La suerte está de tu lado y te haces con una botella de la mítica añada de Rioja de 1964, pero te da miedo no estar a la altura. Tranquilo, para eso están los amigos.
Ella te ha estado esperando durante mucho tiempo. Tranquila, sin moverse, aguardando el gran día. No es cuestión de estropear el momento por una mala planificación o unas prisas de primerizo. Serénate. Lo primero es la higiene. Tras cincuenta años, ni la botella más limpia del mundo se libra de su cuota de mugre, moho y suciedad de origen inclasificable. Comenzaremos despojándola de la cápsula que cubre su cuello con ayuda de esa navajita tan mona que tienen los sacacorchos profesionales (por cierto, hace medio siglo, los materiales más utilizados para su elaboración eran plomo y estaño).
De ese modo podremos contemplarla en plenitud, como salió al mundo tras su embotellado, y también será útil para comprobar el estado del corcho, cuya extracción será crítica. Con un trapo húmedo la acariciaremos suavemente hasta dejarla limpia y brillante. Después, despacio y sin movimientos bruscos, la colocaremos en posición vertical en un sitio tranquilo y fresco para que descanse unos días, así conseguiremos que las posibles partículas en suspensión bajen en el fondo de la botella por efecto de la gravedad. Tras cinco décadas, los taninos que todos los vinos tintos contienen se habrán polimerizado, lo que en cristiano quiere decir que se habrán aglutinado en moléculas de mayor tamaño no solubles (más conocidas en algunos círculos como posos).
Tras descansar unos días llega el momento más importante: la extracción del corcho. Igual que un neurocirujano no emplea un hacha (y si lo hace, mejor que salgas corriendo), a esta dama no le vale cualquier herramienta. Necesitas un sacacorchos de láminas o de mayordomo, artefacto imprescindible para extraer un tapón que después de tantos años habrá perdido la elasticidad y dureza de su juventud. Está compuesto de un perno de forma ovalada terminado en dos láminas paralelas de metal flexible de diferente longitud que introduciremos con un suave movimiento de vaivén para abrazar el corcho. Si hemos conseguido llegar hasta el final sin que este se rompa o introduzca en la botella, rotaremos suavemente el sacacorchos mientras tiramos muy despacio para extraerlo. Si la fortuna no está de nuestro lado o sencillamente somos torpes, el corcho se habrá desintegrado y sus partículas nadarán acusadoramente en el vino.
Que no cunda el pánico: es hora de activar el plan B. Primero necesitamos un decantador y un filtro. Después, que te hagas con un embudo en el chino de la esquina y un trapo de lino. Y si hasta ahora hemos ido despacio, es el momento de ralentizar aún más nuestros movimientos. Coloca el trapo sobre el embudo –será nuestro filtro– y sitúalo sobre la boca del decantador lentamente (no queremos agitar los posos), coloca la botella en un ángulo de 45o y comienza a verter el vino levantándola despacio a medida que se vacía. Los sumilleres colocan una vela bajo el cuello para comprobar que las partículas en suspensión se quedan en la botella, pero nosotros podemos utilizar la linterna del móvil. Felicidades, acabas de efectuar tu primera decantación.
Da igual si hasta aquí todo ha sido fácil y el corcho salió sin problemas o si has debido emplearte a fondo: en adelante ya no depende de ti y cada botella es un mundo. Busca una buena copa porque hoy puede ser tu gran noche o un día para olvidar. Y es que nadie puede garantizar la calidad de un vino tinto después de cincuenta años en botella… y eso forma parte del juego.