Entre los raros lujos que Barcelona todavía ofrece, y a los que hay que aferrarse con pasión y agonía, porque no siempre van a durarnos, está el menú de mediodía de Gresca. Es cierto que cuando yo no bebo bajan mucho las cuentas de los restaurantes. Pero bebe el que conmigo va y la cuenta ronda, dos personas, los cien euros.
Es ordinario empezar hablando del precio, lo sé, es horrendo. Pero resulta extraordinario que por tan poco uno pueda llevarse un tan alto premio.
Rafa Peña prepara cada semana un menú de mediodía. Son cuatro platos: puedes tomar dos enteros o cuatro mitades. Normalmente está él, salvo cuando viaja, y son platos que contienen toda la delicadeza de su cocina, con la añadidura de ser nuevos, cocinados con lo del día y muchas veces con sus propias manos. En la barra asistes en directo al espectáculo.
Un espectáculo por supuesto deficitario, inviable, extemporáneo, maravilloso, apasionante y que hay que aprovechar cada día que lo tengamos porque tarde o temprano Rafa, o su esposa Mireia, van a darse cuenta de que se están engañando, estafando a sí mismos, que cada silla en su barra pueden venderla por el triple y más si es para que el chef te cocine justo delante lo más sabroso que ha encontrado en el mercado. El cuscús vegetal de esta semana es un escándalo, también el bacalao con patatas. Los raviolis de pintada son de otra competición, si es que existe. Muchas gracias.
Hemos perdido casi todos los espacios. Yo a principios de los 2000 podía comprarle cada año un bolso de Prada a mi mujer por no más de 500 euros; ir a L’Ambroisie por 450 euros dos personas, me hacían un descuento. Todo esto ya no existe, no existimos para ellos, porque hay mucha más gente con mucho más dinero. Pero a pesar de la derrota, a pesar de la invasión de los vikingos al abordaje con sus presupuestos ilimitados, queda algo que todavía es nuestro, algún instante en que la cultura prevalece por encima del precio y podemos tener acceso.
La barra de Gesca a mediodía. El menú. Es otro mundo si además está Rafa. Dentro de algunos, espero que muchos año, recordaremos como si de un animal mitológico se tratara que fuimos los afortunados que solíamos sentarnos en aquella barra gris en la que uno de los mejores chefs de nuestra era nos cocinaba por 50 euros.