parte del champagne bar de Ruinart en ARCO. Es una reinterpretación –explica el artista– de lo que ellos llaman ‘segundas pieles’ de las botellas”.
Los platos sucios
Ruinart se enamoró de Monreal el pasado verano. Ignasi presentó en el Palazzo Monti de la localidad lombarda de Brescia una exposición artística titulada Plats bruts (platos sucios). “Ruinart nos escribió para proporcionar el champagne de la cena de la inauguración –nos comenta el artista–. Y ahí nació la relación con Ruinart y la idea de dibujar mis trampantojos para sus botellas”. Aquella exposición era una continuación de la que ofreció, con el mismo título, en la Fresh Gallery de Madrid, en 2019, y que estaba formada, como decía gráficamente su título, por cuadros al óleo de platos sucios: los restos de sucesivas comidas. Y no se trata de ninguna “ida de olla” de artista. Al contrario, tiene una serie de connotaciones personales incuestionables: “Comer me gusta mucho y la comida te remite a toda una serie de recuerdos. Pero cocinar, a mí, se me da fatal. Todos esos platos que he pintado son una especie de diario de mis comidas. Los empecé a realizar cuando me mudé a Italia procedente de Londres. Con el traslado de domicilio la comida se convirtió en el eje principal de mi vida. Conocí a gente nueva y toda mi vida la hacía en restaurantes y fue así como decidí empezar a pintar esos platos.
Para mí son recuerdos que me permiten mirar atrás y conservarlos toda la vida. De hecho, creo que va a ser lo que voy a pintar toda mi vida”. Los cuadros surgieron como una necesidad de practicar nuevas técnicas. Todos sus trabajos para Gucci los realzó en Londres, pintando de forma digital en una tableta, con programas informáticos. Al llegar a Roma y sentir otra serie de impulsos creativos quiso experimentar con el óleo. “Yo no sabía pintar al óleo y para practicar, cuando pintas, haces bodegones”. Los platos sucios que quedaban en la mesa después de una comida fueron sus “modelos” para esa serie de “naturalezas muertas”. Pero también algo más. Mucho más. “Los cuadros hablan de mis sobremesas. Son una celebración de la sobremesa. Uno de mis mejores amigos americanos me dijo: ‘¡Qué fuerte que tengáis una palabra para esto!’. Yo nunca había caído en la cuenta de que tenemos el único idioma en el mundo que ha creado una palabra para definir el tiempo que pasamos en la mesa después de comer.
Y pensé que tenía que celebrar ese pedazo de nuestra cultura, que dice mucho de nosotros. De eso es de lo que van mis cuadros de platos sucios”. Aunque cuando se escribe sobre la pintura (digital u óleo, da igual) de Monreal se suele emplear el término “hiperrealismo” para definirla, dada la calidad del detalle de lo que pinta, el artista no se siente identificado con ese calificativo, que lo emparentaría con la obra de Richard Estes, Denis Peterson, Audrey Flack, Chuck Close o el pintor manchego Antonio López. “Yo no lo llamaría hiperrealista… Es figurativo, está claro, pero no hiperrealista. El hiperrealismo es un estilo que termina siendo muy foto- gráfico y yo intento que la pincelada sea más expresiva, aunque si se ve en las pantallas pequeñinas de los móviles a veces no se perciba. Si se ve en directo se ve la mano del pintor, mientras que el hiperrealismo intenta ocultarla”.
Entre sus pintores favoritos, Monreal siempre ha citado a Velázquez y a Caravaggio, pero ahora también quiere añadir a Goya en su podio particular. “Lo que más me gusta de ellos es que eran tan buenos en lo que hacían que conseguían transgredir la moralidad de su tiempo a través del trabajo bien hecho. Cualquier otro pintor que hubiera pintado ‘Las Meninas’ habría acabado en la hoguera, porque ponía al espectador en el sitio del rey y la reina, cuando estos eran los enviados de Dios a la Tierra, como se les consideraba en esa época. Resultaba completamente profano. Velázquez se pintó a sí mismo, al lado de la infanta, y los reyes están al fondo, en el reflejo del espejo… Transgredió toda una serie de normas que a otro no le hubiesen consentido. Lo vemos ahora y sólo vemos la brillantez del cuadro: no nos percatamos de que todas esas normas no se aplican en nuestra época, pero si lo ponemos en contexto…”.
“Caravaggio, lo mismo –continúa–. En la segunda versión de La conversión de San Pablo lo que tienes en primer plano es el culo enorme de un caballo… ¡Y nadie se quejó! Porque estaba muy bien pintado. Está en la Capilla Cerasi de la Iglesia de Santa María del Popolo, en Roma. Conseguían que su trabajo hablara por sí sólo, más allá de la moralidad de sus épocas”.
