A François Lurton el estallido de la crisis del coronavirus le pilló en Chile, en plena vendimia, y tuvo que salir pitando de allí a su Francia natal antes de que cerrasen las fronteras. En el país latinoamericano tiene viñedos, al igual que en Argentina, Uruguay, Australia, Portugal… y donde haga falta.
Lleva más de tres décadas buscando por todo el mundo –al principio junto a su hermano Jacques– las mejores tierras y produciendo vinos aquí y allá. Incluyendo España, por supuesto, donde se encuentran las bodegas Campo Elíseo y Hermanos Lurton, ambas en las DO de Rueda y Toro.
¿Qué tiene que tener un viñedo para que te enamores de él?
Lo importante es descubrir un terruño excepcional, y yo he tenido suerte de encontrar varios. En América del Sur, por ejemplo, hay lugares espectaculares en el Valle de Uco (Argentina). Allí empezamos en 2002 a hacer uno de nuestros grandes vinos, Chacayes, y pensábamos: ¿cómo hemos podido hacer algo tan bueno con viñedos de cinco años cuando no lo logramos en Burdeos con los de dos siglos?
Algunos descubrimientos han sido en España.
Sí, como en Toro, que es una zona de producción excepcional que estaba un poquito olvidada. Probablemente los viñedos más viejos del país estén allí. El primero que ha visto el potencial de esta región ha sido Robert Parker, que nos ha dado buenas notas. Eso nos ha permitido incrementar las exportaciones de estos vinos a EE UU y que poco a poco se vaya desarrollado la región.
También estáis presentes en Rueda.
Allí hay una variedad, la Verdejo, que posiblemente es la que más esté adaptada al calentamiento global. Es impresionante esta uva, capaz de resistir la sequía y dar vinos muy interesantes. Hemos desarrollado una nueva bodega subterránea y la manera en que hacemos los vinos es bastante diferente a lo que hacen los demás. Yo fui uno de los pioneros de la Verdejo, llevando a esta región nuevas técnicas de vinificación. Y creo que los vinos de Rueda pueden cambiar de nuevo en otra dirección para tener más cuerpo y no ser sólo vinos de aperitivo, sino también de mesa, como los Borgoña o los grandes Burdeos blancos.
¿Qué peso tiene la innovación en un mundo tan aparentemente tradicional como el del vino?
Hay una evolución permanente. En los 80 viajaba con mi hermano a Australia para descubrir técnicas nuevas que ya se utilizaban allí. Con los años se han hecho un montón de descubrimientos sobre las levaduras, las bacterias… Hoy no hacemos casi nada como lo hacíamos antes. Aunque también hay algunas cosas muy tradicionales que es muy interesante mantener.
Aparte de los vinos, os habéis animado a hacer destilados. ¿Por qué?
La motivación es doble: por un lado hay una razón de amor, porque mi segunda esposa y yo queríamos desarrollar un proyecto juntos, y éste nos pareció una buena forma de trabajar haciendo otra cosa.
Y la segunda razón es que mi abuelo fue uno de los precursores del vermut y la destilación en Burdeos. Así que tratamos de que sobreviva ese espíritu familiar a través de nuestros nuevos proyectos. Comenzamos hace dos años y medio con una ginebra que se llama Sorgin y que contiene Sauvignon Blanc.
Y también hemos trabajado mucho los vermuts: uno blanco (a base también de Sauvignon Blanc) y dos tintos (uno con Malbec que hacemos en Argentina y otro que hacemos en Perpiñán). Los vermuts vamos a desarrollarlos mucho y estoy pensando en hacer uno en España, porque tienen mucho potencial.
¿Cuál es el mayor reto para el sector?
El calentamiento global, que nos va a obligar a encontrar soluciones, cosechando de manera diferente, plantando viñedos que aguanten el calor. También tendremos que cambiar el tiempo de fermentación, la utilización de sulfitos… Hay que hacer una reflexión total sobre la manera de trabajar. Todo esto está en proceso, no hay soluciones definitivas.
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