Hay que ver lo que da de sí una sobremesa cuando se tiene enfrente a uno de los mayores conocedores y defensores de los vinos generosos en nuestro país. Han pasado un par de semanas de aquel encuentro con Santi Carrillo, sumiller del estrellado y siempre fascinante Corral de la Morería, y uno sigue sin dar crédito al hecho de que la historia de La Inglesa siga siendo hoy prácticamente desconocida.
Es algo que ignoran incluso aquellos que recientemente han descubierto, por fin, su faceta más hedonista entre amontillados, manzanillas, olorosos, moscateles o palos cortados. Así que ya va siendo hora de sacar a la luz uno de los grandes tesoros de nuestra historia, un relato que arranca en el Pago de Riofrío a mediados del siglo XVII y que hoy, gracias a la familia Doblas, sigue más vivo que nunca.
Aunque para acto de generosidad el que llevó a cabo en 1807 el militar y marino montillano Diego de Alvear y Ponce de León, que decidió construir para su segunda esposa, Luisa Rebeca Ward, un palacete de estilo inglés que hoy en día luce igual de señorial a pesar de haber sufrido un incendio que sí acabó con el antiguo lagar familiar.
Cabe recordar que, sólo tres años antes, este personaje histórico, que también tendría un papel clave en la promulgación de la Constitución de Cádiz de 1812, se llevaría el gran varapalo de su vida después de ver saltar por los aires La Mercedes, la fragata en la que viajaban su mujer, Josefina Barbastro, y siete de sus ocho hijos. Esto ocurrió después de que cuatro buques de la británica Royal Navy decidieran atacarles por sorpresa, llevándose también por delante a centenares de compatriotas españoles y haciendo caso omiso a la neutralidad entre ambos países.
Otra de las terribles consecuencias de la conocida como Batalla del Cabo de Santa María fue el hundimiento de todos los pesos de plata y escudos de oro que viajaban dentro del barco. Las mismas monedas que, dos siglos después, intentarían expoliar aquellos americanos que iban a bordo del cazatesoros Odyssey y que han quedado retratados recientemente en la serie La Fortuna de Alejandro Amenábar, basada a su vez en la novela gráfica El tesoro del cisne negro, del dibujante valenciano Paco Roca.
Afortunadamente, después de cinco años de litigio, España recuperó lo que en su día le fue arrebatado. Por desgracia, de Diego de Alvear no se puede decir lo mismo, ya que ni su familia ni sus hijos le iban a ser devueltos. No obstante, este comandante y político, que aprovechó su cautiverio en tierras británicas para empezar una nueva vida junto a Luisa Rebeca Ward, tenía aún una gran alegría que darnos desde la tierra que le vio nacer.
En plena sierra de Moriles, sólo un año después de aquel fatídico día en el que el destino quiso que se cruzase con aquellos cañoneros británicos, el nieto de Diego de Alvear y Escalera empezó a darle vueltas a la idea de regalarle un palacete a la joven irlandesa con la que acabaría teniendo otros siete hijos. Algo que, para el deleite de los vecinos de Montilla, terminaría llevando a cabo en 1807.
Así fue como nació el Lagar de La Inglesa, un edificio de una belleza infinita que hoy sigue albergando, además de los libros de la expedición que fueron utilizados en los juicios de Estados Unidos para rescatar los restos del Odyssey, las casi 300 botas, con más de 80 años de historia, de la antigua tonelería de Domecq. Además de, claro está, la solera fundacional de 1927, también conocida como ‘la bota cero’, que se encuentra en la sacristía y de la que sólo se han realizado dos sacas en toda la historia (para la Casa Real y para el Corral de la Morería).
Pero antes de perdernos por los distintos salones, dormitorios o salas de lectura de La Inglesa, conviene aclarar que todo esto empezó como un proyecto personal de Diego de Alvear junto a su esposa, quienes no vacilaron a la hora de construir una bodega dentro del palacete que se serviría de mostos de excelente calidad extraídos de las mejores cepas del mundo de la variedad Pedro Ximénez, situadas en los Altos de Moriles. Y así fueron pasando los años hasta que, un buen día de 1974, Antonio Doblas Alcalá decide hacerse con el Pago de Riofrío.
A partir de ese momento, la familia Doblas, que desde la llegada de la pandemia reside en el interior del palacete, ha trabajado a conciencia para que los amantes de los generosos puedan disfrutar de producciones muy limitadas en las que se respeta la tradición al máximo. Nos referimos a vinos que están sin encabezar, que van pasando de tipología de forma natural y que, poco a poco, van reclamando su espacio en las cartas de prestigiosos restaurantes de la capital como el ya mencionado Corral de la Morería, Coque o Ugo Chan, por citar algunos.
Antes de despedirme, dejo un aviso para los cazatesoros especializados en vinos generosos, que cada vez son más y sé que me lo van a agradecer. Según me comenta Carrillo, en confianza, es muy probable que el año que viene se haga una saca muy limitada de la bota 110 para celebrar que cumple 100 años ese amontillado que comenzó siendo fino y que luego fue sometido a la crianza oxidativa. Y, ojo, porque la idea es hacer una saca de solo 100 botellas. Estás avisado.