Los panaderos vieneses inventaron el cruasán para celebrar su victoria sobre el Imperio otomano y este panecillo dulce con forma de media luna acabó conquistando el mundo. Pero empecemos por el principio…
Una ofensiva contra Austria
Hijo de Uruc Hasan Bey, un timariot, (un oficial del ejército otomano con derechos feudales), Merzifonlu Kara Mustafa Paşa nació el año 1044 del calendario islámico (1634 en la era cristiana). Por su nombre, Merzifonlu, se puede deducir que llegó al mundo en Merzifon, ciudad turca de la provincia de Amasya, en la región del Mar Negro. El mundo lo conocería como Kara, su apodo, que significa negro.
El padre de Kara Mustafa murió cuando este aún era un niño. Lo adoptó el Gran Visir Mehmed Köprülü, miembro de una de las familias más poderosas de la política otomana. Con los años se casaría con la hija biológica de su padre adoptivo. En 1663, ya ostentando el cargo de Visir, fue nombrado almirante de la Gran Flota Otomana del Mar Egeo. En 1676 Merzifonlu Kara Mustafa Paşa fue elevado a Gran Visir.
Tras servir con éxito durante diversos años como comandante de tierra en las contiendas que el imperio otomano mantenía en territorios de las actuales Polonia y Ucrania, y habiendo conquistado Constantinopla, los Balcanes y parte de Hungría, en 1683 Kara Mustafa se puso al frente de una ofensiva contra Austria que pretendía acabar de una vez por todas con un conflicto que por aquel entonces ya duraba 150 años.
La resiliencia vienesa
Unas guerras habsburgo-otomanas que eran la clara representación del choque entre les dos grandes potencias del momento dentro de sus respectivos ámbitos: Europa y Oriente, cristiandad e islam.
Un ejercito de 100.000 soldados liderados por Kara Mustafa se plantó frente a las murallas que protegían Viena. Dentro aguardaba su fatal destino una población protegida por una tropa que no alcanzaba los 10.000 efectivos.
Ante tal superioridad, lejos de atacar, la táctica ideada por Kara Mustafa fue aislar Viena del exterior y esperar a que escasearan los víveres. Estaba convencido de que ante la falta de alimentos, hambrientos los vieneses se acabarían rindiendo pacíficamente.
Pero los austriacos hicieron gala de un espíritu de resilencia brutal y nunca mostraron la bandera blanca. Ante este panorama de resistencia, el Gran Visir optó por cambiar de plan: cavarían un túnel que pasaría por debajo de la gran muralla, ocupando la capital austriaca desde el subsuelo.
Alguien estaba despierto…
Por todos es sabido que el horario de trabajo de los panaderos es extremadamente sacrificado, currando durante toda la noche para que nosotros nos podamos zampar sus creaciones ya desde primera hora de la mañana. Cierta o no, dice la leyenda que fueron precisamente los panaderos los primeros que, a esas horas intempestivas en las que sólo trabajan ellos y los locutores de radio que hablan por hablar, se percataron de que sus enemigos querían entrar en la ciudad utilizando la táctica del topo.
Los artesanos del pan y la bollería avisaron de inmediato a sus soldados y estos consiguieron repeler la invasión.
Hijo de la luna
Para celebrar tan monumental victoria contra sus archienemigos otomanos, los panaderos vieneses, grandes héroes de esta hazaña, crearon un panecillo especial en forma de luna creciente, la misma que destaca en la bandera turca o, dependiendo de quién explique la historia, la luna que brillaba aquella noche en la que le dieron su merecido a Kara Mustafa.
Los kipferl, la palabra alemana que significa “media luna” con la que los panaderos vieneses bautizaron su nueva delicia repostera, llegó a Francia en 1770 de la mano de María Antonieta. La princesa austriaca se había casado con el rey galo Luis XVI.
Para superar la morriña obligó a los panaderos del palacio de Versalles que aprendieran a hacer sus añorados croissants (palabra francesa que significa creciente).
Un capricho creciente
Un capricho palaciego que, siguiendo la receta tradicional, rellenos de chocolate o mermelada, con jamon york y queso, sobrasada o frankfurt, acabó siendo un placer para todo el mundo en toda la Tierra.
Ese aroma exquisito a pan dulzón, la pasta de hojaldre exterior tostada y quebradiza, la interior, una nube que se deshace en la boca dejando un ligero, pero rozando lo orgasmático, gusto a mantequilla…
Pocos momentos de más disfrute hay en la vida que desayunar (o merendar o cenar o comer…) un cruasán acabado de hornear.
Por cierto, tras la derrota Kara Mustafa se retiró a Belgrado. Siguiendo la ley otomana, tan deshonroso sometimiento frente a los austriacos fue su sentencia de muerte. El 25 de diciembre de 1683 fue ejecutado, degollado con un hilo de seda. Su cabeza fue entregada al sultán Mehmed IV dentro de una bolsa de terciopelo. Algunas crónicas sostienen que sus últimas palabras fueron «asegúrense de hacer bien el nudo».
*Artículo publicado originalmente en el nº 40 de Tapas. Si quieres conseguir números atrasados de la revista, pincha aquí.
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