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Helados con sabor a higo y amor en Menorca

Junto a la Catedral de Santa María en Ciutadella hay una heladería que sirve bolas de muchos sabores e historias llenas de amor.

Después de un día de verano, de cala en cala y tras haber disfrutado de una caldereta de langosta digna de «la isla tranquila balear» qué mejor forma de firmar el día que con un helado artesano con vistas a la Catedral de Santa María en Ciutadella. Sa Gelateria se ha convertido en una tradición más para los habitantes y los turistas de Menorca. En un rincón de la plaza y con su característico telón lila, el negocio de Eduard Eroles y su mujer María Jesús Martí no solo esconde una variedad de sabores variados y únicos, sino que detrás de las tarrinas y cucuruchos se vivió una historia muy dulzona.

El pasado 6 de julio Eduard, todo un referente en el sector heladera falleció a los 78 años y en su honor, queda un negocio familiar lleno de sabores, colores e historias que compartir. El matrimonio abrió la heladería en 1982 después de pasar unos días en Ciutadella, el pueblo de origen de María Jesús, y de haber conocido a unos representantes de Eurofred. De forma autodidacta, Eduard se lanzó a la nevera y comenzó a hacer helados, inaugurando su primer local en una cueva rehabilitada de Bajamar, en el Puerto de Ciutadella. Con los pescadores y peces como compañeros, Sa Gelateria se convirtió en un punto neurálgico de tertulia entre conocidos y desconocidos que compartían conversaciones y un helado.

Reconocidos por su receta artesanal de helados, procedente de leche menorquina y de productos silvestres, naturales y autóctonos como la Pomada o el figat (mermelada dehigo), Eduard y su mujer fueron los pioneros en introducir en su catálogo los sabores más novedosos en la isla, como fueron el dulce de leche o el maracuyá. Sin embargo, sus bolas más populares siempre han sido las de vainilla, gin con limón, pistacho y moras silvestres, además de la de higo.

Hoy en día, las tres heladerías artesanales propias y cinco franquiciadas de Sa Gelateria están en manos de Aina Eroles por la que corre la la pasión heladera de su familia por sus venas.

Pero, antes de llegar a esta hegemonía heladera, el matrimonio de Eduard y María Jesús pasó por todos los estados físicos antes de resultar en helados.

Un amor que te deja ‘helado’

Eduard Eroles nació en El Poal, un pequeño pueblo de Lleida en 1946. Se disciplinó en Teología y tras beber de la fuente de Francisco de Asís, entró en el seminario menos de los Capuchinos de Igualada con solo 12 años. Mº Jesús Martí nació en Ciutadella en 1938 y sucumbió a la razón de Dios al ser una religiosa secular, pero tuvo que abandonar el centro donde residía para cuidar a seis de sus sobrinos que habían quedado huérfanos.

Sus camino se encontró en un curso de música, donde ella era la profesora, y desde entonces no se volvieron a separar. Eroles en 1970 abandonó la orden al no estar conforme con la modernidad de la Iglesia y para «poder enamorarse», tal y como dijo en una reportaje de la edición digital de El Periódico de Cataluña. Se casaron, tuvieron dos hijos (Aina y Josep) y se buscaron la vida. Primero, Eduard fue director general de una firma de equipos de calefacción en Barcelona, hasta que quebró. Finalmente, entre la leche menorquina, los higos y la vainilla descubrió su dulce destino junto a su mujer y su nueva casa en la isla.