En ‘Los paraguas de cherburgo’, demy saturó el color para convertir el melodrama en pop. Y decantó el vino, eso también.
En el libro The Secret History of Dreaming, el psicólogo Robert Moss encuentra el trasunto freudiano dentro de algo a primera vista tan camp y tan alejado de otras perversiones más allá de las cromáticas como Los paraguas de Cherburgo (Jacques Demy, 1964). Porque este musical sin el que Almodóvar habría sido menos Almodóvar; sin el que Catherine Deneuve habría sido menos novia de Francia (ese chubasquero amarillo fue el que enamoró a un país y hasta a un Buñuel), escondía retranca subliminal, sí. No todo iba a ser pop, amores interruptus por la guerra y embarazos embarazosos a ritmo de canciones cursis. Así, Moss explica que el simbolismo sexual agitado por Freud campa a sus anchas por el musical porque, cada vez que se abre un paraguas o alguien descorcha una botella de vino , el espectador sabe, o debe saber, que Guy, el protagonista (interpretado por Nino Castelnuovo) y Geneviève (Deneuve) están dando rienda suelta a su pasión fuera de plano. De aquellos descorches estos lodos, pero también esas mesas repipis con mandarinas y decantador en las que Madame Emery, la madre, saca brillo a su esnobismo. Y Freud de esto también tendría algo que decir. Seguro.
‘Je ne pourrai Jamais vivre sans toi’ es el título de la célebre canción que parecía interpretar deneuve pero no, la dobló danielle licari.