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Todavía lo recuerdo. Y es que la imagen de Barack Obama y Shinzo Abe compartiendo barra en Sukiyabashi Jiro no se olvida fácilmente. Jiro se acercaba y se inclinaba con nigiris, Barack nos mostraba su sonrisa generosa, Abe replicaba al invitado con su aspecto no nipón. Sukiyabashi Jiro quedaría desde entonces incluido en la lista de esos restaurantes que ahora algunos denominan “mesas de poder”. Como Lhardy y Vía Veneto en España, como La tour d’argent en París, Au crocodile en Estrasburgo, Kronenhalle en Zurich o Spoon en la Tunicia de Ben Ali.
Guillaume Gómez –responsable de la cocina del Elíseo desde Chirac hasta Macron– lo argumenta de manera clara: “Si la política divide a los hombres, la buena mesa los reúne”. La gastronomía ha sido –y es– herramienta diplomática, símbolo de estatus, y ostentación de poderoso o wannabe, pero más allá de lo evidente, ¿qué vinculación existe entre lo culinario y lo hegemónico? En 1935 Stalin le preguntaba de manera retórica (e irónica) al ministro de Asuntos Exteriores francés Pierre Laval: “¿El Vaticano? ¿Cuántas divisiones tiene el Vaticano?”. Casi un siglo después podríamos reformular esta pregunta: ¿Una po- tencia hegemónica? ¿Cómo de hegemónica es su gastronomía?
DE ROMA AL REY SOL
En 1990, el profesor de Harvard, Joseph S. Nye, publicaba un artículo en el que acuñaba el término soft power para referirse a un tipo de poder que consideraba fundamental y que incluía la cultura, los valores y las políticas. Según Nye, un Estado ejercería el poder sobre otros gracias a la difusión y aceptación de estos tres. La invención del término es de Nye, pero en Roma ya habían sido los prime- ros en aplicarlo con la susodicha pax romana.
El Imperio inicia su andadura el 27 a.C., año también del nacimiento de Marco Ga- vio Apicio, gastrónomo romano y autor de las recetas compiladas posteriormente en De re coquinaria. No hay potencia sin cultura, sin gourmets y sin recetas, como queda bien descrito en la famosa escena del banquete del Satiricón de Petronio.
Al Imperio le sucede el surgimiento de potencias no hegemónicas (bizantinos, árabes y señores feudales) que coexisten en mayor o menor medida hasta la llegada del Renacimiento. Únicamente la aparición de Taillevent (Le Viandier) en la Baja Edad Media como cocinero del proto-renacentista Carlos V de Francia marca el inicio de un nuevo paradigma.
Desde finales del siglo XV hasta los inicios del siglo XVII coexisten dos potencias hegemónicas. Una cultural y otra político-militar. La primera, la Italia renacentista de los Medici y Sforza, entre otros. La segunda, la España de Carlos I y Felipe II. En la primera se ocuparon de elevar el refinamiento culinario –Bartolomeo Scappi (1500-1577) y su Opera dell’arte del cucinare mediante– y de exportarlo a Francia a través del matrimonio de Catalina de Medici con el futuro Enrique II. Por su parte, los Habsburgo se encargaban de lidiar con los problemas de gestión de un gran imperio al tiempo que se expandía la leyenda negra de España (muestra del desprecio por el soft power).
La paz de Westfalia (1648), firmada tras la guerra de los Treinta Años, reconoce a la Francia de Luis XIV como potencia hegemónica. El chef de este periodo François Pierre de la Varenne (1618-1677), y su recetario Le cuisinier François, ejercerán un liderazgo largo y próspero hasta la llegada de Carême.
EL PERIODO MODERNO
Al mismo tiempo que se gesta, produce y asienta la Revolución francesa cobra protagonismo la figura del chef. A partir de ese momento, son ellos los que nos guían para determinar la hegemonía de una u otra potencia. Mientras Napoleón conquista Europa, Marie-Antoine Carême (1783-1833) trabaja denodadamente para Talleyrand, ministro de Asuntos Exteriores francés. La batalla de Waterloo y el posterior Congreso de Viena (1814-1815) establecen un nuevo orden en el continente que pretende desterrar a Francia en favor de las potencias vencedoras: Rusia, Prusia, Austria y Reino Unido. Carême abandonará la Francia postnapoleónica para trabajar en la corte del futuro Jorge IV de Reino Unido, en la del zar Alejandro I y en la del emperador austríaco, Francisco I.
