Te lo digo muy en serio. La comida espacial tiene que ser difícil. De aspecto –si permitimos los coloquialismos– chunguísimo y de poca fiabilidad gustativa a la hora de la verdad. Nada es lo que parece antes de añadirle el agua que la convierte en comestible y todo puede salir flotando en cualquier momento. Lo más sorprendente es que amantes de la gastronomía y de los juegos entre sabores y culturas como el comandante Michael López Alegría (Madrid, 1958) hayan podido alimentarse de manera digna e incluso hoy, ya disfrutando de la gravedad de la Tierra, echen de menos algunas de las variedades que les proporcionaba su extenso menú cósmico. Porque comer en una nave espacial fácil, lo que se dice fácil, no es. Ahora, alimentarse sí se alimentan.
En las casi tres décadas como profesional de la aviación y el espacio que lleva en su curriculum vitae, el Comandante L-A ha viajado en cuatro ocasiones al cosmos (en las misiones STS-73, STS-92, STS-113 y como comandante en la Expedición EEI 14, de la que adjuntamos parte del menú diario en la página 59). Además, ostenta récords como el viaje espacial más largo (215 días), más actividades y tiempo extravehiculares (67 horas y 40 minutos) y más pasos en el espacio (10). Ingeniero, español de nacimiento, estadounidense de nacionalidad y fiel amante de la gastronomía de calidad, sabe mucho sobre los menesteres de la comida que vuela tan lejos. Pero no pensemos que todas esas bandejas son siniestras y espeluznantes: “Es muy difícil que algo te dé asco de verdad. Durante nuestro entrenamiento probamos todo tipo de comidas y el menú final está formado con las que nos gustan”. Hasta Alain Ducasse ha contribuido a algunos de los calendarios de comidas que nuestro comandante tomó en sus expediciones.
No creas que no existen imprescindibles en la mesa de un astronauta. Nunca falta una tijera con puntas afiladas para rasgar los plásticos que envuelven la comida etiquetada con un código de barras y su total identificación. Envasados al vacío, podemos distinguir los alimentos en: Bebidas, Rehidratables, de Humedad Intermedia, Termoestabilizados, Irradiados o Naturales. ¿Suena delicioso, verdad? Pues pueden serlo. El Comandante L-A todavía se acuerda de un postre ruso que les encantaba a todos, “algo como una cuajada de leche dulce. ¡Lo tratábamos como oro!, no abundaban…” (en el menú aparece como requesón con nueces). Ahora bien, nos estamos imaginando las caras de los compañeros el día que llegaba la nave de suministro con frutas y verduras frescas. Felicidad disparada que se repetía cada dos o tres meses con olores que se pueden reconocer hasta como nuevos después de haber estado comiendo a base de recalentamientos y adición de agua un minuto antes de comer: “Lo que hacemos no se puede llamar cocinar”. Y a Michael le gusta cocinar, por eso nada más llegar a casa después de su última expedición se lanzó hacia el aceite de oliva y el ajo. Y no solo por ser dos básicos de la cocina que le ha alimentado desde la infancia (sus padres son extremeños), sino por su olor. “¿Lo que más he echado de menos? Sin duda, el vino”.
Son los laboratorios de alimentación de la NASA y de la Agencia Espacial Rusa los que se encargan de preparar la mayoría de los menús, aunque el Comandante L-A insiste en que cuando hay un astronauta europeo o japonés, estos tienen la posibilidad de pedir un menú especial. La realidad es que, una vez en el espacio, y pese a tener un calendario de comidas estipulado y muy concreto, “no hay nadie que te vigile, puedes comer lo que te apetezca”. Siempre dentro de las posibilidades, claro. La dieta no cambia según el viaje y nuestro astronauta sí considera que la comida es lo suficientemente sana y rica como para mantener una dieta correcta. “Contamos con nutricionistas que revisan nuestras selecciones antes de partir. Casi todo el mundo pierde peso en el espacio. Yo perdí 8 kg, pero todo depende, mi compañero Misha ganó casi lo mismo”. Con un congelador exclusivamente destinado para muestras científicas, elementos que podrían ser fáciles de comer sin gravedad como los helados no son algo realmente habitual. “Con lo que sí hay que tener cuidado es con las sopas. ¡La tensión superficial es nuestra amiga cuando comemos con microgravedad!”.
En el espacio puede no ir del todo bien una comida si te faltan dos básicos imprescindibles: una pajita e imanes. Es mucho más fácil ingerir los líquidos succionándolos, y con los imanes los cubiertos de metal se quedan pegados a la bandeja. Sin ellos, las tijeras de las que hablábamos para cortar esos sugerentes plásticos pueden acabar en cualquier parte de la nave. Y nadie quiere volar–flotar buscando unas tijeras en el espacio.
Tampoco a nadie le apetece ese ‘evocador’ chopped de cerdo con huevos revueltos o la sugerente sopa de noodles con guisantes y carne al estilo búlgaro. Pero, mientras tú estabas disfrutando de unas bravas en la plaza de al lado de tu casa, ¿dónde estaba Michael López Alegría? Mirándote desde muy lejos.