Monreal no se considera a sí mismo un transgresor, pero sí reconoce que en su trabajo consigue meter por ahí, de tapadillos, sus “historias”. “En mucho del trabajo que hago para otros incluyo alguna historia personal. Sobre todo en lo que hice con Gucci. Y en mi obra personal, la pictórica, lo de los ‘Platos sucios’ sí supone un contraste muy fuerte con mi obra anterior, que está muy vinculada al mundo del lujo, en el que todo tiene que ser limpio y perfecto. Cuando empecé a pintarlos ya estaba un poco harto de tanto lujo y perfección. Pero no busco la transgresión evidente: yo hago un trabajo muy convencional y tradicional. Lo que busco es donde ‘girar la tuerca’. Goya sí fue muy transgresor, especialmente con su serie de ‘Caprichos’. Si ves su serie de ‘Cartones’ para tapices de la Pradera de San Isidro y luego ves ‘La romería de San Isidro’ de sus ‘Pinturas negras’, te preguntas: ‘¿qué le ha pasado por la cabeza a este señor?’”.
“No quiero pecar de pretencioso –continúa explicando–, pero sí que encuentro cierto paralelismo entre sus trabajos más rococó y palaciegos y los míos para grandes marcas. Él se hartó e hizo todo lo contrario. Se fue a la guerra y se encerró en su casa, y de ahí salen las ‘Pinturas negras’, los cuadros que pintó para que nadie los viera. Yo me acabo de comprar una casa en Chamberí y me planteo también qué es lo que voy a pintar en mis paredes para verlo yo y nadie más”.
La clave de todo, el aburrimiento
En cualquier caso, la representación de la realidad, en el caso de Ignasi Monreal, es asombrosa, de un nivel técnico que no está al alcance de cualquiera. Ignasi recuerda que su madre siempre contaba acerca de él que con dos años ya dibujaba. “No sé si creerla, porque las madres… ¡ya se sabe!. Ella decía que me puse a dibujar a Cobi, la mascota de los Juegos Olímpicos de 1992, donde vivía. De pequeño empecé a ir a clases de dibujo y pintura y llegó un punto en el que abandoné la parte más clásica de la pintura y me centré en el cómic y la ilustración. Al final, he vuelto a la pintura, al óleo, porque soy una persona que se aburre rápidamente, así que busco, investigo y pruebo cosas nuevas”.
De su Barcelona natal se marchó a estudiar Publicidad y Relaciones Públicas en la Universidad Complutense de Madrid, pero no pasó del tercer curso. En cambio, también comenzó a estudiar moda en el IED, por las tardes. “Estudié dirección creativa de moda, en el IED, porque era la única carrera, en aquel momento, que me ofrecía una visión global: diseño gráfico, comunicación, fotografía… todo giraba alrededor de crear imágenes, que era lo que me interesaba”.
Lo curioso es que aunque su trayectoria profesional sí está vinculada al mundo de la moda, moda es lo que menos ha diseñado: “La moda era la excusa para estudiar algo que me motivara –explicaba–. Yo pintaba cómics y me gustaba mucho el diseño de personajes. Me metí a estudiar moda como modo de investigación, buscando información e inspiración. Al acabar los estudios todo el mundo hizo un proyecto fin de carrera de ropa y yo, en cambio, presenté el diseño de dirección de arte de un videojuego (que no se llegó a hacer, por otra parte)… A mí, la moda me sirve para contar una historia, no en sí misma. Lo que me gusta es contar historias, por eso en mis cuadros los platos están sucios y no limpios…”.
Al finalizar los estudios comenzó a buscarse la vida de mil maneras. Colaboró, incluso, en Spainmedia, que por entonces publicaba la revista Harper’s Bazaar, momentos de los que recuerda “¡que era un niño! Fue uno de mis primeros trabajos y recuerdo que no me lo creía, porque yo era un chaval que tenía un hobby maravilloso. Hice un par de dibujos, uno de el- los era un retrato de Melania Pan, que era entonces la directora de la revista. Era en esa época cuando hacía cosas en varios sitios a la vez, para ‘coger carrerilla’ y aprender a lidiar con el mundo real y los clientes”, comenta entre risas. Fue en esa época, también, cuando comenzó a trabajar con el controvertido diseñador malagueño, ya fallecido, David Delfín. “Yo entré a trabajar para él como becario de diseñador gráfico. Estuve dos años y diseñé algunas de sus camisetas y la ropa de cama”. También surgió la posibilidad de dirigir un videoclip para la cantante británica FKA Twigs.
