La película Los Goonies se estrenó hace 35 años. Dirigida por Richard Donner, escrita por Chris Columbus y producida por Steven Spielberg, también tuvo su momento ‘gastronómico’.
En un total de veintidós referencias a la comida durante una hora y cuarenta y nueve minutos, a Gordi le da tiempo a ingerir un aproximado de 2.791,5 calorías. Estrictamente, sólo se le ve masticando patatas fritas, parte de una tarta con nata, una chocolatina y algo de Domino’s Pizza al final de su ‘loca aventura’.
Especialmente interesado por el pepperoni y los helados de la cámara refrigeradora, en la que no faltaba el de… ¡uva!, Gordi (el mismo que en la segunda escena aparece haciendo aquel baile tan ‘seductor’ y mítico) termina descubriendo –muy a regañadientes– un tesoro que salvará de la ruina a la desértica y triste Astoria (Oregón) hace ya treinta y cinco años.
Se supone que era otoño y que ese restaurante en el que todo sucede –y en el que sólo sirven lengua– abría todos los veranos. Pero permítanos, Señor Spielberg, que dudemos de ese dato. Como dicen los jóvenes «aquí tiene pinta de haber muchas cosas muertas» y, a día de hoy, con la amenaza de una segunda parte pisándonos los talones, no queremos ni imaginar cuántas cosas no vivas se van a encontrar Corey Feldman, Josh Brolin, Sean Astin o Jeff Cohen.
Ahora bien, con bastantes años más, Jeff ‘Gordi’ Cohen tiene un aspecto mucho más esbelto que en el 85, así que no sabemos si ese saque desmedido hacia la curiosidad culinaria le seguirá acompañando. Lo que seguro vamos a escuchar es: «¡Cállate Gordi!». Amén.
¡Viva el product placement!
Ya en el cuarto minuto de Los Goonies (1985) aparece Gordi con lo que a priori es un refresco Pepsi acompañado de una pizza. Pero, cuando se estampa contra el cristal… ¡ups!, se vuelve batido de fresa.