A finales de enero, JJ Benítez (Pamplona, 1946), nuestro mayor experto en sucesos difíciles de explicar, y su mujer Blanca embarcaron en el Costa Deliziosa, una de
esas construcciones megalíticas de centenares de metros de eslora, millares de toneladas
de peso, decenas de cubiertas…
Una de esas ciudades itinerantes con más población que muchas de nuestras capitales de provincia. Salieron de Barcelona con la intención de realizar su segunda vuelta al mundo. Al subir las escaleras del crucero, algo le dijo al creador de la popular saga Caballo de Troya que no iba a ir bien. Un mes más tarde el mundo se sumía en una pandemia que nos ha cambiado la vida. Él vivió un doble confinamiento durante más de 40 días a bordo de un barco al que no dejaban atracar en ningún puerto. Ahora recoge lo vivido aquellos días de incertidumbre en el mar en su nueva entrega bibliográfica La gran catástrofe amarilla (Planeta).
Este libro es fruto de una pandémica casualidad.
Sí, era un libro que no tenía previsto. Fue ya en pleno crucero cuando me di cuenta de que aquello que estábamos viviendo podía interesar.
Algo te decía que no debías subirte a aquel crucero que zarpó de Barcelona.
A mi mujer le apetecía volver a dar la vuelta al mundo. Yo no tenía demasiadas ganas, pero no me negué. Y cuando salimos de Barcelona empecé a percibir un presentimiento extraño.
En aquel momento lo veía con claridad y no lo supe decodificar. Pero lo que sentía no me gustaba. Algo me decía, sí, que aquello que no iba a salir bien. Pero no dije nada. Me callé y lo apunté en mi diario, en mi cuaderno de bitácora. Con el tiempo me di cuenta de todo.
¿Habías tenido otras premoniciones antes?
Sí. Muchas veces. Del mismo modo que siempre llevo un cuaderno de campo cuando emprendo una investigación o un viaje. Es una costumbre muy antigua. En ellos voy anotando cada día lo que veo o lo que me ocurre. En el caso del barco, estos cuadernos fueron la base de lo que ha acabado siendo el libro.
Pero seguramente no todos esos cuadernos de bitácora han acabado en libro.
No sé exactamente el número, pero más de un centenar seguro. En ellos guardo todo tipo de información. Mucha aún inédita.
Todo cambió en el barco a partir del 22 de enero…
Sí, a partir de ese día empezamos a recibir información de la pandemia. Al principio todo era muy confuso. La gente no sabía si se trataba de una gripe o qué era. Con el
paso de los días fueron llegando noticias más preocupantes: miles de contagios, centenares de muertos en España… La gente empezó a tener miedo, muchos se querían bajar del barco pero la compañía no lo permitía. Un desbarajuste.
El tuyo era un confinamiento dentro de un confinamiento.
Más todavía, porque no nos querían en ningún puerto. Estuvimos más de cuarenta días prácticamente sin bajar a tierra, sin saber qué es lo que estaba pasando exactamente, con miedo a que el barco estuviera contaminado… Surgieron muchos problemas, empezando por que la gente sacó de dentro lo mejor y lo peor del ser humano.
¿Qué es lo que más te sorprendió?
Los nervios estaban a flor de piel y, consecuentemente, las peleas eran casi constantes. Surgieron viejas rencillas entre países, y los franceses se peleaban con los alemanes… Un desastre.
¿Y en sentido contrario?
También hubo mucha solidaridad. En esencia, la mayoría de la gente es buena y ayuda al prójimo.
Aquel barco debió ser como un inmenso ‘reality show’ en el que se descubre la esencia de la naturaleza humana.
Totalmente. Un perfecto retrato psicológico de la reacción del ser humano frente al miedo. Preguntaba a la gente por qué tenían tanto miedo a morir si luego seguiremos vivos y me miraban como si estuviera loco.
¿Tú no tienes miedo a morir?
Me da miedo la forma de morir, pero la muerte en sí, no. Al contrario, tengo una gran curiosidad periodística por vivirla.
El problema es que no ha vuelto nadie del otro mundo para explicarnos cómo es todo aquello.
¡Cómo que no! Hay muchos casos. Yo mismo he realizado un millar de estudios sobre esta temática, si no más. En ellos gente que ha tenido experiencias cercanas a la muerte me explican lo que han sentido y qué es lo que les han explicado aquellos que ya han fallecido.
¿Qué explican los muertos?
“Estoy bien. Estoy en un sitio que no puedo describir. Estoy físicamente vivo. No llores más. No te preocupes”. Esto es lo que suelen decir.
En aquel barco los bulos correrían como la pólvora…
Hubo muchos y de todo tipo: que si nos iban a bajar en tal puerto, que si nos rescatarían en aviones, que si había muertos por coronavirus en el barco…
Pero no los hubo.
No, pero tampoco sabemos el impacto real que tuvo el virus en el barco. El buque venía de Italia y a las dos o tres semanas medio barco experimentamos los síntomas del coronavirus. Los médicos, al ser algo novedoso para ellos y no disponer de los medios necesarios, nos decían que teníamos la gripe, nos daban antibióticos y a correr. Sí, probablemente el barco estaba contaminado.
¿Y cómo eran la comidas durante aquellos cuarenta días?
El miedo hizo que saliera la parte más animal y egoísta. La gente se pegaba para acaparar el bufet. Cogían tantas gambas como podían y se las llevaban al camarote. Ciertamente, hubo estampas surrealistas.
En el barco también hubo avistamientos de ovnis.
Yo, personalmente no los vi, pero un día, con un grupo de gente, charlando en la popa del barco, apareció a mis espaldas un objeto. Aproveché el viaje para hablar con gente que ha tenido experiencias ovni. Especialmente interesante la de una persona de Australia que había sido abducida.
En aquellos días también recibió una información sobre el origen y causa del coronavirus.
Una información en la que la cúpula militar norteamericana reconoce que han sido ellos los que han fabricado y distribuido el virus con el objetivo de destruir la economía europea, una vez más.
Hablas de Fort Apache como el enclave en el que se ha elaborado el virus.
Sí. Es una base americana en la que se trabaja en proyectos de guerra bacteriológica. Según esta información, el virus sale de ahí. Además, insisto, no sería la primera vez.
¿No?
Periódicamente aparecen epidemias: las vacas locas, el sida, el ébola, la colza en España… que prosperan más o menos. No todas han sido creadas en Fort Apache, pero sí en bases militares norteamericanas.