Galicia es el último paraíso por descubrir. Todavía el turismo de verdad no sabe que existe. Es una suerte para los que apreciamos tanto aquella tierra y podemos ir sin aglomeraciones y a precios que no es que sean razonables, sino que desde aquí parecen casi un error. Las joyas locales hay que conocerlas una a una siendo de los pueblos o habiendo ido lo suficiente para identificarlas. No hay guías, y si las hay no son fiables, hay que tener amigos lugareños.
Pero tiene sin duda Galicia dos casas estratosféricas que no existen en ningún otro lugar del mundo. La primera es el Gran Hotel La Toja. Es un hotel y es un balneario y es uno de esos lugares en que el planeta se pinza y se tensa y da algo que no había dado aún. Las instalaciones son extraordinarias, la ubicación de una insólita belleza, y el servicio te hace sentir como si fueras el mejor cliente después de tantos años aunque esté siendo tu primera vez. La piscina, las habitaciones antiguas, la suites, todo recuerda a un tiempo en que el lujo era para unos cuantos elegidos y se basaba mucho más en el buen gusto que en su grosera exhibición. Los precios, comparados con balnearios de su misma categoría y esplendor en Europa o Asia, son irrisorios.
No sé por qué un destino tan poco exótico y tan fácil de encontrar en un mapa como Galicia no ha sido descubierto aún por rusos, árabes, ingleses, y en fin, el turismo ultrarrico de nuestro tiempo. No sé si es el clima, no sé si es que simplemente no se han dado cuenta. Pero lo que Galicia ofrece en ocio, en historia y en cultura; en gastronomía, en parajes y caminos para perderse y caminar es tan excelente y bello que sorprende que todavía se pueda ir como si sólo tú supieras que estás en uno de los mejores lugares de la Tierra.
La segunda casa memorable es el restaurante D’Berto: también en O Grove, se puede ir y volver de La Toja dando un paseo. D’Berto es la mejor marisquería del mundo, tal vez junto a los Marinos José de Fuengirola, aunque son dos conceptos distintos. A D’Berto hay que ir dos días seguidos a almorzar y ponerte en manos de la casa para poder probar la mayor cantidad de productos. Los percebes parecen patas de elefante. Si lo de D’Berto son langostas y bogavantes, a lo de los otros restaurantes hay que darles un nombre distinto. También los pescados son sobresalientes. Y están cocinados con la clara conciencia de que, cuando tienes un producto tan bueno, el mejor talento que puede demostrar un cocinero -en este caso una cocinera, Marisol– es el respeto.
D’Berto tendría que tener cola de dos años para ir, y no es que esté vacío, pero se puede encontrar mesa con más facilidad de la habitual en restaurantes de su nivel, que hay muy pocos en el mundo. Esta casa es una demostración más de la incontestable superioridad gastronómica española.
Galicia algún día brillará en el mundo como merece. Ve antes si puedes, porque cuando vayan los que puedan pagar lo que de verdad vale lo gallego, los que sólo podemos empatar y gracias, habremos perdido otro paraíso para siempre.