Empalagosa y cansina para unos, y elixir de vida para otros. Esta sustancia viscosa y ambarina, que guarda tras de sí un sinfín de leyendas, tiene más amantes que detractores. Y digo bien. Sus cualidades mágicas la hacen ser componente esencial de amarres y rituales afrodisíacos.
Los hindúes preparaban una receta casera a base de miel y semillas de anís para alargar su lingam antes del coito. Otros cuentan que esa misma fórmula tonificaba el corazón. Por lo visto, el caso es ponerse a tope… Las antiguas madres griegas ofrecían miel fresca a sus hijas recién casadas como dote. La colocaban estratégicamente junto al lecho cada noche y no para que improvisaran tórridas escenas de Nueve semanas y media, sino para que la joven se untase la piel con el fin de mantenerla suave y tonificada. Las lunas no han sido embadurnadas de miel por un acto banal, sino porque este néctar es símbolo de unión, perenne e incorruptible en el tiempo…
Al margen de sus propiedades mágicas y esotéricas, la miel también es un alimento completo con un equilibrado valor nutricional: enzimas, aminoácidos (especialmente glicina y prolina, que junto a la vitamina C, estimulan la producción de colágeno), ácidos orgánicos, antioxidantes (vitamina C), hormonas, proteínas, vitaminas (especialmente del grupo B) y minerales (silicio, magnesio, calcio…). No es de extrañar que mezclada con polen constituyera la ambrosía, la bebida de la inmortalidad de los antiguos dioses griegos por considerarla una fuente inagotable de poder para el organismo humano. Siempre ha sido utilizada en medicina tradicional, desde la china a la ayurvédica, por su gran valor terapéutico e inocuidad (a no ser que seas alérgico a la Apitoxina o las abejitas hayan extraído el néctar de flores tóxicas, como el Rododendro).
Gran reconstituyente y depuradora de la sangre, antibacteriana y antifúngica, revitalizadora y tónico cerebral. Su acción enzimática limpia y regenera la piel, y la presencia de azúcares y ácidos orgánicos (málico, láctico, cítrico…), hacen de ella un eficaz exfoliante. Tiene propiedades nutritivas, anti inflamatorias y bactericidas. Suaviza pieles secas y descamadas y normaliza las grasas con brotes de acné. Es la base perfecta para elaborar mascarillas caseras como único ingrediente o en sinergia con otros activos para conseguir cosméticos completos, como sérums y cremas antiedad, pero también lociones capilares, ya que sanea el cuero cabelludo, estimula el crecimiento del cabello y aporta brillo (fue el secreto mejor guardado de la melena deslumbrante de la reina Ana de Inglaterra).
Pero es que además por variedad no será: de tomillo, romero o mil flores. Cada especie floral le aporta idiosincrasia, aunque la que está de moda es la manuka, también llamada árbol del té de Nueva Zelanda. La miel de manuka es uno de los más raros y poderosos néctares que se conocen en todo el mundo. Usada desde tiempos ancestrales por los guerreros maoríes para curar sus heridas de batalla, esta miel se ha convertido Victoria Beckham o Kylie Minogue.
La responsable de todo es la melitina, un péptido presente en el veneno que actúa como neurotoxina relajando temporalmente los músculos faciales. Digamos que lo que provoca es que la piel se asuste al contacto con el veneno, activando de ese modo la circulación periférica y la producción de colágeno y elastina, proteínas que sustentan la arquitectura epidérmica. Pero que no cunda el pánico, ya que se trata de un proceso seguro en el que las pobres abejitas no mueren para mantener nuestra lozanía cutánea, sino que su veneno es extraído a través de complejos procedimientos que aseguran el veneno sin sacrificar sus vidas.
A pesar de ello, lo cierto es que la población de abejas va disminuyendo a marchas forzadas. Albert Einstein dijo que “si las abejas desaparecieran de la superficie del globo, al hombre sólo le quedarían cuatro años de vida: sin abejas no hay polinización, ni hierba, ni animales, ni hombres…”. Piensa en ello la próxima vez que trates de aplastar una.