En un tiempo habré asimilado mejor lo que nos está pasando. Estaré más lúcida para poder ejecutar una respuesta clara a cómo estoy viviendo el Covid-19 y cómo estoy llevando el confinamiento. Ahora mismo sólo puedo decir que llevo 48 días de vida monacal y paso por 21 estados de ánimo diferentes a lo largo de la semana. La resiliencia es tremendamente curiosa y los mecanismos de defensa son sorprendentes. Me declaro oficialmente en shock.
Yo odiaba hacer deporte y ahora soy vigoréxica. Mis plantas estaban ahí ahí y en este momento tengo los balcones llenos de hierbas aromáticas echando sus primeros brotes, la albahaca está pletórica. Cocino platos elaborados que para mi sorpresa saben a gloria y he descubierto que hago los mejores margaritas del mundo.
No me gustan las videollamadas porque me da pena ver ahí, tan en miniatura, a mi gente y no poder ir luego a dar una vuelta o abrazarles. Me paso el día whatsappeando.
Lloro con las noticias, con las buenas y con las malas. Me emociono cuando el sabor de alguna comida me evoca la de mi madre. Muchas veces no lloro nada y necesito hablar de cosas frívolas y recurrir al humor cáustico como modo de supervivencia.
Sigo a pies juntillas el protocolo de seguridad. Llevo mascarilla y guantes desde el primer día y mantengo el metro de distancia con los transeúntes. No quiero contagiarme y colapsar la sanidad pública, pienso en los más vulnerables.
He conocido a los vecinos de los edificios colindantes. Hemos intercambiado cebollas, caldo de puchero y esquejes de la planta del dinero.
Vivo en una irrealidad pacificadora en la que el Madrid de los Austrias se ha convertido abruptamente en un pueblo. Estoy en un dibujo. Me despierta el canto de los pájaros. El mutis del bullicio y el tráfico y la ausencia de guiris borrachos cantando al unísono me parece un sueño. Fantaseo con utopías en las que el ser humano toma conciencia y es capaz de reflexionar y cambiar hábitos que fomentan todo esto que nos está pasando.
Luego me digo a mí misma, «eso no va a suceder. En dos días se nos olvidará y volveremos al capitalismo depredador, al consumismo desenfrenado, a mirar para otro lado ante la explotación humana y medioambiental, a los pisos turísticos y a la gentrificación de las ciudades. Volveremos a nuestra parcela particular y a nuestro micro mundo. El resto nos importará más bien poco porque empatizar e involucrarse de verdad nos hace sentirnos muy incómodos».
Me enfado con el mundo por momentos y me vuelvo una auténtica misántropa. Una hora después puedo amar sin mesura a la humanidad, sobre todo a aquellos a los que no les da miedo implicarse, salir de su ombligo, colaborar y mostrarse generosos en medio de una pandemia mundial.
Tengo muchas ganas de enamorarme y deseos fuertes de ir a la montaña.
Siento mucho todo lo que está pasando la gente que ha perdido a familiares y a personas cercanas. Siento mucho la falta de recursos.
Pienso en mi propio capitalismo y en si realmente es así como quiero vivir. Puedo elegir ahora que he experimentado el peligro; y elijo no volver a lo de antes.
Aixa Villagrán es actriz de cine, teatro y televisión. Actualmente se la puede ver en la serie ‘Vida perfecta’ (Movistar+) y forma parte del reparto de la película ‘Llámame Loco’ (Netflix), que se rodó a principios de año y cuya fecha de estreno no se ha concretado todavía (esperemos que por entonces ya se le haya pasado el shock).
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