Si bien el Congreso de Viena trataba de asegurar un equilibrio de potencias en el continente, la pujanza del Reino Unido bajo el reinado de Victoria quedó patente gracias a la relevancia de Alexis Soyer (1810-1858) –asumió la cocina del Reform club londinense en 1837, el mismo año en que la reina era coronada– como, sobre todo, al eminente liderazgo de Auguste Escoffier (1846-1935) quien desarrolló fundamentalmente su carrera en el Hotel Savoy de Londres. Su hegemonía –hors question– se prolongó hasta más allá de la Primera Guerra Mundial.
Tras la devastación de la Segunda Guerra Mundial, las cenizas en Europa fueron pasto para dos potencias enfrentadas en la Guerra fría. Si la propaganda fue vital para ambas, sólo los estadounidenses utilizaron la gastronomía como parte de ella. Burger King, McDonald’s y KFC surgen en la década de los 50, antes de que la realidad política del país dañara la imagen exterior de Estados Unidos. Los asesinatos de ambos Kennedy y de Martin Luther King, el movimiento del 68 en Berkeley y la guerra de Vietnam perjudicaron tanto a Washington que facilitó la aparición de una hegemonía culinaria al amparo del nacionalismo de De Gaulle cuya grandeur debía también reflejarse en los fogones. En 1961, Paul Bocuse obtiene su primera estrella Michelin y en 1973 se acuña el término nouvelle cuisine. La hegemonía culinaria retornaba a Francia una vez que EE UU había quedado despojado del soft power de posguerra.
CENTROS DE PODER CONTEMPORÁNEOS
Si bien hegemonía culinaria, cultural y política habían marchado de la mano hasta entonces, la caída del muro de Berlín (1989) y el fin de la Guerra fría marcan el inicio de un sistema internacional que, más allá de los manuales de referencia, viene precedido por las tendencias culinarias. La brillante andadura de Ferran Adrià al frente de elBulli y su consagración como gran pope mundial se extiende principalmente desde la consecución de la tercera estrella en 1997 hasta su cierre definitivo en 2011. Por primera vez la periferia gastronómica consigue el liderazgo mundial y, al amparo de él, emergen una miríada e chefs que tratan de competir por la hegemonía que ostenta Adrià. El poder aparece cada vez más atomizado tal como evidencian el primer listado 50best (2002), así como el propio Consejo de Seguridad de Naciones Unidas y la comunidad internacional en 2003 con motivo de la invasión de Iraq por parte de EE UU (ese mismo año Adrià consigue la portada del The New York Times Magazine).
El número de microcentros de poder aumenta con el fortalecimiento de la sociedad civil y ONG’s, la llegada de las redes sociales y el robustecimiento de la opinión pública. En 2009, un año después de la crisis financiera y de que se iniciase un flujo ingente de chefs hacia las monarquías del Golfo, René Redzepi se erige como flamante líder del paradigma post-Bulli. Todo hacía aventurar un mayor protagonismo de estos pequeños Estados dentro de la escena internacional, tal y como demostraron algunos procesos surgidos con motivo de la Primavera árabe (2010-2012).
¿Y AHORA?
En este nuevo orden internacional, ¿toda potencia que aspire a un rol hegemónico debe liderar el panorama culinario? ¿No habrá liderazgo real sin liderazgo gastronómico? En El fin del poder (2013), Moisés Naïm se apresura a describir una realidad en la que aquellas instituciones/cargos/elementos que antaño habían ostentado un poder mayúsculo, lo han visto reducido por la aparición de nuevos centros de poder o elementos emergentes. La hegemonía culinaria periférica avanzaba de alguna manera esta teoría, pero ¿cuál es el futuro que nos queda? En palabras de Naïm sólo hay dos hipótesis posibles: A) una renovada concentración del poder en ciertos actores o B) una mayor disgregación de la que conocemos actualmente. Si tuviéramos que traducirlo en términos culinarios: A) la consolidación de Asia como hotspot gastronómico mundial o B) la convivencia del sistema culinario asiático con el emiratí, el nórdico o incluso el de la nueva generación de chefs africanos. Al final, es lo que ya nos dijo Henry Kissinger, y es que “la paz solo puede lograrse mediante la hegemonía o el equilibrio de poder”. Del poder político, cultural y gastronómico.