La clave de todo, explica, es huir del aburrimiento: “En todos los proyectos entro por probar, igual que he hecho gafas de sol, igual que he hecho cerámica o que he hecho este proyecto con el estuche second skin para las botellas de Ruinart. Me meto en todo tipo de ‘embolados’ para mantener el interés y no aburrirme, porque si me aburro de pintar… Pintar es mi vida, así que me aburriría de mí mismo, nada tendría sentido y me tiraría de un puente”.
Madrid, Londres, Roma, Lisboa…
Si el aburrimiento es lo que le lleva a probar cosas nuevas, de las ciudades en las que ha vivido –Madrid, Londres, Roma, Lisboa– también se ha ido aburriendo, aunque cada una de ellas le ha dejado su impronta. “En cada ciudad en la que he vivido he estado de tres a cinco años. Cuando llegas a una ciudad nueva, todo lo que dabas por sentado se te destroza y me encanta esa sensación de que la vida te de una bofetada de humildad, por marisabidilla. Y cada ciudad ha sido un capítulo nuevo en mi trabajo. De Madrid me fui a Londres y allí viví en Stoke Newington”.
El momento clave en su trayectoria profesional se produjo en ese barrio del norte de Londres, cuando comenzó a trabajar para Gucci, por encargo del que entonces era su director artístico, Alessandro Michele. Un trabajo de una repercusión impresionante, por la que la campaña de publicidad de moda se realizó con ilustraciones, no con fotografías, como se hace siempre, desde hace varias décadas.
“Yo tenía una amiga que había colaborado con Gucci y me facilitó que hiciera una cosa cosita pequeña para ellos – recuerda Monreal–, pero yo creo que Alessandro me descubrió de verdad por el universo Instagram… Eso cambió mi vida. Los artistas somos personas muy inseguras y que alguien venga y te diga que tu trabajo vale… y no sólo eso: ¡que te dé rienda suelta para que hagas lo que quieras dos temporadas, te da un empujón enorme! Si ellos confían, ¡yo también debería confiar! Para ellos he hecho más de doscientos dibujos”.
“De todas formas, la inseguridad es buena. ¡Mantengámosla! porque es lo que te mantiene alerta y es un revulsivo para la creatividad. Si te llega el éxito y te lo tomas en serio, te acomodas y entras en una fórmula en la que te aburres tú y aburres al mundo. Y lo peor es si te aburres tú. A mí me gusta la inseguridad porque me hace probar y generar cosas nuevas y lo mantiene todo interesante. Alessandro me dijo ¡que hiciera lo que quisiera! –añade–. Me sentí como cuando a esos pintores del Renacimiento les llegaba un mecenas italiano y les decía: ‘¡Píntame!’. Me lo tomé como un encargo de aquella época, como cuando la Iglesia o la nobleza encargaban cuadros a los pintores y aunque lo mío era pintura digital, con tableta, no en óleo, decidí que fuera la primera gran campaña de moda que recuperara la ilustración, que era como se hacía antiguamente, antes de que se extendiera la fotografía. Quise hacer una especie de carta de amor a la historia del arte y a los grandes pintores que a mí me gustan. Que hubiera todo ese tipo de reminiscencias”.
“Pero después de tantos trabajos intensos para Gucci, mi casa de Londres se había convertido casi en una cárcel –comenta–. En Londres fue donde el arte digital entró a saco en los grandes encargos, pero cuando me fui a Roma, por probar, fue allí donde me pasé al óleo. De ahí salieron los ‘Platos sucios’. Después me fui a Lisboa, también por probar, y es donde empecé a pintar murales de gran formato, algo a lo que nunca me había atrevido. Lo bueno es que mi trabajo me permite trabajar en casa y, como soy joven y no tengo raíces en ningún lado, tengo la libertad de moverme a donde quiera. Llegará el momento en el que me asiente y me quede tranquilo en un sitio, pero, de momento, aprovecho que soy un culo inquieto. Ahora estoy entre Lisboa e Italia, porque mi chico vive en Roma”. Se refiere al gran bailarín francés Benjamin Pech (Beziers, 1974), que fue bailarín principal de la Ópera de París y actualmente ejerce como maître de ballet en el Teatro de Ópera de Roma.
Es precisamente ahí, en Roma, donde Ignasi Monreal ha iniciado el último de sus grandes retos: pintar los decorados y realizar la escenografía de dos espectáculos de ballet para el Teatro de la Ópera de Roma. “Me metí ahí para poner a prueba mis inseguridades. Es un gran reto en el que me metí sin tener ni idea, pero está quedando muy bien, gracias a que hay un equipo de artesanos increíble. El año pasado hice ‘El lago de los cisnes’, pero entonces era con animación digital, pero ahora, para ‘La bayadera’, es con pintura, y todo son trampantojos pintados a mano sobre tela. ¡Y está quedando de flipar!”.